España
Pedro Sánchez, presidente del gobierno de España, y Theresa May, primer ministro de Gran Bretaña. Foto Cortesía.

Columnas Bárbaras: La semana de los escupitajos en España

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Pedro Sánchez, presidente del gobierno de España, y Theresa May, primer ministro de Gran Bretaña. Foto Cortesía.

Por Alberto D. Prieto

Prometo que hay veces que me exaspera tener que escribir sobre la política española. En la semana del escupitajo, en la semana en la que el socio del presidente le ha dicho «así no, y prepárate», en la semana del WhatsApp que reventó el primer acuerdo de los dos grandes partidos desde la moción de censura que descabalgó a uno para poner al otro, en la semana de Franco -otra más, y van 43 años ya de momia-, en esa semana, digo, ahora un pedazo de tierra pequeñajo en la punta sur de España se ríe a carcajadas.

Y ahora, ¿tengo que explicarles todo esto? Es exasperante, pero allá vamos. Se acuesta este sábado Pedro Sánchez vendiéndonos que ha logrado un «acuerdo histórico» y «la mayor oportunidad en 300 años» para colar negociaciones sobre la soberanía de Gibraltar con el apoyo de la Unión Europea. Pero él sabe que no es verdad. La primera ministra británica podrá firmar este domingo la despedida de la UE satisfecha de haber haber ganado el duelo de firmeza cuando nadie daba un duro por ella.

Cercada y acosada en su Parlamento de Westminster, se ha mantenido firme y ha demostrado lo fuerte que es Londres incluso cuando da un portazo. Los 26 países del club europeo que no son España ni Reino Unido no han movido un dedo por defender a su socio, el que se queda, que se revolvía ultrajado porque el documento de más de 500 folios negociados en año y medio -y acelerados en dos semanas- da todas las ventajas al que se va.

No se ha tocado texto, a pesar de que Sánchez amenazó con no viajar a Bruselas, visualizando así su enfado y haciendo del veto un desplante. Se le han mandado un par de cartas sin valor jurídico diciendo que «nada implica que te vayamos a traicionar» aunque sin darle garantías de que no se vaya a hacer en el futuro. Una la firman el presidente del Consejo y el de la Comisión, y en ella la última frase antes de la firma viene a decir «con esto esperamos que se acabe el problema», es decir, «deja de tocar las narices». La otra no la rubrica la primer ministra británica, ni su ministro de Exteriores, ni el del Brexit… la firma el embajador ante la UE, cuyo cargo decaerá -y con el su firma- el 30 de marzo de 2019, cuando se consume le Brexit.

Vaya éxito histórico.

Aun así, Sánchez se la ha colado a muchos de inicio con una comparecencia de urgencia en Moncloa en la que ha dicho muchas veces «garantías», «histórico», «oportunidad» e incluso ha jugado a confundir con el concepto de «integridad territorial» cuando usaba los términos «España», «Gibraltar» y «Europa». Todo muy rimbombante para tapara con fanfarrias su capitulación. Todo muy solemne, como la firma del proyecto de los Presupuestos con Pablo Iglesias que se ha quedado en papel mojado ante el órdago de los independentistas catalanes: «O sacas a los presos o ahí te quedas, presidente».

Sánchez es experto en sobrevivir. Ha llegado a la Moncloa sin ser siquiera diputado, con el peor resultado electoral de la historia del PSOE y después de ser repudiado y despedido por su propio partido. Así que no le demos por amortizado. Pero es cierto que nadie podría imaginar una tormenta más perfecta en siete días.

Si el lunes había acuerdo con el PP para renovar el Consejo General del Poder Judicial -el órgano de gobierno de los jueces-, el martes éste saltó por los aires cuando EL ESPAÑOL publicó en exclusiva el WhatsApp del portavoz popular en el Senado: «El pacto es magnífico, controlaremos la Sala Segunda desde atrás», la sala que juzga a los políticos corruptos, vamos.

Si el miércoles los diputados separatistas de Esquerra insultaban al ministro de Exteriores -«hooligan», «indigno»- y la presidenta del Congreso los echaba de la Cámara, a la salida de ésta, todos en fila, uno de ellos le lanzó un escupitajo. Debe de ser que como Josep Borrell es menos catalán que ellos por ser también español, merece ser salivado como ablución para conjurar sus pecados.

Si el jueves Sánchez anunciaba que iba a vetar el acuerdo del Brexit antes de coger su avión a La Habana, el viernes se le negaba el retoque del acuerdo y a cambio se le ofrecían unas cartas firmadas, que para él «no eran suficientes, y al día siguiente sí.

Puede que a causa de tanta tensión se le olvidara reunirse con la oposición democrática de la isla, o que con tantas cosas en la cabeza se le olvidara mencionarla siquiera en las tres preguntas explícitas que se le hicieron en la rueda de prensa de balance final del viaje.

Sí tuvo tiempo Sánchez el superviviente de contestar a Pablo Iglesias que acababa de dar por zanjado su apoyo al Gobierno -«sin Presupuestos no se puede gobernar, pero sin apoyos mucho menos»- y había invocado la profecía autocumplida de convocar primarias en Podemos para prepararse «ante el inminente adelanto electoral» para provocarlo.

También tuvo tiempo el presidente de reírse cuando le inquirieron por si ésta había sido su peor semana desde que tomó el poder…

Decíamos que se acuesta Sánchez este sábado con Fabian Picardo, ministro principal de Gibraltar -o sea, de una roca con poco más de 30.000 habitantes que, alargada se mete en el Mediterráneo para servir de puerto franco para contrabandistas y de sede fija para sucursales de lavado de dinero- riéndose de él. «Saque usted a Franco del Valle de los Caídos, eso está bien, pero con Gibraltar usted está haciendo lo mismo que el dictador», le dijo por la tele, ya caída la noche.

Hay quien ha calificado esas palabras como el segundo escupitajo de la semana. Sánchez se lo jugó todo en esta apuesta por Gibraltar, desafiando a Londres y a toda la UE, y ha perdido. Pero en el examen de conciencia de antes de dormir coincidirá conmigo en que, después de esta semanita, su capital político era ya tan exiguo que quizá no sea para tanto.

Alberto D. Prieto es Jefe de Sección de EL ESPAÑOL