Por Ramón Guillermo Aveledo
Habrá quien celebre los problemas en la Unidad. No es mi caso. El único actor con verdaderas razones para alegrarse por algo así es su beneficiario: el gobierno.
Sería inútil ponerse a ensayar una distribución de responsabilidades en la situación actual de la oposición venezolana, así que no lo haré. Eso siempre será discutible. Prefiero poner el acento en lo que considero principal, la responsabilidad que tienen todos los líderes opositores, ante este país nuestro. Todos son todos. Presos o en libertad, inhabilitados o en pleno uso de sus derechos, exiliados o en territorio nacional, y sus partidos, en la actualidad reconocidos legalmente o no. Esta responsabilidad es una sola, tan clara de ver como difícil de ejecutar, generar una alternativa de cambio creíble nacional e internacionalmente y eficaz.
Ese es el reclamo nacional. A todos y todas. Nadie puede sentirse eximido. Sería ilusorio pretender resolver esta carencia, criticando los errores de los demás. Para tener razón no basta que el otro no la tenga. Y, acaso más importante, porque a la gente lo que le importa es ver una luz en esta oscuridad, sentir una seguridad de la cual agarrarse en esta incertidumbre.
Comprendo que en este momento de desánimo en una sociedad abrumada por las necesidades y baja en la confianza pública, aparentemente escasean los incentivos para unirse y tiente la supersticiosa idea de que es preferible un camino propio a resolver problemas tenaces e introducir cambios para actualizar, perfeccionar y hacer más eficaz y operativa una coalición amplia. Pero es deber de los políticos ver más allá de lo evidente.
Todos tienen que aportar a esa tarea común. Ninguno va a lograrla solo, como en esas confusiones en el área chica de los partidos de futbol donde de repente, alguien mete el pié con viveza y la pelota entra al arco.
La cuota mayor, no única, incumbe a los partidos que formaron la Mesa de la Unidad Democrática, porque en medio de la debilidad generalizada, ellos y sus líderes siguen representando la referencia con más reconocimiento y respaldo. Tal vez tengan entre sí un millón de diferencias pequeñas, medianas o incluso grandes, pero todas ellas sumadas equivalen a una mínima parte del deber de mostrar el camino para una opción de cambio a Venezuela. Y no hablo solo del llamado G4, aunque a sus participantes, precisamente por su mayor implantación se debe exigir más y mejor política. A otros sectores opositores, sean estos más cautelosos y posibilistas o con más fe en el poder de las definiciones rotundas y la voluntad política, toca evaluar sinceramente la viabilidad de sus iniciativas y decidirse a aportar sus talentos y capacidades a la tarea común. No ser la MUD no basta.