Por Leopoldo Puchi
Si el presidente de Colombia, Iván Duque, pasa a otro plano en cuanto a Venezuela, no se descarta que haya tensiones militares y enfrentamientos armados entre los ejércitos de ambos países.
Del reciente proceso electoral colombiano ha surgido un nuevo cuadro político para ese país y ha quedado definitivamente atrás el sistema estructurado en torno a las históricas formaciones liberales y conservadoras. Cierto, las élites que ostentan el poder han resultado vencedoras con la elección de Iván Duque. Sin embargo, el hecho distintivo de la nueva configuración política de Colombia es la emergencia de una opción de centroizquierda moderada con una altísima votación, la de Gustavo Petro, lo que no había ocurrido con anterioridad.
El surgimiento de un nuevo cuadro político tiene mucho que ver con el proceso de paz promovido por el ex presidente Juan Manuel Santos, en la medida que la polarización generada sobre este asunto permitió que el sector representado por Álvaro Uribe capitalizara la votación tradicional. Pero al mismo tiempo, la desmovilización de las Farc y su reconversión a la vida legal le pusieron fin a una suerte de norma implícita en la sociedad colombiana que impedía que se votara por la izquierda, aunque fuese moderada, mientras imperara la violencia. De la renuncia de las Farc a las armas no se benefició electoralmente esa organización, pero el fin de la lucha armada sí despejó el camino a otros movimientos de convicciones progresistas, pacíficas y de postulados reformistas.
En relación a la política interna, Duque tendrá que decidir si ahora como presidente emprende la ruta de revertir los acuerdos de paz por medio de una revisión que los desnaturalice completamente o si se limitará a hacer algunos ajustes que no toquen la médula de los compromisos adquiridos. Después de todo, no hay que tomar al pie de la letra las afirmaciones de los candidatos en campaña. Los desafíos sociales y económicos son enormes y no tendría sentido arriesgar las ventajas ni la imagen internacional lograda con la paz.
En política exterior y en particular en relación a Venezuela habría que preguntarse qué podría hacer Duque de diferente a lo que ha hecho Santos hasta ahora, qué otras posiciones pudiera tomar y qué otras acciones pudiera realizar. Porque desde un punto de vista diplomático y político, Santos ha asumido posiciones extremas, ha acompañado las sanciones y el bloqueo financiero e incorporó a su país a la coalición del Grupo de Lima. En la Organización de Estados Americanos ha votado reiteradamente contra Venezuela. También ha mantenido un discurso beligerante y un lenguaje pugnaz. Así que no sería en materia de votos, coaliciones, discursos o retórica verbal en lo que Duque pudiera actuar de una forma realmente distinta.
De modo que, si efectivamente Duque va a pasar a otro plano en relación a Venezuela, no se puede descartar la posibilidad de tensiones militares y hasta de enfrentamientos armados entre los ejércitos de ambos países, eventos que seguramente estarían precedidos por conatos en una frontera caliente. Ahora bien, Duque ha señalado que no tendrá una política “bélica ni belicista hacia Venezuela”. ¿Se mantendrá Duque en esa línea? ¿O caerá en la tentación del diablo?