Por Rafael Simón Jiménez
***La compulsividad y adicción a la corrupción arruinaron y destruyeron Venezuela, por eso la salida del poder de la cúpula es un imperativo político.
Difícil precisar qué factor perverso ha influido más en la ruina y destrucción de Venezuela, propiciada durante los últimos dieciocho años. La incapacidad, la ineptitud, la ineficacia para el manejo de los asuntos del Estado debe tener una cuota significativa.
Para otros, la causa de la terrible situación que se vive en el país responde a la implementación de un “modelo” anacrónico, antihistórico y fracasado, que se corresponde con seudoideologías regresivas, cuyas prácticas, luego de la implosión del malhadado experimento comunista quedó confinada a grupos de desadaptados, más interesados en causar mal a sus semejantes, que en profesar un ideario que alguna vez logró encantar a mucha gente por sus promesas de redención, igualdad y justicia,
Pero ni la ineptitud e incompetencia, ni el anacronismo y desfase histórico de quienes aparecen al frente del menguante poder, puede igualar a la inclinación cleptomaníaca, a la vocación compulsiva y vorazmente peculadora y depredadora de la que han hecho gala en estos últimos dieciocho años para terminar esquilmando del tesoro público fabulosas fortunas, cuyos montos incalculables resultan directamente proporcional al sufrimiento y el martirio que viven los venezolanos, atenazados por una terrible situación que agobia su cotidianidad y que los hunde día a día en la desesperación y la pobreza.
Los que parecieran ser los casos más protuberantes de saqueo al Estado: PDVSA y las empresas eléctricas, encabezadas por CORPOELEC, lucía tarea imposible incluso para descendientes de Nerón, Atila o Boves, destruir aquella sólida industria que había diversificado y expandido sus actividades no solo agua abajo, sino allende nuestro territorio logrando posesionarse en lugares estratégicos como Alemania o Estados Unidos, donde la adquisición de grandes complejos de procesamiento petrolero le permitían un acceso directo a los mercados de consumo de esas grandes economías. El Estado desastroso, improductivo, obsoleto y menguante de la PDVSA de hoy, amenazada por la baja de su producción mes a mes, de dejar de ser exportadora de petróleo habla por sí sola de cómo la corrupción roja…rojita pudo consumar un despropósito de esta monta.
La industria eléctrica venezolana, resultado de un esfuerzo sostenido de inversiones y planificación estratégica durante seis décadas, que nos permitía exportar energía a los países vecinos, y que tenía como pivotes a los grandes sistemas hidroeléctricos construidos en los cuarenta años de democracia, hoy está en estado de colapso, tras dieciocho años de desinversión, pero sobre todo de robo descarado e impune de los grandes recursos públicos asignados que han ido a parar a los grandes paraísos fiscales del mundo y que le permitían a los ladrones rojos, hasta la llegada a sus madrigueras de la mano larga de la justicia internacional, vivir en el exterior exhibiendo con descaro, impudicia y desparpajo lo robado, mientras el sector eléctrico se encuentra en tal estado de desmantelamiento que no resulta alarmista hablar de un apagón total que deje al país a oscuras definitivamente
La ineptitud e incompetencia, la obsolescencia y anacronismo de las supuestas ideas que profesan, pero sobre todo la compulsividad y adicción a la corrupción, conforman una triada nefasta que ha arruinado y destruido a Venezuela, por eso la salida del poder de la cúpula podrida que nos desgobierna no solo es un imperativo político sino fundamentalmente profiláctico.