Por Leopoldo Puchi
En las capitales mundiales se debaten dos corrientes: los “diplomáticos”, que son partidarios de soluciones pacíficas; y los “guerreristas”, que privilegian la presión y la intervención militar.
Mike Pence, Vicepresidente de Estados Unidos ha realizado una gira por varios países latinoamericanos, en un movimiento de piezas geopolítico relacionado con Venezuela. Incluso se ha desplazado a la frontera, a Manaos, Brasil, y desde allí ha expuesto la posición política de su gobierno. Simultáneamente, vemos desatarse una polémica entre el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero y la diputada española al parlamento Beatriz Becerra a propósito de Venezuela. Zapatero ha cuestionado las sanciones y Becerra las defiende.
Pudiera decirse que en esos desplazamientos de Pence y el pugilato verbal de Zapatero y Becerra influyen, además de los cálculos geoestratégicos, razones internas de sus países. Del lado de Washignton, la presión de la comunidad cubanoamericana, que cuenta con votos a veces decisivos en el Congreso. En cuanto a España, la polémica sobre Venezuela sirve a los fines de posicionarse internamente.
Cualquiera que abra un periódico, mire la televisión o se informe por los medios digitales también puede observar que las imágenes correspondientes a las secciones de política nacional están polarizadas entre los voceros del sector gubernamental como Nicolás Maduro, Diosdado Cabello o Jorge Rodríguez, mientras que del otro lado las imágenes, en numerosas ocasiones, corresponden a voceros o líderes de otros países: Luis Almagro, Mauricio Macri o Marco Rubio. Un centimetraje inusitado, que ocupa el espacio que normalmente debería estar destinado a los líderes locales.
Ahora bien, no se trata de una manipulación de los medios sino de un hecho que revela una realidad: el eclipse del liderazgo de oposición interno. Por supuesto, hay una presencia en los medios de dirigentes de la Mesa de la Unidad y del Frente Amplio, pero el eje de la polarización se ha desplazado hacia un pulso de carácter internacional.
Y en ese escenario de las capitales mundiales, de Bruselas a Washington, se debaten dos corrientes: los denominados “diplomáticos”, partidarios de soluciones pacíficas y concertadas; y los “guerreristas”, favorables a medidas de presión extremas y a las intervenciones militares. Se reproduce así el tradicional clivaje entre los que en tiempos de la guerra de Vietnam se denominaban “halcones” y “palomas”.
La polarización de carácter internacional beneficia en Venezuela al sector gubernamental, porque al resistir una intervención extranjera asume un deber consustancial a cualquier gobierno: la defensa de la independencia del Estado nacional. Es así, a pesar de que a situación de aguda crisis económica y de gran malestar social, es natural que cualquiera de sus ciudadanos sea crítico del Gobierno. Y, de hecho, una mayoría lo es y, en muchos sectores, de forma acérrima. Pero también es natural que cualquier venezolano se oponga a una intervención, no sólo porque las medidas de bloqueo lo afectan individualmente al incrementar sus penurias, sino también porque existe un sentimiento profundo que lo ata al valor de la independencia nacional. Esa es la historia de las intervenciones extranjeras.