Por: Alberto D. Prieto
¡Qué pereza me da! De verdad que me apetece nada ponerme a juntar letras sobre el tema de la semana. Tenemos un presidente del Gobierno cuya tesis doctoral es un pastiche de artículos copiados, autoplagios, gráficos afanados de aquí y de allá y referencias sin citar de textos públicos legales. ¿Importa eso? Hombre, sí. Indica que es un caradura.
El presidente del Ejecutivo mantuvo oculta su tesis dentro de un cajón de la biblioteca de la Universidad que le dio el título hasta que OKDIARIO primero y otros medios después empezaron a publicar, con pruebas incontrovertibles, lo anterior. Su reacción fue amenazar por Twitter con demandas a quien no se retractara, publicar en su Instagram una foto que sus hijas lo quieren mucho y glosar en su Facebook aquellos años en que fue profesor mientras se subía y bajaba del Congreso como diputado suplente. ¿Eso es grave? Pues a ver, explicaciones no ha dado —de ésas con preguntas en el Congreso o ante la prensa—, sólo se ha enfadado mucho.
Pedro Sánchez leyó su tesis ante un tribunal de cinco miembros que, según los cogieras, te daba que dos eran doctores novatos de un año, tres no eran expertos en la materia, y otro par de ellos habían firmado artículos con él en revistas especializadas. Incluso uno de esos artículos estaba reproducido en la tesis, sin entrecomillar ni citar —uno de los autoplagios de los que hablábamos antes—. Junto a su directora de tesis también había publicado algún texto antes de que el tribunal le diera un sobresaliente cum laude. ¿Incumple todo esto alguna norma? Todas las consultadas, por lo que se ve.
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La tesis del jefe de Gobierno, ésa que lo hizo doctor, fue seguida un año después por un libro que es en un 66% —seis de nueve capítulos— exactamente igual, letra a letra. El tomo, curiosamente, está firmado en común con otro escribano, precisamente el exjefe de gabinete del último ministro socialista del asunto. El mismo exmiembro del Gobierno del que muchos compañeros periodistas han contado que un día, en un corrillo, les confesó que esa tesis se había hecho “al 80%” o “al 90%” —según las versiones— “en el departamento de estudios del Ministerio de Industria”. La presentación pública de ese libro heredero del tocho escondido sirvió como trampolín de campaña electoral para las primarias del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que auparon a Sánchez a la secretaría general. ¿Apesta todo esto? Como un campo de estiércol.
Pero aquí lo que importa no es lo que pasa, sino que no se cuente. En esta era del big data no es tan relevante la verdad como sus efectos en las encuestas, y en realidad a nadie le importa si la mujer del César parece más o menos casta, incluso nos da igual que, de hecho, sea un putón. Basta que no se publique.
Me preguntaba el otro día mi opinión sobre el asunto una amiga más antigua que la Universidad del doctorado del presidente. La reproduzco a continuación, textualmente (fue una conversación por WhatsApp): “Que la tesis la compró, que quien se la vendió era un cutre (o su precio muy bajo… o ambas cosas), que ha cambiado el listón de exigencia ética, que conozco varias personas que hicieron lo mismo (comprar, copiar… tesis, TFMs y demás) y que este país tiene lo que se merece”.
Insisto, es opinión, no me vaya a caer a mí también una demanda. Pero es que lo he visto, porque en mi máster de marketing digital de hace un año —que me costó un dineral y me valió el último clavo en el ataúd de mi matrimonio— yo también escuché ofertas… Y creo que tenemos lo que nos merecemos no sólo porque exigimos al político lo que nosotros no hacemos —somos el país que paga al fontanero sin factura para ahorrarnos el IVA—, sino porque basamos el prestigio en la apariencia —oiga, que soy doctor… ¡un presidente doctor!—.
Habrá quien de verdad se haya creído que un diploma universitario es un ascensor social. Pero no. Claro que se te abren antes las puertas si tienes un título de prestigio que emparente con aquello en lo que buscas trabajo. Pero la verdad es que cruzar los umbrales adecuados en la vida sólo depende de uno mismo.
Para empezar, uno puede elegir entre estudiar, leer, aprender y profundizar o acumular diplomas de baratillo juntando amiguetes en tribunales para que le pongan sello de oro a un cortapega de manual. Para continuar, no conozco empresario que se coma un imbécil en su oficina por mucho doctorado que le luzca en la tarjeta de visita.
Y para concluir, debo decir que sé —y esto lo veo cada día con mis ojitos y se lo transmito a mis hijas— que para triunfar lo primero es trabajar duro en eso que te gusta y, si no, en dejar lo antes posible ese empleo que te mata. Pero siempre a fondo. ¿No nos pasa a todos que la gente que más admiramos es la que lucha? Yo conozco unos cuantos, y quiero estar a su lado, se aprende cosa bárbara. Pero si de lo que hablamos es de ascensor social, hay fontaneros sin currículum dopado, que sí cobran con IVA y que ganan tres veces más que yo al mes. Porque por muchos títulos que otros queramos acumular, ellos son los mejores en lo suyo, dan un servicio excelente y una vez que los conoces no quieres a otro.
Y ¿qué quieren que les diga? Yo también copié en algún examen —¿hay alguien en la sala que pueda tirar la primera piedra?—, así que si mi presidente del Gobierno fuera como ese fontanero caro, diligente, experto y esforzado, le podría perdonar que se haya sacado el doctorado en una tómbola universitaria. Pero es que por eso mismo me daba pereza escribir, porque no sé qué lamentar más, si que la tesis no sea tal o que el supuesto autor ni lo parezca.
Alberto D. Prieto es Corresponsal Internacional de OKDIARIO