Por.- Roberto Mansilla Blanco/ Corresponsal en España
La actual revolución “neoconservadora” y de populismos de derechas que a nivel global parece estar imponiéndose en diversos procesos electorales, desde Donald Trump en EEUU hasta Jair Bolsonaro en Brasil, bien pudo tener su génesis en 1999, con la llegada de Vladímir Putin al poder en Rusia.
La política internacional está viviendo un renacer de los liderazgos “neoconservadores”, con tendencia a soluciones demagógicas y populistas. Ya conocíamos los casos desde los populismos de izquierdas como han sido el “chavismo”, el “kirchnerismo” o PODEMOS en España. Pero en los dos últimos años hemos observado el ascenso, cada vez más decidido, desde distintas vertientes de las derechas.
La atención mundial hacia esta ola radical y reaccionaria, manifestada políticamente a través del actual ciclo electoral, se concentró principalmente en la figura de Donald Trump en EE.UU. La última expresión ha sido el fulgurante ascenso del ultraderechista Jair Bolsonaro en Brasil. No obstante, un análisis más detallado de este fenómeno implicaría observar con atención que esta ola “neocon” muy probablemente comenzó hace dos décadas en el Kremlin.
En el poder desde 1999, inicialmente como primer ministro y posteriormente como presidente (con otro breve interregno como primer ministro entre 2008 y 2012), el artífice de este renacer del conservadurismo a nivel mundial bien podría estar enfocado en el actual mandatario ruso Vladímir Putin.
Así, Putin encarnaría, directa o indirectamente, el renacer político de estos valores conservadores, particularmente contrarios a los recientes avances de políticas progresistas e igualitarias, con expectativas de procrear contrapesos cada vez más radicales y reaccionarios hacia el establishment político global.
Estas expectativas se observan con mayor nitidez ante el reciente ascenso de liderazgos con características similares, como son los casos de Trump, del primer ministro húngaro Viktor Orban, de su homólogo italiano Matteo Salvini, de los presidentes filipino Rodrigo Duterte y del turco Recep Tayyip Erdoĝan, y de los candidatos ultraderechistas Marine Le Pen en Francia y Jair Bolsonaro en Brasil.
Estos liderazgos comparten rasgos de similitud que obligan a reflexionar sobre el impulso de ciertos instrumentos clave a la hora de llevar a cabo esta agenda “neoconservadora” una vez logren alcanzar el poder.
En perspectiva, estos liderazgos “populistas de derechas” buscan solapar los cimientos del sistema de democracia liberal representativa hacia uno de mayor concentración de poder en torno a un líder fuerte y autoritario, a través de un sistema electoral de carácter plebiscitario, más “directo y participativo”, igualmente similar al del “chavismo”. Toda vez, este fenómeno busca contrarrestar el peso de las políticas progresistas, en particular ante lo que consideran como una presunta desarticulación de los denominados “valores tradicionales”.
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Esta tendencia impone el perfil de un líder fuerte, decidido y autoritario, provisto de un lenguaje directo y “políticamente incorrecto”, en algunos casos con ciertos matices, así como de la preservación vital de ideas y valores tradicionales en temas sensibles que han generado fuertes controversias a nivel internacional, como son la familia, la religión y la identidad sexual e racial.
La nueva “revolución rusa”
Con destreza e igualmente considerables dosis de pragmatismo, Putin logró acicalar un nuevo sistema político en Rusia, donde el conservadurismo supone la pieza estratégica de cohesión y de legitimidad.
Un factor clave en esta perspectiva es la estratégica relación de Putin con la Iglesia Ortodoxa rusa, determinante en la consecución de la legitimidad social a este sistema “putiniano”. Por tanto, en la “era Putin”, el peso de la religión ortodoxa dentro del Estado y de la sociedad rusas viene siendo cada vez más preponderante.
La defensa de Putin de los valores tradicionales (familia, patria, religión, sexualidad) corre paralelo con su rechazo a un sistema liberal que considera obsoleto y aparentemente incapaz de afrontar los retos sociales de la actualidad. Toda vez, Putin interpreta que el liberalismo y la ideología secular son posibles procreadores de inestabilidad moral y de caos.
Debe observarse que, dentro de esta perspectiva de Putin por impulsar desde el poder una especie de “revolución neoconservadora”, bien pudo influir la necesidad de evitar reproducir en la Rusia actual, la repetición de los difíciles años de presidencia de su antecesor, Boris Yeltsin, en la Rusia que nacía tras la implosión de la URSS (1992-1999). Un período en el que el país se vio prácticamente sumido a los imperativos occidentales.
Por tanto, tomando en cuenta la legitimidad social a sus ideas traducida en sus sucesivos triunfos electorales, Putin construye un conservadurismo activo con la pretensión de dotarlo de un cuerpo ideológico consistente y resilente, capacitado para “revolucionar” el sistema sociopolítico ruso, con expectativas incluso de irradiación exterior. Se ampara, por tanto, en preservar y actualizar valores tradicionales aún persistentes en la cultura rusa, en particular aquella máxima de “autocracia, ortodoxia, nación”.
Esta máxima cobró fuerza dentro de la cultura popular rusa a partir del siglo XVIII, en clara contraposición por los gustos europeos de la aristocracia y de la intelectualidad rusas. Estos principios de “autocracia” (particularmente del entonces incontestable poder del zarismo), “ortodoxia” (la preservación de la herencia cristiana bizantina) y de “nación” (como cuerpo indivisible dentro del entonces imperio ruso) configuraron un pensamento propio que influyó fuertemente en el posterior nacimiento del nacionalismo ruso como expresión política.
Toda vez, el sistema “putiniano” refuerza conceptos tradicionales como el “Estado-nación” y la identidad y cultura nacional, necesitados de preservar ante las “amenazas” contra la civilización propia aparentemente provenientes del fenómeno de la globalización y de las posturas liberales y multiculturales.
Estas perspectivas “putinianas” igualmente tuvieron su irradiación en otras latitudes, como fue el caso del “chavismo” y de la “revolución bolivariana” de Hugo Chávez en Venezuela a partir de 1999. Existe una perspectiva de coincidencia en este caso, ya que Chávez y Putin llegan al poder el mismo año (1999) en el que se expanden con fuerza los movimientos antiglobalización.
No obstante, si bien Chávez encarnó esta reacción a la globalización neoliberal particularmente desde la izquierda, a través del fracasado modelo del “Socialismo del siglo XXI”, Putin más bien lo ha venido haciendo desde una perspectiva conservadora y del capitalismo liberal y estatal, criticando al establishment del sistema predominante, pero sin necesariamente desestimar las perspectivas que se presentaban para Rusia a la hora de ingresar con fuerza en el sistema de la globalización.
Putin recela igualmente de la separación y del equilibrio de poderes, piedra angular de las democracias liberales, y se coloca a favor de un sistema “semi-autoritario” pero electoralmente competitivo, de características “iliberales”, con contrapesos institucionales y democráticos limitados y “domesticados”.
Este sistema legitima otro aspecto político clave para este tipo de liderazgos “neocon”: el de la seguridad nacional, particularmente como motor geopolítico, y la necesidade de preservación de la cultura propia. Se impone la idea de una “militarización” de la seguridad, con la utilización de “mano dura” en caso de ser posible. Con estas ideas “putinianas” comulgan algunos aliados del presidente ruso, como el turco Erdoĝan, el húngaro Orban y el filipino Duterte, toda vez las mismas parecen también ser del agrado del brasileño Bolsonaro.
De allí que la consolidación de su poder, sustentado igualmente en elevadas dosis de popularidad y de legitimidad social a su autoridad, así como el visible retorno de Rusia como potencia global, particularmente como contrapeso hegemónico de EEUU y del Occidente “liberal”, hicieron de Putin no sólo un líder planetario de considerable influencia geopolítica sino en una especie de referente de este renacer “neoconservador”.
Un renacer que se ve configurado actualmente a través del ascenso de otros liderazgos de corte populista de derechas, que vienen pisando fuerte en el arena internacional.
De Trump a Bolsonaro
Por tanto, el “fenómeno Trump” no es nuevo, aunque el mismo sea heredero de un pensamento tradicional fuertemente instalado en la cultura política estadounidense. En el caso de Trump, se traduce aquí una perspectiva “neocon” levemente diferente a la expuesta con anterioridad por George W. Bush durante su presidencia (2001-2009).
En este sentido, y a través de la labor de su ideólogo y ex asesor presidencial Stephen Bannon, creador del ultraderechista movemento “Alt-Right” en EEUU, esta corriente «trumpiana” busca expandirse particularmente en Europa, a través de recentes alianzas con la francesa Le Pen y el italiano Salvini.
Toda vez, Trump ha calado en otros líderes europeos como el húngaro Orban, a quien calificó en su momento como un “líder fuerte y confiable”, una persona directa que, según él mismo, “no está interesado en complejas teorías políticas”. Estas declaraciones confirman la tendencia de estos liderazgos “neocon” hacia la adopción de discursos y un lenguaje “políticamente incorrecto”, menos intelectual y por lo tanto menos “petulante” e “incomprensible”.
El último, hasta el momento, exponente de esta producción de liderazgos “neocon” de corte populista de derechas, con carácter quizás más demagogo, es el del candidato presidencial brasileño Jair Messias Bolsonaro, cuyo tectónico impacto en la política de este país se evidenció el pasado 7 de octubre, con su victoria en la primera vuelta presidencial alcanzando el 46% de los votos.
Más allá de sus controvertidas declaraciones, es palpable en el discurso político de Bolsonaro la importancia que le otorga a la familia y a valores tradicionales como la religión y la patria, en la configuración de este programa de “renacimiento neoconservador”. Un renacer con ciertas similitudes a la de Trump con respecto al legado progresista de su antecesor Barack Obama, y que en el caso brasileño encarna Bolsonaro tras más de una década de gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil y del impacto del “lulismo”.
Una constante de sus mensajes son las referencias religiosas y a Dios, balanceando con ello posiciones ultracatólicas mezcladas con el apoyo a su candidatura por parte de los poderosos movimientos evangélicos en Brasil, con anterioridad tradicionales bastiones de apoyo de la izquierda y, en los últimos años, del PT. Este giro evangélico hacia la candidatura de Bolsonaro ha resultado no estratégico para su victoria en la primera vuelta electoral, toda vez anuncia modificaciones sociológicas estructurales del mapa político brasileño, en particular en lo referente a la influencia del voto religioso.
Como muestra, un botón. En 2017, perfilando ya su candidatura presidencial, Bolsonaro declaró que “Dios está por encima de todo. No quiero eso del estado laico. El estado es cristiano y la minoría que esté en contra, que se vaya”.
Como Trump, Bolsonaro desestima igualmente la vigencia de organismos como la ONU, toda vez que sus posiciones políticas eventualmente podrían aproximarlo a sus homólogos Le Pen y Salvini, particularmente con respecto a las ideas “euroescépticas” y “antieuropeístas” sobre el funcionamiento y la influencia de la Unión Europea.
En perspectiva, el efecto reaccionario de estos liderazgos se enfocan en contrarrestar, y potencialmente desarticular y suprimir, los cambios sociales progresistas que a nivel global se han venido experimentando en las últimas décadas. Un péndulo constante que confirma cómo la aparición de procesos “revolucionarios”, de ciclos y de liderazgos “antisistema” particularmente desde la izquierda, han dado paso casi automáticamente a efectos reaccionarios de corte radical, en algunos casos impulsados desde el establishment existente, a fin de preservar el “status quo”.
Este pulso reaccionario es visible en su negativa a la consolidación del laicismo, de los recientes avances globales de los movimientos feministas, particularmente de aquellos que han sido catalogados como “radicales” (Putin dixit), así como del movimiento LGTB.
También reaccionan con virulencia ante la preponderancia que tiene en la opinión pública una especie de “intelectualidad progresista» y de izquierdas, del peso del denominado “relativismo moral” presuntamente heredero del histórico “Mayo de 1968» en Francia (tal como en su momento acusó el ex presidente francés Nicolás Sarkozy), así como su rechazo a la “post-modernidade”, la “post-verdad” y a los “fake news” (Trump dixit), que han dado paso a una inevitable guerra propagandística actualmente existente.
Con todo, la sintonía y la similitud de perspectivas políticas y de expectativas existentes entre ellos, no parece exactamente perceptible ni es completamente correcto asegurar que estamos asistiendo a la procreación de una especie de “internacional populista neoconservadora”, aunque sus esfuerzos parecen encaminarse a formalizar determinadas alianzas estratégicas.
Por tomar algunos casos, no son exactamente compatibles (aunque esto no evite la posibilidade de establecer determinados marcos de sintonía), algunos liderazgos conservadores actualmente en el poder, como son los casos del argentino Maurico Macri, del chileno Sebastián Piñera, del francés Emmanuel Macron o del colombiano Iván Duque, todos ellos representantes de la derecha tradicional, incompatibles con aquellos liderazgos “populistas autoritarios” tan en boga en la actualidad, particularmente en los casos del húngaro Orban, del turco Erdoĝan, el italiano Salvini, la francesa Le Pen, el filipino Duterte o incluso el partido ultracatólico polaco Ley y Justicia.
En el caso europeo, un momento electoral clave para observar los alcances de estas alianzas en curso y de esta ola reaccionaria radical, serán los comicios parlamentarios europeos previstos para mayo de 2019. Allí, las expectativas de alianzas de estos liderazgos, especialmente en el caso de Le Pen y Salvini, pueden cobrar forma. Temas como el euroescepticismo y el “antieuropeísmo” (con el Brexit como metáfora) y la inmigración ilegal calibrarán el peso e influencia que estos liderazgos y movimientos pueden tener dentro del escenario político europeo para los próximos años.
Está entonces por ver si esta ola de reacción populista “neoconservadora” vino para quedarse o si más bien será determinada por factores circunstanciales. En todo caso, es notorio considerar que, en esta ocasión y a diferencia de expresiones antecesoras como el “thatcherismo”, el “reaganismo” o los “neocon” de Bush, la actual reacción «neoconservadora” no tuvo su radio pionero de nacimiento y de expansión en Occidente. Estos vientos parecen esta vez venir del Este, de una Rusia que con Putin busca también su espazo de expresión.