Por Leopoldo Puchi
***El gobierno ha tomado medidas correspondientes a un programa de estabilización macroeconómica para facilitar el funcionamiento de la dinámica capitalista.
Desde un punto de vista político, las recientes medidas anunciadas pueden ser consideradas como un acto de gobernabilidad, al mostrar al Presidente en condiciones de conducir y orientar el rumbo económico del país, responsabilidades en las que el Gobierno se mostraba debilitado y arrastrado por la inercia, en medio de un descenso acelerado de las capacidades productivas del país y de un devastador proceso inflacionario.
Más allá de la evaluación detallada de las medidas, puede decirse que se ha producido un movimiento sobre el tablero y que la rigidez le ha cedido el paso a nuevas políticas, lo que ha generado grandes expectativas en las bases del sector gubernamental por el aumento salarial, pero también ha acelerado temores en las capas sociales de oposición, a pesar de que el programa adoptado reúne compromisos que hacen parte de lo esencial de las propuestas provenientes de ese campo, como la adopción de un sistema cambiario flexible, la limitación de la emisión monetaria, la reducción del déficit fiscal, el aumento del precio de la gasolina y compensaciones sociales por medio de subsidios directos.
Al analizar los cambios anunciados en las políticas económicas es necesario tomar en consideración que se trata de un gobierno que se define como socialista, de modo que es natural que le de relevancia al aumento salarial y al discurso social a la hora del aumento de la gasolina o de decidir la devaluación.
Pero al margen de estos aspectos, es indudable que se han tomado medidas correspondientes a un programa de estabilización macroeconómica para facilitar el funcionamiento de la dinámica capitalista. Es el reconocimiento de que es la racionalidad del capital la que guía las leyes de la economía actual y que ignorarla tiene consecuencia desastrosas en la producción de bienes y servicios.
Desde una óptica socialista dogmática, los cambios realizados pudieran ser considerados por el sector gubernamental solo como una retirada defensiva o jugada táctica. Pero asumir el viraje realizado en estos términos pudiera representar una gran equivocación. La experiencia histórica de los diversos intentos de transformación socialista enseña que se requiere de un tiempo prolongado para que se construyan y se hagan predominantes nuevas relaciones sociales de cooperación en la sociedad en condiciones de sustituir la lógica del capital.
Por supuesto, los cambios pueden acelerarse, pero sin desconocer las realidades. Una de ellas es que la capacidad de producción del país, en una economía mayoritariamente privada e inserta en el mercado, depende de la estabilidad de las variables macroeconómicas. Como lo indicaba Otto Bauer: “No hay que destruir el sistema capitalista de producción sin establecer, al mismo tiempo, una organización socialista que tenga la facultad de producir bienes al menos con la misma efectividad”. Esta advertencia la hacía el líder socialista austríaco ya a principios del siglo pasado. Hoy es de absoluta actualidad en nuestro país.