Por Ramón Guillermo Aveledo
***Que el peor momento para el gobierno sea, al mismo tiempo, el peor momento para la oposición, es un regalo inmerecido para aquel y una injusticia con el pueblo venezolano.
Desprestigiados internacionalmente tanto sus políticas como sus dirigentes, señalado más de uno por cargos infames, con la credibilidad tan baja que ni siquiera sus aliados, aquellos que más tienen qué agradecerle, se atreven abiertamente a quebrar una lanza por él, el gobierno enfrenta afuera una situación que debilita sensiblemente su posición y reduce sus posibilidades, si de aquí en adelante ocurriera el milagro de que rectifica radicalmente y empieza a acertar en sus decisiones, pueda conducir una recuperación del país y se estabilice.
Adentro el cuadro no es mejor y no puede serlo. A su paquete económico de decisiones políticas nadie le arrienda la ganancia. No le hace cosquillas a la hiperinflación, a menos que sea para acelerar su crecimiento destructor del consumo, el ahorro y la inversión. No frena la devaluación, aunque la que decretó ya es de una magnitud sin precedentes en toda la historia de la República. No ayuda la producción. Las medidas no ayudan en nada al venezolano, sea consumidor o productor, padre o madre de familia. Que la gente no entienda de macroeconomía no quiere decir que no la sufra. La está sufriendo y mucho, y la sufrirá más, en su lucha titánica de afrontar la cotidianidad.
En esta situación se metió el gobierno de Maduro solito. Porque no quiso, no pudo o no supo enmendar el camino que consiguió trazado. Porque cada decisión que tomó y cada indecisión en la que se dejó atrapar, lo que hicieron fue empeorar las cosas, perjudicar a la gente, patentizar la indiferencia que ante el drama que vive el pueblo entero, muestra el pequeño y ensoberbecido grupito que ha privatizado el Estado para su exclusivo beneficio, sencillamente porque la crisis ni lo roza.
Aunque naden en dinero como Rico MacPato, los arrogantes jefazos de la nommenklatura colorada saben de su soledad, entienden que la maña de la propaganda y la trampa y la fuerza de la intimidación no los ponen indefinidamente a salvo del reclamo popular. Pero tienen una ventaja, una sola, que es la desunión política, estratégica y organizativa de fuerzas opositoras que, por eso mismo, se debilitan. Cada una puede alegar su pretexto para no reunirse a las otras, pero la realidad es que su responsabilidad elemental es atreverse a entenderse y recuperar la iniciativa, en vez de complacerse con el aplauso, real o virtual, del graderío electrónico. Haciendo daño a quienes deberían ser sus aliados, se hacen daño.