Un G7 atascado por Trump y la alianza ruso-china

Por Roberto Mansilla Blanco, corresponsal en España

En menos de una semana: se tambalea la unidad atlántica y se forma una hegemonía euroasiática.

Dos cumbres paralelas, la del G7 en Canadá con rostros cariacontecidos por las tensiones internas vía Trump, y la de la Organización de Cooperación de Shanghai en China, con pleno consenso entre China y Rusia, anuncian cambios estructurales en el sistema internacional toda vez el mundo asiste intrigado a la histórica cumbre Trump-Kim en Singapur.

El pasado fin de semana se vivieron dos cumbres paralelas previas a otra cumbre, más esperada, entre el presidente estadounidense Donald Trump y el líder norcoreano Kim Jong-un a celebrarse el martes 12 en Singapur. El resultado de ambas cumbres del fin de semana anuncia un hecho inevitable: el paulatino traspaso de la hegemonía global desde la cornisa atlántica hacia la esfera euroasiática.

 La primera de estas cumbres fue la reunión del G7, organismo que agrupa a las principales potencias económicas mundiales sin Rusia, expulsada tras la anexión de Crimea en 2014. Esta cumbre se realizó en la localidad canadiense de La Malbaie.

        Fue una cumbre tensa que sirvió de antesala a otro foro, el de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), celebrado en la localidad china de Qingdao, donde reinó un clima de consenso y de auténtica Entente Cordiale entre la anfitriona China y su poderoso vecino Rusia, el actor de discordia en el G7.

Trumpxit en el G7

 Las imágenes de los principales líderes mundiales que participaron en ambas cumbres son sintomáticas a la hora de analizar las expresiones de cambios estructurales que se anuncian para el futuro sistema global.

En la cumbre del G7 en La Malbaie, el protagonista indudable fue Donald Trump, inusualmente relajado ante sus homólogos de Canadá, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Japón e Italia, pero provisto de todo su arsenal de expresiones “políticamente incorrectas” bajo un clima de extremada tensión ante sus socios transatlánticos.

  Consciente de que no venía a otorgar concesiones, Trump llegó tarde a una cumbre de la cual fue uno de los primeros en marcharse. Con ello buscaba su singularidad para marcar las pautas de un encuentro que, a todas luces, manifiesta la división estructural existente dentro del foro.

Estratégicamente pendiente de la cumbre con Kim prevista tres días después en Singapur, Trump llegaba a la cumbre canadiense bajo un clima áspero ante las críticas europeas por la guerra comercial y las barreras arancelarias anunciadas hace dos semanas por Washington, y que implican medidas proteccionistas contra los productos europeos, así como los asiáticos.

En este sentido, y a pesar de la forzada imagen de cordialidad expresada en la “foto de familia”, la tensión se palpó entre Trump, la canciller alemana Ángela Merkel y el presidente francés Emmanuel Macron. Un hecho evidente en algunas de las icónicas imágenes de la cumbre, en la cual Merkel y Macron intentaban persuadir a un Trump sentado, indiferente y con expresión desafiante.

El controvertido mandatario estadounidense no dudó en erigirse como el paladín del “trabajador norteamericano” y del parque industrial de su país, presuntamente afectado por la competitividad exterior. Un pulso que también se dio con el anfitrión primer ministro canadiense, Justin Trudeau, debido a las constantes denuncias de Trump del Tratado de Libre Comercio (TLC) existente entre EEUU, Canadá y México, y que Trump quiere eliminar o al menos reconfigurar.

Trump, Merkel y Macron fueron los protagonistas del pulso comercial entre EEUU y la Unión Europea que tuvo otro punto discordante: Rusia.

Aparentemente aliviado ante la súbita pérdida de presión en las últimas semanas por parte de las investigaciones judiciales en EEUU sobre el escándalo de la presunta trama rusa, Trump aireó en La Malbaie la necesidad de restituir a Rusia en un G7 que, antes de la anexión de Crimea en 2014, era un G8 con Rusia como miembro de pleno derecho.

Con ello, Trump parecía intentar restar presión a las maltrechas relaciones actualmente existentes entre Washington y Moscú, probablemente buscando cierta complicidad por parte del Kremlin a la hora de garantizar el éxito de la cumbre Trump-Kim y ante las expectativas rusas por mantener un equilibrio estratégico en la península coreana, verificadas con la inesperada visita a Pyongyang del canciller ruso Serguéi Lavrov a finales de mayo.

La contraria reacción de Merkel y Macron a readmitir a Rusia en el G7 puso también sobre el tapete las complejidades de los recientes movimientos geopolíticos de Berlín y París hacia Moscú e incluso Beijing, traducidos con las visitas al presidente ruso Vladimir Putin realizadas casi simultáneamente por Merkel y Macron a mediados de mayo.

Estas visitas y la concreción de intereses económicos (principalmente energéticos) entre Putin, Merkel y Macron parecían presagiar un viraje euroasiático de la política exterior de la Unión Europea ante las barreras arancelarias de Trump. Un viraje que Merkel amplió con su posterior visita a China.

No obstante, Merkel, Macron, la primera ministra británica Theresa May y el anfitrión Trudeau se negaron a la readmisión rusa a menos de que el Kremlin se comprometiera a cumplir los Protocolos de Minsk (2015) tendentes a buscar una solución pacífica al conflicto en la región del Donbass en el Este ucraniano.

 No obstante, es más bien Ucrania la que parece no comprometerse con los acuerdos de Minsk, toda vez es patente el acercamiento de Kiev a la OTAN e incluso a la cooperación militar de Washington.

Por tanto, la tensión comercial entre EEUU y Europa y el dossier ruso evidenciaron el alarmante nivel de distanciamiento de Trump con sus aliados transatlánticos, aunque quizás en menor medida con la primera ministra británica Theresa May. Precisamente, la de La Malbaie fue la última cumbre del G7 antes de la materialización del Brexit, la definitiva salida británica de la UE, pautado para comienzos de 2019.

Con todo, Trump también cosechó complicidad, principalmente en lo que respecta a la readmisión rusa en el G7, por parte del nuevo primer ministro italiano Giusseppe Conte.

En este sentido, Trump parecía imprimir a esta cumbre del G7 una especie de Trumpxit que, en perspectiva geopolítica, podría dejar al G7 en un G6+1, o quien sabe si en G6 a secas.

Pero esta perspectiva también puede tener otra incidencia colateral: la consagración de una alianza entre China y Rusia escenificada en la cumbre de la OCS inmediatamente posterior a la del G7 y anterior a la cumbre Trump-Kim.

El mundo

ruso-chino

Como dos tácticos jugadores expertos en el complejo ajedrez geopolítico global, Putin y el anfitrión de la cumbre de la OCS en Qingdao, el presidente chino Xi Jinping, aprovecharon la discordia que erosiona al G7 para acelerar un consenso estratégico entre Moscú y Beijing llamado a configurar un sistema global multipolar.

Con ello, Putin y Xi pretenden sentar las bases de un nuevo sistema global distante de la unilateral y cada vez más contestada hegemonía estadounidense en tiempos aislacionistas de Trump.

En Qingdao, Putin y Xi aseguraron que entre Rusia y China existe una “asociación estratégica madura, firme y estable”. Palabras que se confirmaban con las expresiones y gestos de ambos mandatarios, de absoluta concordia y consenso, sonrientes y complacidos, y que contrastaban diametralmente con la  tensión vivida entre los mandatarios presentes en la cumbre del G7 en Canadá.

En este sentido, pareciera que la concreción de intereses entre Putin y Xi alcanzaba también a sus expresiones faciales de completa complacencia, conscientes de que la alianza ruso-china vía OCS podría anunciar un tectónico cambio de ejes de hegemonía geopolítica global.

La cumbre de Qingdao permitió la entrada como miembros plenos de la OCS de India y Pakistán, toda vez Irán fue admitido como observador. Esto confirma la intención de Beijing y Moscú de eventualmente configurar ejes euroasiáticos de ampliación global. Otro actor euroasiático clave, Turquía, también es observador de la OCS y ha venido manifestando recientemente una orientación estratégica hacia Rusia, China e Irán.

Entre otros acuerdos, Moscú y Beijing sellaron compromisos para acelerar los proyectos de infraestructuras de la ruta Rusia-China-Mongolia, uno de los ejes estratégicos del proyecto chino de las Rutas de la Seda (Belt and Road Iniciative, BRI). Beijing impulsa el BRI como eje de desarrollo y de cooperación destinado a interconectar Asia y Occidente con epicentro en China, transformando la geopolítica y las relaciones económicas del mundo de posguerra a través de nuevos organismos e instituciones financieras.

Del mismo modo, la cumbre de la OCS discutió acuerdos de pacificación en Afganistán, que contribuyeron al reciente cese al fuego entre el gobierno de Kabul y los talibanes. Con ello, la OCS se erige como un organismo de pacificación y de resolución de controversias.

Putin y Xi también trazaron acuerdos de cooperación energéticos, de modernización portuaria en aguas profundas desde Murmansk hasta Arkhangélsk, de cooperación en el Ártico y de interconectividad de los proyectos del BRI con la Unión Económica Euroasiática impulsada por Putin y de revitalización de los BRIC, particularmente a través de Rusia, China e India.

A todas luces, la cumbre de la OCS sirvió como marco de ceremonia estratégica de la alianza ruso-china que busca redimensionar el sistema internacional a favor de un eje euroasiático que progresivamente Beijing espera transformar en plenamente asiático.

Del mismo modo, la presencia iraní en la OCS como observador supone el apoyo de Moscú y Beijing al acuerdo nuclear del G5+1 recientemente suspendido por Trump. Precisamente, Merkel y Macron también concuerdan con Rusia y China en mantener ese acuerdo nuclear con Teherán.

En perspectiva histórica, no sería descabellado intuir que los cambios que se anuncian para el sistema internacional de los próximos años pudieron tener su génesis en las cumbres paralelas realizadas este fin de semana en La Malbaie y Qingdao, previas a la intrigante reunión de Trump con Kim en Singapur.

Gravitando en este complejo laberinto, Trump parece decidido a avanzar unilateralmente por su cuenta, incluso bajo riesgo de dinamitar el G7. Toda vez, Putin y Xi se miran complacidos por su asociación estratégica vía OCS, además de sus recientes avances geopolíticos con Merkel y Macron, que confirman la crisis en las relaciones transatlánticas con Washington.