Por Francisco Poleo
MIAMI.- Iván Duque es el nuevo presidente de Colombia. Con 41 años, este senador y abogado es el segundo mandatario más joven que han tenido los colombianos después de Simón Bolívar (el Libertador tenía 36 años cuando en 1789 asumió la presidencia de la Gran Colombia). Duque llega a la Casa de Nariño ungido por Álvaro Uribe, el ex presidente que se opuso ferozmente al gobierno de su sucesor Juan Manuel Santos por la forma en que se consiguió la paz con la guerrilla de las FARC.
No les falta razón a quienes aseguran que la presidencia colombiana la ganó en buena parte el propio Uribe, pero no sería la primera vez que un delfín suyo llega al poder. Parece mentira por los ácidos enfrentamientos públicos entre ambos durante los últimos años, pero el primer gobierno de Santos fue posible gracias a que era el ministro de la Defensa del gobierno que arrinconó a la guerrilla comunista gracias al poderío militar. Ese gobierno fue el de Uribe. Sin embargo, nada más llegar a Nariño, el actual presidente saliente marcó distancia con su antecesor y se dedicó a conseguir un acuerdo de paz con la FARC que ha recibido críticas por conceder demasiado. Demasiadas víctimas sin justicia, demasiado dinero proveniente del narcotráfico en las arcas de los ya ex guerrilleros que previsiblemente será utilizado para levantar su proyecto político.
¿Se le volverá a voltear un delfín a Uribe? Es poco probable, pero el poder engrandece. Duque no necesitará ser un títere del caudillo sino cumplir con las políticas de su partido, el Centro Democrático y del Partido Conservador. No se debe olvidar que buena parte de los votos de Duque también se deben al decidido respaldo de otro ex mandatario, en este caso el conservador Andrés Pastrana. Ungido por los maestros, falta ver si el alumno logra desarrollar una personalidad propia.
La sombra amenazadora del Foro de Sao Paulo logró unificar al establecimiento colombiano para frenar la llegada de un Gustavo Petro que se parece demasiado a Hugo Chávez. Uribe, independientemente de sus intereses, se la jugó con la polarización y retomó el poder, representando a los sectores más conservadores de la sociedad colombiana, que no están precisamente en Bogotá sino en el interior del país. De hecho, Duque perdió ampliamente en la capital.
El voto colombiano quedó absolutamente polarizado entre el populismo de izquierdas y el conservadurismo de derechas. El centro quedó huérfano tras la salida del juego de Sergio Fajardo, el ex alcalde de Medellín que estuvo a punto de dar la campanada. El dirigente socialdemócrata llamó a votar en blanco, pero esa opción apenas alcanzó los cuatro puntos porcentuales. En esa jugada se anotó Santos, representante de la oligarquía bogotana que demostró estar desconectada de la realidad del resto del país que sí supo capitalizar Uribe con su candidato.
Esa polarización terminó cargándose a las propuestas de centro, entre ellas la socialdemocracia. Si la centro izquierda se hubiera unido en torno a Fajardo, otro gallo cantaría, incluso en Nariño. El ex alcalde de Medellín sacó el 23,7% de los votos, Germán Vargas Lleras el 7,3% y Humberto De La Calle el 2,1%. La suma de los tres da el 33,1%, ocho puntos por encima de lo conseguido por Petro (25,1%) en la primera vuelta y a seis puntos de lo alcanzado por Duque en la misma etapa. De haber pasado a segunda ronda, Fajardo se hubiera terminado llevando la partida, teniendo en cuenta que Duque no hubiera podido polarizar con él.
Ahora Duque tiene a la vista un gobierno complicado. No tendrá tregua ni de la izquierda radical que se siente envalentonada tras los resultados ni del centro que lo vigilará para que no eche por tierra el acuerdo de paz. A pesar de todo, Santos le entrega un país pacificado. Con un acuerdo que debe revisarse, pero pacificado al fin y al cabo. En ese marco, Colombia consiguió en los últimos días de la presidencia santista el ingreso a la OCDE y a la OTAN. Los colombianos ya pertenecen a la élite mundial. Por contra, la administración saliente entrega un país endeudado y con un ciudadano de a pie molesto por la economía de bolsillo.
En cuanto a los problemas extra muros, nada ocupará más a Duque que la crisis venezolana, importantísima en la región pero vital en el caso de Colombia por la frontera permeable. Colombia es a Venezuela lo que Florida es a Cuba. El presidente electo ha prometido llevar a Nicolás Maduro y sus secuaces a la Corte Penal Internacional. Si lo hace, representando al Estado colombiano, puede acelerar enormemente los pasos de un organismo que suele funcionar a paso de morrocoy. Entrevistado por Zeta y OKDIARIO en noviembre, cuando todavía se peleaba la candidatura del conservadurismo con la que ahora es su vicepresidenta, no solo se refirió a la Corte sino a la OEA, en donde asegura que se debe empujar a censura de la dictadura venezolana.
Duque ha dicho que descarta una operación militar contra Venezuela, prefiriendo el cerco internacional a través de organismos multilaterales y las sanciones personalizadas a los jerarcas de la dictadura. Es el discurso de Washington. Sin embargo, fuentes del Pentágono estadounidense aseguran que en Estados Unidos cae muy bien la llegada del pupilo de Uribe a la Casa de Nariño en cuanto a la crisis venezolana. Por si acaso.
Lo cierto es que Duque no es una buena noticia para el Foro de Sao Paulo, representado internamente por el binomio FARC-Petro y externamente por la dictadura venezolana. Maduro ahora sí que no duerme como un bebé.