Cortesía de El Estímulo

Noviembre 2018: Así está Venezuela

Foto: Cortesía de El Estímulo

 Por Francisco Poleo

Hace un par de meses, la intervención militar en Venezuela parecía cosa probable. Los colombianos se encargaban de poner el tema sobre el tapete, con el respaldo incuestionable de Estados Unidos. La frontera se calentaba con movimientos de tropas y en los corrillos políticos se defendía la operación. Qué digo se defendía. Se exigía. Sin embargo, de repente, el tema se desinfló.

No hay apoyo en la región para una operación militar sobre el régimen de Nicolás Maduro. Eso lo entendió rápidamente Iván Duque y se lo hizo entender tanto a Uribe como a Trump. No le echan a piernas a extraer a la narco-dictadura por la posibilidad de que se presente un escenario anárquico parecido al de Siria o Libia recientemente. El venezolano ha cambiado en veinte años de castro-chavismo y no serán precisamente los ancianos milicianos con sobrepreso los que se enfrentarían a unos marines. De hecho, no habría enfrentamiento alguno, sino una resistencia de grupos armados a su modus vivendi conquistado gracias al chavismo.

La gasolina del desastre

Los sectores populares venezolanos están controlados por jóvenes que se han dedicado a la delincuencia como forma de sobrevivir y no conocen vida más allá de eso. Es una generación perdida. Viven atrapados en guettos llamados «zonas de paz», eufemismo del chavismo para entregar a la buena de Dios grandes dominios de la delincuencia.

En las zonas de paz la policía tiene prohibido entrar, y los conflictos se resuelven entre bandas. Si vives en un guetto como este, donde no hay autoridad que imparta justicia, entonces la única forma de sobrevivir es unirte a una banda y rogar que ese grupo sea el vencedor. Hablamos de muchachos que no aspiran a llegar a los treinta años, así que viven intensamente una vida sin normas, leyes ni contención moral.

El ecosistema chavista ha propiciado una generación delincuencial que luego no han podido controlar y, por lo tanto, ha llegado a un acuerdo con ellos de dejarlos hacer dentro de ciertos límites, pero la manga roja es bastante ancha. Por supuesto, un gobierno basado en la justicia, como se supone que será el primero del retorno a la democracia, no puede tolerar esto y tendrá que desmontar inmediatamente estas bandas. El enfrentamiento será terrible con seres que no temen a la muerte, pues la vida no les ha dado nada a cambio. Crecieron entre la muerte, por lo que no le temen.

Algunas de estas bandas se han convertido en megabandas, un fenómeno casi autóctono de Venezuela. Son agrupaciones delictivas que operan en varias regiones a la vez, como por ejemplo «El Picure» o «El Tren de Aragua».

Luego tenemos el fenómeno de los colectivos armados, grupos paramilitares que controlan zonas urbanas a través del cobro de vacunas a todo aquel que hace vida en su comunidad. Algunos han llegado a emitir hasta su propia moneda, como hicieron en Catia, una de las barriadas más grandes de Latinoamérica, con «El Panal». El poder de estos grupos es nada despreciable. En 2009, el entonces presidente Hugo Chávez ordenó en televisión detener a Valentín Santana, el jefe de «La Piedrita», uno de los colectivos más renombrados. Las autoridades lo intentaron, pero Santana amenazó con prender Caracas «en candela». Hasta el sol de hoy, sigue libre.

Otro caso sonado fue el de José Odreman, líder del Colectivo 5 de Marzo en octubre del 2014. Miguel Rodríguez Torres, entonces ministro del Interior y Justicia, ordenó desmontar la sede del grupo en el centro de Caracas en una redada que terminó con el jefe de los irregulares muerto. Pocas horas antes de morir, Odreman había exigido al régimen la destitución de Rodríguez Torres, a quien responsabilizaba de lo que pudiera pasarle. A los pocos días, el ministro fue destituido y hoy está en la cárcel perseguido por sus propios secuaces.

Aparte de estas agrupaciones irregulares fomentadas por el propio régimen durante veinte años, unas ideadas como fuerzas de choque a lo camisas pardas y otras como mecanismo de contención para no tener que resolver la miseria en las clases más necesitadas, hay otros grupos armados operando en el territorio venezolano como algunas escisiones de las FARC, parte del ELN y las mafias del oro en la frontera con Brasil. Todo esto convierte a Venezuela en un polvorín que frena cualquier incursión extranjera.

Si a algo le teme Washington es a la desestabilización, y aunque el régimen de Maduro sea un paria véase por donde se vea, significa lo conocido. Veinte años después, son el estatus quo.

La solución

Que el cuadro anterior no sea desalentador. Sólo explica por qué los servicios de inteligencia de los grandes poderes occidentales, que tienen información sobre el terreno que nadie más tiene, consideran que el escenario de una salida violenta del régimen de Maduro es algo a evitar. Lo menos traumático sería una salida negociada mediante una transición democrática. Al fin y al cabo, el problema de Venezuela se está resolviendo en el extranjero, y en el extranjero se deben a los ciudadanos que pagan impuestos y votan en Washington, Madrid o Bogotá, no a los venezolanos que quieren retornar a la democracia cuanto antes y como sea, sin pensar mucho cómo. Al marine que caiga en Venezuela lo llorarán sus padres en Arkansas.

Venezuela no es el único problema del mundo, ni el más importante, pero tiene su impacto. Su posición geográfica la convierte en la principal pista de despegue hacia Europa y Norteamérica de la droga que se produce en Colombia, sobre todo cuando las fuerzas armadas supuestas a impedirlo están metidas en el negocio. Además, como recordó el canciller argentino esta semana, su territorio se ha vuelto un gran campo de entrenamiento para el terrorismo islámico, nada más y nada menos que en el suelo que aloja las mayores reservas petroleras del mundo y unas riquezas naturales espectaculares. Los ingresos de la mafia de Miraflores por la explotación monetaria de esta gallina de los huevos de oro van a parar en el sistema financiero occidental en grandes operaciones de lavado de dinero. A este párrafo súmele los anteriores sobre la delincuencia y entenderá por qué hay una estampida humana abandonando como sea, a pie si es necesario, este país contaminado por una escasez atómica de alimentos y medicinas producto de la hiperinflación.

No es fácil, pero Estados Unidos y Europa encontraron el punto exacto en el que se le dobla el brazo a los jerarcas del régimen. Las sanciones directamente a los bolsillos de los capos golpean dónde más les duele, en el fuero más íntimo representado por los placeres personales de los cuales gozan ellos y sus familiares. ¿De qué les sirve haberse robado más de un trillón de dólares en veinte años de saqueo si no pueden disfrutar del apartamento en la Milla de Oro madrileña o visitar a Mickey Mouse en Disney? Moscú e Istanbul muy bonitos para visitarlos una vez, pero para vivir es otra cosa.

Lo que buscan los Maduro, El Aissami, Rodríguez o La Cava es un acuerdo con Occidente para conseguir un salvoconducto que les permita vivir un exilio dorado con, al menos, parte de lo pillado. Aunque, querido lector, esté poniendo mala cara en este momento, como yo mismo, le recuerdo que las transiciones son así. Ahí están Chile y España, unas tacitas de plata tras haberse quitado de encima al pinochetismo y al franquismo gracias al arte de taparse la nariz.

Todo el oxígeno que Maduro y compañía han encontrado en las pírricas economías de Rusia y Turquía, que no están ni en el top 10 mundial, es para llegar con aire al momento del acuerdo. No me salgan con los chinos, que en Venezuela solo depositan sus yuanes en sus propias inversiones, porque Xi cuida hasta el extremo el maquillaje democrático y resulta que la Asamblea Nacional venezolana no aprueba los préstamos al régimen. ¿Ven? Para algo sirvió ganar la Asamblea en el 2015.

La cosa es que cualquier acuerdo que se logre en Venezuela debe llevar el sello de aprobado de Washington, que manda en América, y de Madrid, que en temas de Iberoamérica lleva la voz cantante en la Unión Europea. La llegada de Pedro Sánchez en Españ, paradójicamente, puede terminar siendo una solución para la crisis. Aunque son el Partido Popular y Ciudadanos los que más han ondeado la bandera de la libertad de Venezuela, y eso hay que agradecérselos eternamente, lo cierto es que la polarización de factores dentro de ambos partidos hacia actores políticos en específico hace difícil un acuerdo unitario. Además, y esto es lo principal, el madurismo se siente más cómodo hablando con Sánchez, quizás por la cercanía del actual mandatario español con el chavismo español representado en Podemos.

En cuanto a Estados Unidos, la relación la ha llevado un personaje singular, estrafalario, estrambótico pero sumamente astuto y con dotes especiales para el mercadeo político. Se llama Rafael Lacava, y es el que ha conseguido en el madurismo que le levanten el teléfono en la Casa Blanca de Trump, un tipo que, por cierto, se le parece mucho.

El Nuevo País dio la exclusiva de que Lacava ya le ha transmitido a Washington la propuesta de Maduro y su combo cercano: elecciones generales. Josep Borrell, el ministro de Relaciones Exteriores de España, se lo comunicó a Mike Pompeo en la Asamblea General de la ONU. Por si quedaban dudas, el propio Maduro se lo dijo en persona en Caracas a Bob Corker, el republicano que preside la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso estadounidense. El problema es que, mientras Nicolás hablaba con Bob en Miraflores, en el Sebin de González López, una de las fichas más cercanas de Diosdado, lanzaban por la ventana a un concejal opositor. Mensaje a García de parte de los radicales, piensan Lacava y compañía.

Este grupo de radicales chavistas se niega a una salida electoral, como buenos radicales. En realidad, se niegan a cualquier salida, porque la DEA ha decidido que no les perdona estar incursos en narcotráfico y porque los halcones de Washington los necesitan para su estrategia de criminalización del régimen, por si acaso hay que terminar actuando a lo Panamá en 1989. El jefe de este grupo fue a tocar la puerta de la Casa Blanca y le dijeron que el tiempo de Dios había pasado.

El quid de la cuestión está en cuándo y cómo se harán esas elecciones generales. Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo, La Causa R, Primero Justicia y Voluntad Popular han coincidido en que no se sentarán en una negociación que acuerde la transición si no se parte del hecho de que los votos decidirán. Eso sí, votos garantizados con estándares internacionales, no contados en la intimidad por Jorge Rodríguez y Tibisay Lucena. Además, esos comicios deben darse en un período de un año. El régimen a veces responde que dentro de dos años y a veces que en dos meses, así que el juego está trancado, por los momentos, en detalles como ese.

Hay dos grupos que se oponen a contarse, y son los dos extremos, uno representado por Cabello y el otro por Machado. La jefa de la derecha conservadora, sin embargo, se ha lanzado en gira nacional, por si acaso la orden imperial es que no habrá unción sino elección. Otro que ha tomado la seña y no pierde tiempo es Ramos, que también se ha dado a la tarea de recorrer el país. María Corina tiene la pegada mediática y Henry el aparato. El resto de los partidos retrasan cualquier cosa, hasta la transición, por la división interna producto de sus ansias de ser ellos los presidentes, o más nadie.

Cabello, mientras tanto, se ha dado a la tarea de dividir a la oposición sembrando rumores en su programa de televisión semanal acerca de Acción Democrática. La semana pasada malpuso a los adecos con Vente Venezuela, cometiendo el exabrupto de culparlos del ataque a María Corina en Upata, y esta semana aseguró que Ramos Allup le quiere quitar la presidencia de la próxima Asamblea Nacional a Voluntad Popular, partido al que corresponde ese cargo según el acuerdo unitario opositor.

Todo indica que Cabello, jefe del chavismo radical, busca quitarse de en medio a Acción Democrática para polarizar con la derecha conservadora, que tampoco quiere votos.

Lo cierto es que Occidente ha decidido que la transición a la democracia en Venezuela no será por la vía traumática sino que será negociada, y el éxito de ese camino a la libertad depende de la unidad de todos para garantizar la gobernabilidad del caos a enfrentar.