Por Cardenal Baltazar Porras Cardozo
Estando en la cima de su gloria y consciente de que no podrá ser por siempre triunfador, Zinadine Zidane se retira a tiempo; con lo cual se convierte en un ejemplo a seguir por su sensatez.
Aunque soy seguidor del Real Madrid desde mis años mozos de estudiante en Salamanca, no voy a hablar de futbol ni del equipo merengue ni siquiera de la vida del entrenador francés. Tomo pie de sus declaraciones al ganar por tercer año consecutivo la liga de campeones y otros cuantos títulos más, para referirme a la sensatez humana, a la aceptación de no ser un superdotado que estando en la cima de su gloria como entrenador, decide retirarse. Las razones que ha esgrimido indican la valoración positiva, en su justo medio, de estar consciente de lo difícil que es permanecer como triunfador y la necesidad de no defraudar a sus seguidores, pues hace falta entregar a tiempo el testigo para que otros recojan mejor fruto de lo que él sembró en su trayectoria como dirigente de uno de los equipos más exigentes del futbol mundial.
Su decisión ha sido objeto de mil conjeturas. Más allá de los entretelones, probablemente ciertos, que esconden decisiones como la tomada por Zidane, está la lección que nos deja. La tentación más seductora que tenemos los seres humanos es el de creernos indispensables e insustituibles. Esto lo vemos en casi todas las esferas de la vida cotidiana. Es mayor cuanto tenemos la sensación o la convicción de que somos los mejores y no nos queda sino «sacrificarnos» y buscar a como dé lugar continuar al frente de la institución que tenemos entre manos. Es la epidemia que ha florecido nuevamente en territorio latinoamericano en los líderes políticos. Buscar la reelección a toda costa, modificando la constitución o valiéndose de las triquiñuelas que ofrece el poder. El resultado, en la mayoría de los casos, por no decir en todas, es que se abre el apetito desenfrenado de dejar de lado los valores el respeto a los derechos de los demás, sobre todo los derechos a la vida digna y libre de los ciudadanos, para dar rienda suelta a la corrupción, el enriquecimiento ilícito, al abuso en todos los órdenes, bajo la careta de servir al pueblo y a sus intereses. Veámonos en las denuncias y averiguaciones, todas a posteriori, de unos cuantos presidentes de los países suramericanos de las dos últimas décadas, que llegaron al poder con la aureola de ser gente del pueblo, de esa izquierda supuestamente libre de polvo y paja. El resultado ha sido el contrario de lo esperado. Bajo el manto del populismo ha aparecido la cara oculta de una luna que no trajo luz sino tinieblas y un mayor empobrecimiento material y espiritual de los pueblos. A su vera, empresarios inescrupulosos como los asuntos ligados a esa super empresa brasileña Odebrecht que untó con sus comisiones más de un bolsillo sediento de mayor riqueza y obnubiló todo sentido de equidad y servicio al soberano.
En una oportunidad conversando con el presidente Carlos Andrés Pérez, cuando estaba a punto de ser destituido, le pregunté qué necesidad tenía de haberse lanzado por segunda vez a la presidencia, si con la primera hubiera pasado a la posteridad como un gran presidente y podía ser respetado por la ciudadanía. Me miró con rostro compasivo y me dijo una frase lapidaria que se me ha quedado muy grabada y explica mucho de lo que hemos dicho anteriormente: «cómo se ve Monseñor, me dijo, que usted no sabe lo que es el poder». Sucumbir a la tentación del halago del poder es una maquinaria que destruye conciencia y consideración por el otro. Necesitamos releer a Homero en la Odisea para tener presente que cuando los susurros del halago y la vanidad rondan sobre nuestras cabezas hay que hacer como Ulises, amarrarse al palo del mástil para que las melifluas melodías de las sirenas circundantes no nos arrastren al abismo y solo pensemos en nosotros y no en los demás. Hermosa lección de la épica griega que en la tradición bíblica nos recuerda que la medida de nuestras acciones está en el reclamo de Yahvé a Caín: «Qué has hecho de tu hermano». Ese es el termómetro con el que San Pedro, en su momento, nos preguntará en el umbral del cielo, para ver si somos merecedores a la gloria o a las pailas del infierno. Hoy Zinadine Zidane nos lo recuerda con su vida, con su testimonio, recordatorio de que somos polvo y en polvo nos hemos de convertir.