Por Fernando Luis Egaña
***Maduro es ilegítimo antes, durante y después del 10 de enero de 2019. Su ilegitimidad no depende de una fecha sino de su despotismo depredador.
En algunos ámbitos políticos distintos al oficialismo, se viene planteando que Maduro perderá su legitimidad como presidente el próximo 10 de enero, fecha en la cual le correspondería asumir, de nuevo, el cargo por otro período de 6 años. La consecuencia de ello, sostienen, es que se activarán los mecanismos de sucesión y Maduro, en consecuencia, saldrá de la escena miraflorina. El fundamento de todo el referido razonamiento, repito, es que el 10 de enero del 2019, Nicolás Maduro pierde su legitimidad presidencial.
Ahora bien, si Maduro «pierde» la legitimidad el 10 de enero de 2019, se entiende que hasta entonces sería un mandatario legítimo… No se puede perder lo que no se tiene, incluyendo o comenzando por algo tan importante como la legitimidad política. Y entonces cabe una pregunta: ¿es que acaso el señor Maduro es un gobernante legítimo? La respuesta ha sido dada y certificada varias veces por la Asamblea Nacional. Y las mismas no han sido ambiguas sino diáfanas. Maduro carece de legitimidad para estar donde ha estado y donde sigue estando.
No se trata de una consideración personal o de una opinión más o menos sustanciada. No. Es que ha sido declarado ilegítimo por actos formales emanados de la Asamblea Nacional, en el uso constitucional de sus atribuciones. Qué después no pasó nada o casi nada; que después hay motivos para pensar que aquellos actos fueron saludos a la bandera. Eso es otra cosa. Y ya tendremos ocasión de referirnos al respecto. Pero la ilegitimidad de Maduro no es efecto de una crítica. Es mucho pero mucho más que eso.
Esa ilegitimidad es una derivación inexorable del origen fraudulento de su supuesto mandato electoral y, así mismo, de sus ejecutorias radicalmente contrarias a los principios más elementales del desempeño democrático. En palabras diferentes, Maduro se ilegitimó a sí mismo, y la Asamblea Nacional, presionada por los opositores, tuvo que adoptar las importantes decisiones que adoptó. Un vistazo somero a la Carta Democrática Interamericana despejaría cualquier duda en la materia.
Entonces, si Maduro no tiene legitimidad, no la puede perder el 10 de enero, o el 24 de diciembre, o en la fecha que sea. No la tiene y punto. Pero ese «y punto» significa que el restablecimiento de la legitimidad política en Venezuela no debe depender de tales o cuales fechas, aunque algunas de estas tengan connotaciones especiales, como la del 10 de enero de 2019. Debe depender, eso sí, de que la movilización política y social haga valer las disposiciones de la Constitución formalmente vigente que, hay que insistir, establece variados mecanismos para que se produzcan cambios efectivos, conforme a su razón de ser.
Tales cambios no se llevarán adelante por causa de formulismos burocráticos o por declaraciones tan razonables como inútiles, si no se está dispuesto a hacerlas cumplir. El 10 de enero de 2019 se está convirtiendo en una fecha simbólica, y hay la sospecha que se puede quedar en el puro simbolismo, si no se acuerpa una fuerza que desde la denuncia de la ilegitimidad de Maduro, se comprometa a fondo a superar la hegemonía.