Entrevistas e informe por Macky Arenas.
Eso dijo la Vicepresidenta pero la coletilla es larga…
Las declaraciones de la esposa de Daniel Ortega, Rosario Murillo, cayeron como una bomba. Resultaron indignantes para un país creyente y sufriente por causa de la violencia de Estado que impera en Nicaragua. “Fe en Dios”, según los gobernantes de Managua es la eliminación de bloqueos de carreteras y la recuperación del control gubernamental del noroeste del país. Para los opositores, la fe es en la democracia y en la libertad que agónicamente intentan recuperar.
El problema es que presentar a Dios avalando crímenes, pretendiendo manosear la fe al antojo de dictadores de turno, exhibirla como justificativo de las salvajadas cometidas por represores, es inaceptable. Más que eso, es intolerable y no se aprecia distinción entre la manipulación religiosa que caracteriza, por ejemplo, a los radicales islámicos. Hacer la guerra a sus propios pueblos en nombre de Dios es la más aberrante de las blasfemias. Los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han sido insistentes y frontales en la condena al uso de la religión para justificar la violencia.
Tanto la Iglesia católica en Nicaragua como la delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) han responsabilizado al régimen de Ortega y Murillo de graves violaciones a los derechos humanos, entre ellos “a la vida, integridad personal, salud, libertad personal, reunión, libertad de expresión y acceso a la justicia”, incluyendo una posible práctica de “ejecuciones extrajudiciales”.
Primeras protestas en abril
Todo parecía bajo control en Nicaragua hasta que surgió una alteración en el estado de cosas: la ruptura del pacto de gobernabilidad surgido entre el gobierno de Daniel Ortega y el empresariado nicaragüense, vigente desde el 2007 cuando comenzó su primer período presidencial. En abril del presente año cedieron los diques y se activaron las primeras protestas públicas en rechazo a la arbitrariedad con que se maneja el régimen Ortega-Murillo.
La primera protesta se produjo por cambios en los porcentajes de contribución del empleador y del empleado, así como de los jubilados del Seguro Social. Lo ocurrido en las últimas semanas ha ido mucho más allá por la demencial violencia empleada por el régimen que ya contabiliza 300 muertos. El mundo está impactado y la comunidad internacional conmovida.
El centro de las revueltas es la localidad de Masaya, situada a 27 km de la capital. Su nombre significa «montaña que arde». Tiene un volcán de cinco cráteres y esa región posee mucha tradición y cultura. Es la cuna del folklore nicaragüense, pero también símbolo de resistencia. Los conquistadores españoles se enfrentaron al cacique Diriangen, quien les opuso una fiera resistencia, los atacó en la llamada Quebrada del Perro en la ciudad de Diriamba, obligándolos a retirarse.
Muchos han sucumbido a la tentación de hacer un paralelismo inevitable con lo que sucede en Venezuela y hasta hubo comparaciones incomprensibles en cuanto al número de muertos en determinado espacio de tiempo. “Claro que hay semejanzas –señala Juan José Monsant, ex embajador de Venezuela en Managua- la naturaleza criminal de los dos regímenes, el desprecio absoluto por los valores democráticos, la incondicionalidad al castrismo, esa convicción absolutista degradante que los lleva a sumergirse en la esquizofrenia de la designación mesiánica, el nepotismo y el enriquecimiento ilícito, en la seguridad de la impunidad”.
Mencionaremos otras causas, como el desmantelamiento de las instituciones, soslayar el orden legal, sintonía con autocracias y dictaduras, involucramiento en el narcotráfico, el armamentismo, la creación de colectivos armados entrenados en Irán y Cuba, el uso de francotiradores para disolver protestas, violación masiva de los derechos humanos y, como siempre, la identificación de los intereses del Estado con los del partido y el líder, lo que al final concluye en que los intereses de la dinastía Ortega-Murillo o los de Maduro-Flores los confunden con los del país, la nación, el Estado.
Diferencias con Venezuela
Aunque cualquier parecido no es pura coincidencia, existen, no obstante, diferencias importantes y sensibles entre los dos regímenes. “En la Venezuela de Chávez y ahora de Maduro –continúa Monsant- sometida al protectorado de la tiranía cubana, el proceso se inició con la destrucción de la producción nacional, confiscaciones, estatizaciones, invasiones de fincas, viviendas y fábricas, absorción de la banca privada, demonización del empresariado, además del abierto desafío a Occidente y sus valores políticos y culturales para sellar alianzas con países y movimientos generadores de inestabilidad, ya sea por el terrorismo, el tráfico de drogas, armas y lavado de dinero, o todos ellos en conjunto”.
Recordemos que uno de los primeros objetivos de Chávez, fue la destrucción de las Fuerzas Armadas, los corrompió, desmoralizó y los convirtió en el brazo armado del partido. Algo que no ha sucedido del todo en Nicaragua, por su experiencia en estas lides a lo largo de su historia reciente.
“Otra diferencia fundamental –precisa el diplomático- ha sido la Mesa de Diálogo, surgida a raíz de los asesinatos desbocados ordenados por la dinastía Ortega-Murillo. Allí no se sentó partido político alguno a negociar parcelas de influencias, sino la sufrida sociedad civil: empresarios, trabajadores, estudiantes, campesinos, la Conferencia Episcopal, académicos, con un fin único: el cese de la represión, eliminación de cuerpos paramilitares y adelanto de las elecciones presidenciales”.
Pero conviene destacar otros aspectos que no deben pasar por alto en el análisis de lo que ocurre en el país centroamericano, especialmente en el abordaje de la esencia y significación religiosa y social de la Iglesia y su tradición.
Cardenal y obispo en las trincheras
Todos recordamos las dramáticas imágenes del Cardenal Brenes, de Mons. Silvio José Báez y del nuncio apostólico en Managua, llevando al Santísimo por las calles en plena refriega. Muy sobrecogedor resultó el video que mostraba al humilde pueblo de Masaya, amenazado de ser masacrado en pocas horas, cayendo de rodillas en el polvo de las vías al paso de la Custodia. Ellos mismos las despejaron, quitando las piedras y demás obstáculos, dejados por los enfrentamientos con las fuerzas del régimen, de manera que pudieran ir pasando, de uno en uno, los prelados que escoltaban la sagrada Forma. Funcionó el gesto episcopal, no sólo como acompañamiento al pueblo acosado, sino como inyección de esperanza al lograr detener la planificada masacre.
No obstante, en Nicaragua existe una muy menguada sociedad civil organizada. No hay mediaciones sociales, salvo la que puede ejercer la empresa privada. Los sindicatos han perdido mucha fuerza. Las cabezas visibles son, de manera evidente, Mons. Báez y el cardenal Brenes quienes, aún no siempre coincidentes en todo, trabajan de la mano en esta crisis.
Leopoldo José Brenes, Arzobispo Metropolitano de Managua, creado cardenal por el papa Francisco en el consistorio del 22 de febrero de 2014, es de un hombre de humilde origen indígena. Nació en la ciudad de Ticuantepe, entonces municipio del departamento de Masaya, el 7 de marzo de 1949. Es el IVº Arzobispo de Managua, sucesor del fallecido Miguel Obando y Bravo; es II Cardenal de Nicaragua y IV Cardenal de Centroamérica. Ha sido enfático al asegurar que en Nicaragua no quieren la guerra, pero no ha dudado en calificar la crisis sociopolítica en que se encuentran sumidos, como una situación «más dura que la guerra» porque, a diferencia de los conflictos armados que ha atravesado el país en el pasado, los asesinatos que ocurren actualmente han sido «contra personas que iban caminando por la calle sin ningún arma o (contra) alguien detrás de una barricada, quizá con un mortero». Es una situación que «perjudica a toda la nación». Hace poco, el cardenal Brenes fue llamado por el Papa Francisco y acudió con todas las coordenadas de la crisis nicaragüense bajo el brazo.
Mons. Silvio José Báez pertenece a la Orden de los Carmelitas y es el obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Managua. También nació en Masaya el 28 de abril de 1958. Es doctor en Teología Bíblica por la Universidad Gregoriana de Roma, habiendo obtenido la nota máxima de summa cum laude. Su disertación doctoral fue publicada en el libro «Tiempo de callar y tiempo de hablar». Parece que los diferencia muy bien y que ve llegado el tiempo de hablar. Lo ha hecho en alta e inteligible voz, tomando partido por el diálogo pero en procura de la democracia que anhela el pueblo nicaragüense. Aboga por elecciones libres y transparentes y no vacila en pregonar el objetivo: “Es importante redemocratizar Nicaragua una vez más”.
A finales de abril pasado, Báez lanzó fuertes críticas al Gobierno de Daniel Ortega, al que calificó de una dictadura que irrespeta los derechos humanos utilizando un lenguaje intimidatorio. El obispo tiene claro que la única vía para que retorne la democracia a territorio nicaragüense es que el gobernante Daniel Ortega abandone el poder, luego de las protestas callejeras que dejan cientos de muertos y muchos más desaparecidos. Dijo sentir «un gozo inmenso de ver finalmente que el pueblo acallado y oprimido por tantos años ha despertado y se ha manifestado cívica y pacíficamente, deseando construir un nuevo país, pero, por otra parte, estamos con un sentimiento de tristeza de ver a tantos nicaragüenses caídos bajo la represión». En una entrevista manifestó: «en Nicaragua ha existido una dictadura desde hace muchos años”, pero identifica llegado el momento de que el Ejército y la Policía tienen que recluirse en sus cuarteles y que se inicie un diálogo que “abra una agenda generalizada en donde podamos abrir finalmente el camino para una Nicaragua democrática y en donde estén sentados todos los sectores del país”. En clara alusión a Ortega y su equipo, sentenció: “Esta gente tiene que abandonar el poder, que es el único modo de democratizar Nicaragua y de que este país vuelva a ser una república fundada en la justicia social y en la libertad para todos”.
Brenes y Báez representan a una Iglesia consustanciada con su pueblo, doliente por sus penas y cercana con todas sus consecuencias. Hoy lideran un catolicismo sembrado en el ADN de su gente, mucho más sencillo y, quizá por ello, sólido y profundo, que le confiere a la institución eclesiástica una ascendencia mayor que en otros países del continente.
La universidad
Otro dato importante es la consideración del papel de la UCA (Universidad Centroamericana), institución jesuita otrora defensora a ultranza del sandinismo. Hoy en día, su rector está completamente volcado en el respaldo al pueblo contra el régimen de Ortega, tanto, que ha denunciado amenazas contra su vida por parte de los paramilitares oficialistas. E incluso tanto, que el sacerdote José Alberto Idiáquez, rector de esa Casa de Estudios, representa lo que la Iglesia está arriesgando en favor de la paz en Nicaragua. El rector está amenazado de muerte por cobijar a las víctimas de la represión emprendida por el gobierno de Daniel Ortega y ha dejado claro que si le ocurriera algo, la orden vendría por parte del Ejecutivo.
En declaraciones para El País (España), el rector Idiáquez reafirmó el deber de la Iglesia de involucrarse a fondo en la crisis: “El papa Francisco ha sido claro al decir que tenemos que ser sacerdotes con olor a ovejas. Como rector de una universidad jesuita es mi responsabilidad estar al frente con todos los estudiantes. Después de todo lo que ha sucedido en Nicaragua, pienso que Ortega puede hacer cualquier cosa, incluso mandar a matar a quien sea. La masacre de las madres del 30 de mayo fue una salvajada que demuestra su desesperación y de lo que es capaz. Lo que sucedió ese día sirvió para comprobar que estamos con un Gobierno irracional, que no le importa matar a lo mejor que hay en un país, que es la juventud”.
El rector Idiáquez clama por “alguien que logre parar la dinámica de estos señores (Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo), que no asumen la responsabilidad de estar asesinando diariamente, desde el 18 de abril hasta esta fecha. Todos los días nos levantamos viendo cuántos murieron, o cuántos desaparecieron, o cuántos han sido torturados. Que a estas alturas no hayan parado de matar es un mal signo, una señal muy negativa, pareciera que su opción es imponer el miedo y el terror. ¿Quién puede gobernar matando gente? ¡Es imposible!”.
Pero sí es posible y él mismo es una referencia. El Padre Rolando Alvarado, líder de los jesuitas de Centroamérica, afirmó estar dispuesto a responsabilizar al Gobierno nicaragüense si le llegara a pasar algo al rector de la UCA-Managua, quien no titubea a la hora de apuntar con el índice: “Tengo claro que si me matan es el Gobierno el que habrá dado la orden o gente afín a ellos. Como jesuita y rector de esta universidad tengo la responsabilidad de hablar en este momento, porque nuestra misión no es solo estar en lo académico, es también proteger la vida”. Está dispuesto a todo y lo reitera: “El hecho de recibir amenazas no va a implicar que me van a callar”.
En este momento hay una gran confianza en la Conferencia Episcopal por el papel que ha jugado en el diálogo. Han sido los sacerdotes los que han hecho el gran trabajo de mediar para que no maten ni a policías ni a la población. Hay una gran valentía. Todos han puesto sus vidas en riesgo, junto al pueblo. Por el momento, Ortega no parece dispuesto a dejar el poder de forma pacífica. La impresión de los analistas es que la pareja Ortega-Murillo quiere dejar destruido el país. Obispos y sacerdotes bregan, por todos los medios posibles, para evitar más derramamiento de sangre y una guerra civil que hoy Nicaragua no podría resistir. Que Dios los acompañe.-