Por Jaime Granda
***Lo peor en países subdesarrollados no es salir de la cárcel para asumir el poder, sino salir del poder para ir a la cárcel.
Transitando el siglo XXI, según el calendario gregoriano, es indudable que hay que revisar en muchas facetas el comportamiento humano en su relación con el poder, sea económico, político, religioso o social.
Los programas educativos no deberían enfatizar tanto en el éxito de los héroes nacionales o mundiales, sino en equilibrar las experiencias de los exitosos y de los no exitosos para que los niños aprendan qué es lo dominante para conseguir lo que se ha demostrado que es lo mejor para todos.
Para empezar hay que asumir que los países o lo pueblos donde persiste una relación casi permanente entre el poder y la cárcel son países con problemas de desarrollo.
En vez de descalificar y acusar de inhumanas a las sociedades donde el camino del poder es para los mejores, deberíamos observar los buenos resultados que tienen esas sociedades.
Está totalmente demostrado que en los países donde no se ha superado esa relación entre la cárcel y el poder, la superación es vacilante. Un tiempo tienen un gobierno bueno o regular, y de repente aparece alguien para quien el poder es solo para satisfacer sus pasiones.
Abundan los países donde los encarcelados de esos gobernantes personalistas acumulan méritos para luego asumir el poder y hay ejemplos de encarcelados convertidos en gobierno que han resultado muy buenos para sus pueblos.
Como muestra podemos mencionar a Lech Walesa, sindicalista en los astilleros de Polonia, quien estuvo preso desde mediados de 1981 hasta noviembre de 1982 por enfrentar, con su grupo Solidaridad, a un gobierno títere de Moscú.
En las elecciones presidenciales de diciembre de 1990, Lech Walesa, artífice de una transición pacífica del comunismo a la democracia pluralista a través del diálogo, obtuvo la presidencia de Polonia, cargo en el que en 1995 le sucedió Aleksander Kwasniewski. En 1987 Mandela publicó el libro “Un camino de esperanza”.
Inevitable agregar el caso de Nelson Mandela, activista y político surafricano que lideró los movimientos contra el apartheid y que, tras una larga lucha y 27 años de cárcel, presidió en 1994 el primer gobierno que ponía fin al régimen racista.
Tanto Walesa como Mandela han pasado a la historia como gobernantes que cumplieron con las expectativas de quienes los eligieron y sus gestiones ayudaron a mejorar a sus pueblos.
Lo ideal es que los pueblos mejoren día tras días en las relaciones de gobernantes y gobernados. Que los gobernantes aprendan a que el poder no es eterno y es necesaria la alternabilidad. Que en cada país siempre existan las condiciones necesarias para que las mayorías puedan apreciar el desempeño de sus líderes para evaluar quién merece ser gobernante. Pero también debe haber aprendizaje de las mayorías para acabar con la búsqueda de un Mesías que generalmente surge sin ninguna trayectoria política. En todo caso, la lección es que se puede salir de la cárcel para ir al poder, pero lo peor para todos es salir del poder para ir a la cárcel como está ocurriendo con varios gobernantes latinoamericanos. Esa lección no deben dejarla de lado aquellos gobernantes que todavía pueden salvar parte de su honor y beneficiar a sus pueblos.