Represión y castrismo

 

Por.- Elizabeth Burgos

-Torturas al estilo cubano.

Desde hace veinte años  Venezuela vive bajo un clima de sorpresas y sobresaltos. Mantener un contexto de crisis permanente es la clave principal de la perennidad del régimen castrista. Desde 1959 el mantenimiento de un estado de  crisis permanente en Cuba con el objeto de tener a la población “en guardia” contra la “invasión del imperio”, le impide a la gente pensar en la penuria y en la instalación de un régimen totalitario.  Es el empeño de suscitar en permanencia crisis a nivel regional, (desde guerra de guerrillas, rebeliones universitarias, intelectuales “orgánicos” regidos por La Casa de las Américas) para diversificar la atención del “imperio” y para que Cuba deje de ser objetivo principal. Hoy, mientras Cuba trata de consolidar una fachada de reformas para paliar las consecuencias de la crisis económica venezolana buscando salvar el sistema, Nicaragua y Venezuela ponen los muertos.

Cuarenta años de democracia forjaron un imaginario, una manera de percibir el mundo, modelados por un orden democrático. Un modelo que se rige por una temporalidad, marcada por períodos determinados por las leyes y lapsos de tiempo en sintonía con el devenir de los ciudadanos. Se eligen presidentes por un período determinado.  La alternancia permite elegir a otro, incluso, de otra tolda política. De igual manera sucede con los poderes regionales y municipales.

La instauración en Venezuela desde 1998 de un modelo de régimen político diseñado por el castrismo, de carácter vitalicio, continental y mundial (Hugo Chávez dixit), ha trastocado la percepción del contexto político del venezolano. Y pese a la dramática experiencia que vive la población, la oposición no parece percibir aún la naturaleza, características y especificidad del régimen al que se opone.  

No deja de extrañar que tras veinte años viviendo bajo un régimen diseñado en La Habana y a pedido de Hugo Chávez, (recomiendo consultar el discurso de Chávez en diciembre de 1994 en su primer viaje a La Habana en el que prometió “alimentar a Cuba, para que esta lo ayudara con su experiencia” a realizar en Venezuela el modelo cubano, para lo que se “necesitaba cuarenta años” para cambiar las mentalidades), significa que el régimen de Maduro necesita ganar todavía veinte años; así logrará formar nuevas generaciones reducidas a aplaudir a la dirigencia y a “resolver” la penuria : la democracia no será ni siquiera un recuerdo lejano. La docilidad se convertirá en la norma de comportamiento, las remesas que enviarán del exterior los exiliados, ayudarán a sobrellevar  las penurias. El cambio de mentalidades, inexorablemente, se impondrá. El carnet de la patria garantizará la permanencia del régimen.

Responsables y analistas políticos, incluso investigadores de alto nivel académico, continúan tomando como referencia al gobierno del general  Pinochet para explicar la naturaleza del régimen de Maduro. A raíz del cariz perverso de la captura de Juan Requesens, han subido el tono y han dirigido la mirada hacia el régimen de Hitler. Acuden a  Goebbels, por su empleo de técnicas modernas de manipulación de masas, como si no bastaran las desarrolladas por Fidel Castro que los hipnotizó durante medio siglo. Basta recordar el desfile de presidentes de la república, incluso europeos (François Hollande), que acudían a rendirla pleitesía al “Comandante en Jefe” durante sus últimos años de vida.  Otros, hasta ahora renuentes a referirse al comunismo, han dado el paso y han mencionado el elemento ideológico del comunismo en la manera de la aplicación de la tortura psicológica que manifiestamente le han aplicado a Requesens. Han recordado el caso de Arthur London, comunista checo, vice-ministro de relaciones exteriores bajo el régimen de Stalin, que se hizo célebre por su libro Confesión y la posterior película que le inspiró ese libro a Costa Gavras, en el que narra su experiencia de autoinculpación de “agente del enemigo”, en el marco de uno de esos tantos procesos celebrados durante el período estalinista. Lo curioso de esos intentos de explicación es la ausencia de ejemplos cubanos. Ni siquiera se menciona la cercanía con Cuba, y el hecho de que las técnicas de manipulación y de represión que se están aplicando en Venezuela, son producto de un aprendizaje de técnicas aprendidas, precisamente en Cuba.

Lea también: ONG española denuncia violación de DDHH en Venezuela

La represión en un régimen totalitario forma parte de su doctrina militar, por lo tanto, existe una escuela de entrenamiento destinada a formar personal especializado en técnicas de represión en la que se entrenan militares y miembros de los aparatos policiales venezolanos desde hace veinte años.  Lo procedente debería ser entonces, referirse al ejemplo cubano. No hay necesidad por lo tanto de recurrir a los ejemplos de la  Alemania de Hitler, ni al la dictadura de Pinochet para ilustrar la política represiva del gobierno de Maduro.

Existen innumerables ejemplos de las técnicas de represión empleadas por el régimen castrista, incluso, desde la Sierra Maestra, en donde se instauró la pena de muerte y era aplicada de manera cotidiana, mucho antes de la llegada al poder de los hermanos Castro. Tomaría demasiado espacio, enumerar los diferentes ejemplos de la “justicia revolucionaria” castrista. Mencionaremos los más conocidos, porque el tema es demasiado amplio. Se trata simplemente de informar sobre un tema que atañe directamente la vida de los venezolanos para que perciban el grado de tecnicidad que están adquiriendo los expertos criollos encargados de la represión. Lo analiza a perfección el gran especialista sobre la formación de los revolucionarios latinoamericanos, Louis Mercier Vega, La révolution par l’État,  una obra maestra siempre vigente sobre el tema. En relación a la  especificidad del castrismo afirma que: ”reinventó una nueva categoría de dirigentes, gerentes, administradores, procedentes de todas las categorías sociales, elevándolos a niveles diversos del aparato del poder, desligándolos del sus medios de origen. Estos ya no son los intérpretes de los intereses o deseos de sus grupos sociales, sino al contrario, transformándolos en agentes de ejecución de las decisiones tomadas en la cima del poder”: en Venezuela, la cima del poder es La Habana. Este esquema erradica el sistema endogámico y de complicidades en los estratos de la élite que siempre ha existido en la Venezuela republicana. De allí que la buena voluntad de la élite dirigente de la oposición, choque contra un muro y no logre establecer un diálogo y negociar  con el poder. Ya la endogamia y la complicidad no funcionan dentro de ese nuevo esquema. O adhieres, o eres enemigo: de allí que la opinión pública, bloguista o tweetera, intuya (cosas de la inteligencia colectiva que se le deberían tomar en cuenta en lugar de reprocharle), que el diálogo no funciona, y los acuse, seguramente de manera injusta,  de traición. Pero al igual que Tocqueville, que al final de su celebre ensayo, De la democracia en América, dice que percibe una especie de opresión que amenaza a los pueblos democráticos, y que no se parece en nada  a lo ya conocido , y que él mismo no logra darle nombre; algo que anula “el libre arbitrio; que encierra la voluntad en un pequeño espacio; y poco a poco le arrebata al ciudadano hasta el uso de sí mismo”, también la intuición de los ciudadanos que vierten críticas ante lo inexplicable y no explicado, no encuentran las palabras para definir lo que les está sucediendo, pero sin embargo, perciben que algo no encaja.

 

El juicio más sonado en los inicios del régimen castrista, fue el de los pilotos en febrero 1959, que marcó la pauta de la “justicia” que iba a imperar e impera todavía en Cuba. Cuarenta y tres pilotos, miembros de la aviación del Ejército Nacional, acusados de “genocidio” fueron juzgados por un tribunal revolucionario. Absueltos por el mismo tribunal, Fidel Castro ordena invalidar el fallo. Fueron juzgados de nuevo y condenados a 30 años de trabajos forzados, pena abolida en Cuba desde 1902. El presidente del tribunal que los absolvió, siendo Comandante del ejército Rebelde castrista, se suicida tras el nuevo veredicto. El abogado defensor de los pilotos, hecho prisionero fue  sometido a hostigamiento durante toda su vida.

El famoso juicio a “Marquitos”, en 1964, un ex miembro de la Juventud Comunista de Cuba (del antiguo partido comunista, Partido Populista Popular  – PSP), acusado de haber delatado a unos jóvenes miembros del Directorio Revolucionario que habían intentado asesinar al entonces presidente, el general Fulgencio Batista. Más que demostrar la culpabilidad de Marquitos, el trasfondo del juicio era el de implicar a Joaquín Ordoqui, miembro del PSP, vice ministro de la Defensa, que el tribunal acusaba de haber protegido a Marquitos. Fidel Castro, después de haber utilizado los buenos oficios del PSP para establecer relaciones privilegiadas con Moscú, deseaba deshacerse  de esa influencia que disminuía la hegemonía de su poder. A Marquitos, por supuesto se le aplicaron todas las técnicas de la Stasi (tortura blanca, drogas, etc) para que confesara. Fue fusilado inmediatamente. Un amigo de Marquitos, Jorge Valls, que asistió al juicio, se levantó clamando su inocencia, fue condenado a 24 años de cárcel que cumplió hasta el último día. Experiencia que consignó Jorge Valls en uno de los mejores libros sobre las cárceles cubanas bajo el castrismo.

Ordoqui se libró de la acusación, pero poco después un documento llegó a las manos de Castro, que demostraba que Ordoqui había “colaborado” con la CIA durante su exilio en México. Hecho poco creíble dado el grado de relación de Ordoqui con los soviéticos.  Gracias a la intervención de Moscú no fue condenado a muerte. Sufrió arresto domiciliario hasta su muerte.

El encarcelamiento del poeta Heberto Padilla (1971), escritor totalmente identificado con la revolución, por haber escrito un libro de poemas, Fuera del Juego,  que sugería criticas a la revolución, sometido a una confesión pública confesó todo cuanto le dictó el aparato policial, hasta acusó a su mujer, amigos etc. en cumplimiento del dogma castrista: “Dentro de la revolución, todo. Contra la revolución, ningún derecho”. A partir de ese juicio, ningún escritor cubano se atrevió a escribir algo sospechoso de crítica. La posición de los intelectuales se fisuró frente al caso Padilla. García Márquez rehusó firmar una carta en protesta por esa detención. Sí firmó Mario Vargas Llosa, Sartre y Simone de Beauvoir. Julio Cortázar, firmó la primera carta, pero luego se desdijo.

El general Arnoldo Ochoa, se auto acusó del delito de tráfico de drogas, siendo totalmente inocente, en aras de “salvar la revolución”. Al teniente coronel Antonio de la Guardia, que sí traficó con drogas por orden de Fidel Castro, se le ordenó se auto acusara “para salvar a la revolución”, que el “asunto quedaba entre nosotros”. Es decir, que lo sacarían durante algún tiempo de la esfera pública, hasta que se olvidara el caso. Ambos fueron fusilados.

Innumerables son los testimonios de ex presos políticos cubanos sometidos a tortura y a encarcelamientos de más de 30 años. El uso de los excrementos, como lo hicieron con Leopoldo López y ahora con Juan Requesens, es una vieja técnica cubana utilizada en la primera fase del castrismo, en el Presidio Político de Isla de Pinos que albergó 15.000 presos políticos entre los años 1959-1967. Celdas de castigo, campos de trabajo forzado, torturas, eran el pan cotidiano del tratamiento que sufrían los presos. A los “plantados”, término utilizado por los presos que se negaban a ejecutar los trabajos forzados, se les obligaba a bayonetazos a ingresar a las cloacas por donde se evacuaban las heces fecales de la inmensa prisión. Es una técnica seguramente estudiada por el cuerpo de psicólogos adjunto al Ministerio del Interior cubano (MININT), experto en torturas y en métodos de ablandamiento de prisioneros.

Vale la pena recordar a los miles de “alzados”,  – “bandidos” según la apelación del régimen -. en su mayoría campesinos, que tomaron las armas contra Castro desde el mismo año 1959, contrarios a la reforma agraria que les negaba la propiedad de la tierra y los convertía en empleados del Estado mediante cooperativas. El último alzado fue apresado y fusilado en 1966.

Un poco largo este recuento en momentos en que la lectura ha cobrado el formato del Tweet. Pero creo necesario, aunque de manera somera, un cierto conocimiento de la historia del castrismo, que es también ya parte de la historia de Venezuela.