Alberto D. Prieto: Los colores de la verdad

Por.-Alberto D. Prieto

En Podemos han editado un periódico. Dicen que «si estás harto de que te engañen», te presentan «el único medio que dice la verdad». Tiene guasa la cosa. Los tipos que son capaces de decir una verdad y la contraria -por políticos, que no por pintarla de morado-, diciéndonos a los periodistas que ellos hacen mejor nuestro trabajo.

Vale, es cierto que ha habido -y hay cada día- periodistas dando lecciones de cómo hacer política. Plumillas que viven del ansia de derribar gobiernos y que no soportan no haber sido ellos los que ocupen La Moncloa. Alguna vez les he dicho aquí que tengo por seguro que los de la prensa lo somos porque en realidad fuimos protagonistas frustrados de alguna de las cosas de las que escribimos, y que yo mismo quise ser papa y futbolista antes de caer en la cuenta de que mi mejor talento para ganarme el sustento es juntar letras.

Conozco y he trabajado al lado de algunos de esos presidentes interruptus que en sus sueños deciden presupuestos, diseñan programas y arreglan el mundo tomando una copa con otros del oficio. Es más, últimamente la televisión ha virado en España a una sucesión de tertulias de ministros que no llegaron a serlo, peleando entre ellos con la vena hinchada. Porque los programadores han trasladado a la pantalla la versión bizarra de esos consejos de cada viernes en el palacio de gobierno: lo que hacen es mezclar periodistas de los más opuestos colores ideológicos a sacarse los ojos en defensa de sus pares reales.

A mí me cansa infinito. Porque no hay clérigos instruidos ni balompedistas de prestigio intercambiando teologías o tácticas de juego. Ni siquiera curas chusqueros y medioestorbos de patio de colegio ondeando bufandas en favor de un dios único o por el más divino de los equipos. Casi siempre, son gritones de pasillo cutre, bebedores de mal coñac y sobrecogedores al mejor postor los que son emitidos en mi nombre y el de los de mi profesión. Captan la audiencia masiva, tuitean a mansalva y ganan adeptos para el eslogan zafio que esté acumulando clics esa semana.

Así, uno comprende que, desprestigiado el periodismo catódico, se abra hueco para que vengan a decirnos que hasta los políticos lo harían mejor.

Claro, que aunque sean culpables los dueños del micrófono de llenarlo de palabras huecas, éstas no son más que la traslación de los mensajes pagados. Detrás de esos debates patanes de la tele están los partidos y los dueños de algunos medios que saben cómo llenarse los bolsillos con la droga de mala calaña que adormece las meninges de los ciudadanos, los radicaliza y los enfrenta. Una vez polarizados a los extremos, es más fácil colocar vulgaridades intelectuales desde el púlpito del Congreso o desde el lodazal de la calle.

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Esta semana se inauguró levantando la bandera de la justicia el tipo que hace un par de años la defendía con el argumento opuesto. Pablo Echenique, número dos del otro Pablo, el Iglesias, nos ha explicado que la sentencia del Tribunal Supremo que ha dictado que el impuesto de las hipotecas lo deben pagar los clientes y no los bancos es «una muestra más de que los jueces en España están al servicio de los poderosos», que «la banca siempre gana», y que «la democracia está en peligro». Él mismo, cuando dirigía Podemos Aragón, impulsó que ese impuesto creciera un 50% de un ejercicio anual al siguiente porque eso de tener casa en propiedad debía de ser de ricos y el que algo quiere algo le cuesta.

Un par de días después, leíamos al anterior número dos, Íñigo Errejón, defender la tiranía de Nicolás Maduro en una entrevista concedida a un medio chileno. Tan torpemente lo hacía que se le podía oír balbucear desde la pantalla del móvil en el que leía sus respuestas. El llamado «cara amable» de Podemos decía que el chavismo había hecho «avances indudables en el reparto de la riqueza» y después que «no había solucionado muchos problemas de orden económico»; que los opositores son libres y «cada día cuentan en casi todas las televisiones que viven en una dictadura» y luego que la revolución «no había resuelto la gestión de las relaciones con la oposición»…

Para que me defiendan así, mejor que me ataquen. Como Echenique con el impuesto de un año a otro -en este caso de una pregunta a la siguiente-, Errejón se enmendaba a sí mismo sin vergüenza alguna: la costumbre de soltar la frase preparada para salir airoso de cada pregunta. Lo malo es cuando éstas van seguidas. O te miran la hemeroteca… lo malo es cuando topas con un buen periodista, quiero decir.

El periódico ése de Podemos, claro, no pretende serlo. Es un producto de marketing, por supuesto. Estamos ya de campaña electoral: primero las regionales andaluzas, luego las municipales y europeas… y en algún momento las generales, que llegarán. Hay que repartir folletos y cada partido quiere vender su color de la verdad. Y todo bien, aceptamos el juego igual que ellos, los políticos, tienen que aguantar a los periodistas tertulianos que eligen los del otro bando -porque los eligen a muchos de ellos-.

Aclaradas estas «verdades», no las del periódico-panfleto, sólo espero que vuelvan los años en los que era más normal toparse con un buen reportero -documentalista frustrado o cotilla de escalera-. De ésos que dejan algunas vergüenzas al aire. Para que «la gente», como dicen en Podemos, vuelva a confiar en los de mi gremio. Y para que a los políticos a los que cacen en incoherencias tan burdas se les deje de votar, aunque se llenen la boca de la palabra «justicia» y de la palabra «gente». Sean rojos, azules, naranjas o morados.

Alberto D. Prieto es Jefe de Sección de EL ESPAÑOL.

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