Por Ramón Guillermo Aveledo
***Atreverse a cambiar para avanzar, exige comprender el equilibro entre innovar y continuar.
El pasado miércoles 31 se cumplieron sesenta años de la firma del “Pacto de Puntofijo”. La quinta del mismo nombre, donde los partidos Acción Democrática, Unión Republicana Democrática y Socialcristiano Copei lo suscribieron, estaba ubicada en Sabana Grande, a unos pasos de mi oficina actual. Me resulta irónico sentir hoy qué lejos estamos de aquella Venezuela esperanzada y de aquel liderazgo visionario y valiente.
Y conste que eso no lo digo con abatimiento, con el alma arrugada por los efectos destructivos de estas dos décadas ominosas. Todo lo contrario, amigos. Lo anoto porque si antes los venezolanos pudimos, también esta vez podremos. Hay una experiencia nacional cuyas enseñanzas están disponibles si demostramos la voluntad de aprovecharlas.
No es que aquellos líderes fueran perfectos. Sabemos que no lo eran. Tampoco que nuestro proceso democrático estuviera exento de errores. Me daría pena intentar siquiera meterles tamaña mentira. Pero es que la perfección no es esperable en los seres humanos, así que como promesa siempre resulta falsa. Y el error es una parte natural de nuestras vidas. El reto está en admitirlos y atreverse a corregirlos.
El país recién salía de diez años de dictadura y venía de dos intentos democratizadores, uno reformista y el otro revolucionario, los dos frustrados. Estrenaba libertades, se asomaba a dificultades económicas, pero era capaz de sentir esperanza. Las cosas, creía el venezolano, irán mejor.
Betancourt, Caldera y Villalba no eran panas. Habían sido rivales políticos por años. La diferencia entre Rómulo y Jóvito, compañeros del veintiocho, es tan vieja como la competencia por liderar la izquierda democrática y encontraba factor inflamatorio en la apelación de URD a la herencia medinista. Caldera había sido duro opositor en el trienio adeco, representaba una ideología distinta y una competencia indeseada. Tampoco había entre ellos simpatía personal. Supieron, sin embargo, leer la realidad, aprender de su experiencia, afrontar el costo de ser considerados traidores por algunos, de esos que nunca faltan, y asumieron su responsabilidad. No es poco.
El pacto no fue un reparto. Fue lo que hoy se llamaría un acuerdo de gobernabilidad. El saldo no fue un cuento de hadas, pero sí el período más largo de estabilidad en la libertad en la historia venezolana, así como la constitución más duradera y menos irrespetada de las veintiséis que hemos tenido.
Soy partidario de mirar hacia adelante. Lejos de mi intención proponer regresos al pasado. Avanzar no es el fruto de la desmemoria o de esa autosuficiencia, en la que tan fácilmente se nota el ADN de la ignorancia. Nunca empezamos de cero. El cambio verdadero y duradero combina la continuación y la innovación.