Por Henry Ramos Allup
Las elecciones del pasado domingo 20 de mayo fueron demoledoras para Maduro, porque demostró que no tiene músculo político para hacer funcionar la maquinaria oficialista y no pudo movilizar a los votantes.
Ninguna sorpresa el 20M. Habíamos anunciado con anticipación lo que ocurriría y eso aconteció: resultado cantado. Apenas aguardamos las cifras del CNE para observar la dimensión de su desparpajo, a contrapelo de lo que a ojos vista observaron durante todo el día los pocos electores concurrentes, medios de comunicación, funcionarios del propio CNE entre ellos los miembros de mesa, integrantes del Plan República y ciudadanía en general. Las cámaras hicieron rodar por las redes imágenes demoledoras, como el saludo de Maduro en su centro de votación a una multitud imaginaria y una señora integrante de una mesa electoral en Vargas durmiendo desplomada sobre la mesa de votación. Ni los puntos rojos, ni el carné de la Patria, ni las intimidaciones y presiones al funcionariado público, ni la repartición de premios y bonos, nada hizo funcionar la maquinaria oficialista ni fue capaz de hacer afluir votantes: un desierto electoral. La participación cercana al 50 % anunciada por el CNE, resultaba más increíble todavía por la percepción directa de la gente que anduvo presenciando durante todo el día la frialdad y el vacío en las elecciones presidenciales con mayor abstención de nuestra historia. Y si el CNE tuvo el descaro mayor de informar que participó un inflado 50 % cuando lo hizo más o menos sólo un 30 %, también tenía suficientes hormonas como para decir que el presidente-candidato que arrastraba a cuestas un 80 % de repudio e impopularidad había logrado el ¡67 %! de los votos emitidos. Entre otros antimilagros, el 20M hizo que nadie quedara satisfecho: ni los proclamados ganadores, ni los perdedores, ni los que votaron ni los que no votaron. La única elección de la historia en la que el “ganador” no celebra nada.
¿Por qué una abstención tan alta? Aunque creo en el voto y la participación electoral, no hay que hacer de las instituciones un fetiche ni una verdad de fe, de esas que se aceptan sin chistar como si fueran dogmas religiosos. Aclaro: si en la coyuntura es menester votar para lograr el objetivo deseado, pues se vota. Si por razones de suficiente peso es menester no votar para lograr el objetivo, pues no se vota. Lo absurdo es decir que sean cuales fueren las circunstancias, siempre se debe votar o siempre hay que abstenerse. La altísima abstención (que un sector histérico y evidentemente estridente de la oposición carente de seguidores le atribuye vanamente a su propio discurso) es consecuencia de muchos factores y, a mi juicio, en pequeñísima medida al mensaje de quienes promovimos no participar. Y se trata de una influencia tan ridículamente pequeña como la de quienes, en la acera de enfrente, llamaron a votar por el candidato del oficialismo o por cualquiera de los otros que se designaron candidatos a sí mismos. Las causas de la enorme abstención fueron muchas: desconfianza en el organismo rector y en el sistema electoral; convicción generalizada de que los resultados estaban cantados antes de la elección; ventajismo del gobierno y abusos oficialistas en todos los ámbitos; candidatos estultos escogidos por si mismos que no fueron ni por su designación, ni por su campaña ni por su mensaje capaces de entusiasmar a nadie ni de sumar voluntades sino mas bien de repelerlas; desesperanza y decepción de la gente, alimentadas por la convicción de que votando no resolvía nada, etcétera.
Otro de los antimilagros del evento del 20M es que a su finalización el fulano “ganador” amanece peor que antes en el ámbito nacional e internacional: reconocido por nadie, excepto por el agradecimiento de media docena de países nada influyentes, históricamente amamantados por la ya seca teta chavista de petrodólares; menos respaldo interno, incluyendo el de su propia base política; rebullicio militar; más endeudado, en default y con todavía menos posibilidades de acceder a recurso alguno para paliar los infinitos problemas generados por su propia corrupción e ineficacia; con más sanciones internacionales por las razones harto conocidas; con mayor desabastecimiento de alimentos y medicinas, mas inflación, peor funcionamiento de todos los servicios públicos, mas emigración y pare de contar. Maduro, en un discurso ante su asamblea constituyente el miércoles pasado, volvió a hablar de medidas económicas mágicas para salir del abismo en el que 19 años de régimen chavomadurista nos sepultaron; de nuevos controles para acabar con la inflación, el aumento exponencial de precios y la especulación; de aumentos imaginarios de la producción petrolera y de alimentos; de crecimiento económico; de felicidad social; de triunfos nacionales e internacionales en todos los ámbitos y, finalmente, de llamados a diálogo y de la creación de una tal comisión de la verdad para liberar a todos los presos políticos de su régimen que nunca debieron estar presos. Veremos.