Ventana al mundo : Venezuela en tres pasos de destrucción masiva.

 

Caricatura de Roberto Weil. Cortesía de Revista SIC

Por Jurate Rosales.

Primero destruyeron la agricultura. Luego se acabó el petróleo. Y entonces echaron mano al terror, para mantenerse en el poder.

Acabo de sumirme en las declaraciones del ex preso político venezolano Laurent Saleh en los diversos medios internacionales, después de su liberación y llegada a España. Lo que me impacta en sus declaraciones, además del relato de las torturas, es la claridad en su análisis de los métodos para someter la voluntad del ser humano. Expoliando lo dramático de lo que es tortura, me doy cuenta que todo, desde que conocí en carne propia los sistemas paralelos e idénticos del nazismo y comunismo, se centra en el sometimiento de cada persona a la voluntad de un gobierno totalitario. Esto se vuelve a repetir con la única diferencia de épocas y métodos, pero permanece siempre el cálculo de como quebrar la voluntad de cada ser humano, – en los más recalcitrantes a través de prisión y tortura, en el resto de la población, por medio de una necesidad primordial que es la de sobrevivir.

En este momento, Venezuela entera está sometida a ese muy particular modo de tortura, el del hambre. También me doy cuenta que el chavismo, consciente o inconscientemente, pero siempre bajo el dictado cubano a su vez aprendido de la ex URSS, se esmeró en cortar las dos fuentes que alimentaban a los venezolanos: su agricultura y su petróleo. No hay ni había otras, y ambas fueron destrozadas en conocimiento de causa.

La agricultura recibió su primer golpe fatal con la Ley de Tierras, especie de plan de nacionalización de los sembradíos y pastos más productivos, impuesta por Hugo Chávez en el año 2001, seguida de la quema de cañaverales en el pequeño estado de Cojedes y la destrucción posterior de las demás ramas de producción de alimentos – siembras, cultivos, cría – por el triple método destructivo de invasión, nacionalización y abandono.

En el 2014, el diario « El Impulso » informaba en Barquisimeto, que ya eran 3,6 millones de hectáreas de tierras productivas nacionalizadas durante el gobierno chavista, de las que la mayoría quedaron en estado de abandono. Dice el periódico que Chávez anunciaba grandes proyectos para utilizarlas, pero no lo hizo. Agregue Usted a eso la nacionalización de Agroisleña, que prestaba sus servicios a 18.000 propietarios agrícolas con venta de insumos y maquinaria, asesoramiento de agrónomos y alquiler de silos, pero que desde su nacionalización y conversión en Agropatria, más nunca recobró su utilidad.

En cambio la importación de alimentos fue en los años bajo Hugo Chávez la gran fuente de enriquecimiento de los importadores, con su largo historial de sobreprecios, dólares preferenciales y hasta containers abandonados con su carga, cuando los alimentos comprados con fecha de vencimiento, pero al precio máximo, eran declarados no aptos para consumo humano.

El problema de los alimentos que ya no se producían en el país y eran importados, reventó cuando la fuente de los dólares para la importación se agotó, o sea cuando el petróleo de PDVSA se vino a menos. De modo que ahora, debemos ver después de haber visto la destrucción de la producción de alimentos, el final de la producción del petróleo, recordando que Petróleo de Venezuela, S.A. (PDVSA) es propietaria de todos los yacimientos en el país. También es (o era antes de Chávez) dueña de todas las instalaciones de extracción, procesamiento y comercialización.

Históricamente, la propiedad nacional de todo el petróleo fue un lento trabajo de ejercicio de soberanía en base a indemnización de las empresas extranjeras que lo explotaban en Venezuela desde el principio del siglo XX. Fue finalmente en 1975, que el presidente Carlos Andrés Pérez pudo anunciar en un acto de importancia nacional, que ahora el petróleo “es nuestro”, dijo, en su totalidad.

Pues al igual que con la agricultura, con Chávez muchas cosas cambiaron para los venezolanos. Para medir el daño, hay que empezar con la fecha de 1999. Ese año, en diciembre, estando Chávez ya electo y antes de su toma de posesión prevista para el 2 de febrero 2000, entrevisté al entonces presidente de PDVSA, Luis Giusti, en su inmensa oficina situada en el más alto piso del edificio sede de PDVSA, en Caracas.

Sabía que estaba entrevistando al hombre que el año anterior había sido proclamado en Londres, en la Conferencia “Oil and gas” que reúne todas las petroleras del mundo, el mejor gerente petrolero del año y sabía que recién había logrado inversiones para PDVSA por 30.000 millones de dólares – más que todo lo que tiene actualmente el Banco Central de Venezuela. Tenía también en aquel momento PDVSA el sitial Nr,1 en seguridad de sus trabajadores y se encontraba en el segundo lugar mundial en el ranking de productividad en relación al número del personal. PDVSA producía en aquel momento 3,4 millones de barriles diarios de petróleo y Giusti me mostró los documentos según los cuales ya estaba iniciando las instalaciones para producir en cuatro años el doble de esa cifra.

En aquel momento, PDVSA estaba en camino de ser una gran potencia mundial y una inmensa fuente de dólares para todos los venezolanos. Poseía participación en seis refinerías europeas de cuatro países (Alemania, Suecia, Bélgica e Inglaterra) para procesar petróleo venezolano, además de la de Curaçao y otra en Cuba. Por supuesto, estaban las que existían en Venezuela, que entre Amuay y Cardón conformaban entre ambas, el mayor centro de refinación de América del Sur. Y estaba la joya de la corona: Citgo en Estados Unidos, con participación en 8 refinerías y con una cadena de 15.270 estaciones de servicio de Citgo a lo largo de la costa Este de todo Estados Unidos.

Para hacer corto un cuento largo y triste, basta decir que actualmente, PDVSA no logra ni siquiera producir 1 millón de barriles diarios, que las refinerías europeas ya no son de Venezuela y que hasta Citgo, que es la última esperanza, está sometida al acoso de los acreedores a los que PDVSA debe miles de millones de dólares y no tiene cómo pagarlos.

En cuanto a las refinerías en Venezuela de Amuay y Cardón, además de su larga cadena de accidentes laborales, la agencia INFOBAE acaba de informar (octubre 2018) que Cardón con capacidad instalada para procesar 319.000 barriles diarios está parada por falta de crudo, mientras que Amuay trabaja a la mitad de su capacidad instalada por esa misma razón. Para Venezuela esto es el final de su riqueza petrolera.

Arruinar a un país muy rico hasta llevarlo a una destrucción total, ha sido una labor de 20 años, lo que evidencia la tenaz resistencia de una nación que se ha negado, durante dos décadas, a dejarse amilanar.

La situación actual de Venezuela puede resumirse por lo tanto en tres fases. Destrucción de la agricultura, ruina de la producción del petróleo y, para mantener el sistema que produjo lo anterior, se instaura el terror en todas sus formas.

Lo demás es accesorio, porque el fondo del problema, han sido estos tres pasos.

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