Por.- Jurate Rosales
Durante décadas, una de las condiciones para que un régimen comunista no se derrumbe, consistía en mantener cerradas las fronteras. Al abrirse la frontera, los días del régimen entran en cuenta regresiva.
A lo largo del siglo XX, la longevidad de la URSS se debió principalmente a su cierre de fronteras En toda la zona soviética, las fronteras hacia cualquier país no comunista eran vigiladas para impedir que la gente huyera. El caso más visible y famoso, fue el Muro de Berlín. La población sólo despertó cuando tumbó el muro y se percató que existía otro modo de vivir.
Uno de los chistes más populares en la era soviética versaba sobre la imposibilidad de salir del país. Cuando el dictador de turno fue Brezhnev al que se le atribuía una debilidad por las bailarinas, el chiste era que decía a su amante: ‘ mi amor, pídeme lo que tú quieras’. La bailarina le pide: ‘abre por media hora todas las fronteras’. Brezhnev exclama: ‘Mi amor, ahora sí sé que me amas. Quieres que nos quedemos los dos solos’.
En Cuba, por tratarse de una isla relativamente alejada de cualquier frontera, se facilitaba la vigilancia: la propia situación geográfica impedía la huida por vía marítima. Sin embargo, los balseros siempre existieron y siempre hubo quienes trataron de abandonar la isla al riesgo de sus vidas.
¿En qué, entonces, se diferencia Venezuela, cuando todo parece continuar el guión cubano o el anterior, el soviético? Creo que algo que la centenaria experiencia comunista no había previsto en el caso de Venezuela, es la porosidad de sus fronteras. Los intentos que en el pasado hizo Maduro de cerrar la frontera con Colombia, sólo aumentaron y encarecieron el contrabando que resultó imparable. El problema es importante, porque una de las condiciones de la larga sobrevivencia de los sistemas comunistas, siempre había sido la prohibición de salida del país, para mantener a la población aislada y sujeta a la opresión policial.
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Pasemos entonces al momento actual, cuando el régimen venezolano empieza a sufrir de las inevitables carencias, principalmente en materia de alimentos, propias de todos los regímenes comunistas tradicionales. Se acabó el maná del petróleo destruido por el gobierno, vino el hambre y aumenta el número de la gente que huye de las penurias. Allí no hay nada nuevo, salvo que si bien lo vi pasar en todos los países comunistas, en Venezuela aparecieron dos circunstancias imprevistas: existe la facilidad física de cruzar las fronteras fuese legal o ilegalmente, y en toda América Latina está la comodidad de un idioma común (el español) o muy afín (el portugués), lo que facilita el contacto con el país vecino y aumenta el número de refugiados.
Según el más reciente informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en Colombia hay actualmente 1,1 milllón de refugiados venezolanos, en Perú 180 mil, en Ecuador 99 mil, en Roraima, Brasil, 57 mil. Llegan por cualquier medio, muchos caminando kilómetros y kilómetros a pie, lo que permite medir su grado de desesperación.
Veo, muy aumentada por el número de la gente, la repetición de una película vista hace muchos años, sujeta a las mismas causas: destrucción de la producción y aparición de las penurias. A los 20 años de régimen chavista en Venezuela, los medios informan que se han expatriado 2 millones de venezolanos.
En esa cifra inmensa de expatriados está la diferencia comparativa con los casos de épocas pasadas. Primero: que ese número de refugiados pasó a ser un problema para los países vecinos, que terminarán reaccionando. Segundo, porque contrariamente a los ejemplos vividos en Europa y Asia, el avance cultural de Venezuela, su situación geográfica y riqueza del subsuelo, no permiten hoy que la población pueda quedar aislada del resto del mundo como lo fueron durante casi un siglo los habitantes de la Unión Soviética y lo ha sido por décadas, la población de Cuba. Venezuela está preñada de contradicciones que su régimen no puede dominar.
Así que después de hablar de las similitudes históricas, pasemos a las imposibilidades actuales que Maduro intenta solucionar mezclando dos ingredientes incompatibles. Su más reciente intento de unir aspectos tan contradictorios como un cambio libre del dólar (moneda firme), con lo etéreo de un fantasmagórico petro, terminará siendo una pugna donde cada lado lleva la semilla de la destrucción del otro. Lo grave es que Venezuela, atrapada en esa contradicción insoluble, es hoy la trágica víctima de un imposible ensayo, condenado a fracasar.