Por Jurate Rosales
Navidad 2018. ¿Cuántas familias en Venezuela se han reunido en su totalidad, igual como en tantos años anteriores, para la Noche Buena? Por más que lo pienso, no encuentro en mi memoria y entre mis conocidos en esta Navidad ni una sola familia venezolana en Venezuela a la que no le falte uno, dos, muchos o todos los miembros del familión de antaño, porque se encuentran en el exterior.
Otra pregunta: ¿quién hizo hallacas y quién dejó de hacerlas por primera vez en este año en Venezuela? Se acuerdan de cuando la familia se reunía para hacer las hallacas y se hacían fácil 30, 50, 60 o cien hallacas para que luego cada quién se llevase “lo que le toca” para su casa. Temo que esta costumbre y sobre todo estas cantidades, en Venezuela dejaron de existir. Es más: incluso las pocas familias que hicieron este año sus hallacas, no les pusieron ni las pasas, ni la almendra, menos las alcaparras y las aceitunas – las hay, se consiguen, pero cuestan una fortuna. La famosa “hallaca caraqueña” de Scannone, sólo es un recuerdo. Cuando se hacen, se les obvian muchos ingredientes.
Eso sí : las hacen con todos los ingredientes, además de no escatimar en la cantidad, las familias que ya se han establecido en el exterior. En Estados Unidos, en España, hasta en Canadá, consiguen las hojas, tienen a mano los ingredientes, nada les falta y todo es accesible.
Esto me obliga a recordar un famoso relato, de la época de Gómez sobre los exiliados en París. Recuerdo el divertido relato de las señoras encopetadas que decidieron hacer sus hallacas y sobornaron a un empleado del “Jardín des Plantes”, el jardín botánico que tenía sus grandes invernaderos bajo vidrio, y allí había varias matas de plátano. Conseguir las hojas, prepararlas y utilizar para unas hallacas fue en aquel momento un hecho histórico, relatado por los exiliados como una hazaña.
Luego igual pasó durante el gobierno de Pérez Jiménez y nuevamente estaban los grupos de exiliados añorando sus hallacas en la Navidad. Creo que fue la Polar (no estoy segura) pero recuerdo que fabricaron hallacas en lata. Eran unas latas grandes, de conserva de hallacas. Las recuerdo del tamaño como para contener creo que unas 6 hallas en su agua del hervido y las llevaban por encargo como encomienda por avión. Aquello era una novedad, hasta que el invento terminó fracasando.
Pues ahora, estamos en que la diáspora venezolana es tanta, que los mercados foráneos se dieron cuenta que vender hojas para hallacas es negocio y las hojas se consiguen. La harina PAN ya es un alimento universal y lo demás son ingredientes que los hay en cualquier mercado. El único problema podría ser el onoto, pero para eso están los colorantes. De modo que ahora, la hallaca es internacional y el único lugar donde escasea es… en Venezuela. ¡Que viva Maduro! Logró internacionalizar la hallaca. Además de que por el mismo camino se enrumbaron el pan de jamón y el punche crema. Los disfrutan afuera. ¡Qué éxito!
Pasemos pues, a otro tema: las milenarias costumbres del 24 de diciembre, que por ser el momento de los días más cortos del año siempre representaron para los humanos la fe de que a partir de esa noche, los días empiezan a alargarse y en los climas templados, anuncian el renacer de la naturaleza. Otra vez, se impuso lo que viene del norte: el único árbol que sigue siendo verde en invierno es el pino. Todos los demás pierden sus hojas y el pino, como es natural, se convirtió en símbolo de la Navidad. Sin embargo, los antiguos sacerdotes celtas dieron un paso más: lo de ellos era el muérdago del año nuevo, con sus pepitas rojas y también ese otro símbolo perduró a través de milenios.
En el noreste de Europa, los sacerdotes recorrían en trineo en diciembre las aldeas y visitaban a sus parroquianos recogiendo el diezmo de las cosechas que en esa época del año ya están guardadas. A los niños les llevaban golosinas, exigiendo que se porten bien. En los idiomas eslavos esto se llamaba “po liudi” – por la gente. En mi tierra lituana, era “kaledojimas” – algo así como “navideando” y esas visitas, las conocí en mi infancia. Tengo entendido que la costumbre incluso era anterior al cristianismo y simplemente los sacerdotes cristianos la consideraron demasiado provechosa como para dejar que se pierda. Parece que un sacerdote, un tal San Nicolás, conoció la costumbre en Europa del Este y la trajo a Holanda en época del medioevo. ¡Hay que ver como su idea prosperó!
Lo que me intriga, es que cada región lo ve distinto. Las naciones germanas –– guardan a su San Nicolás. En España son los Reyes Magos. En gran parte de Europa, es “papá Noel”. Pero todos, sin excepción, deben repartir sus regalos a los niños en época de Navidad. No les dije, que ese Nicolás – el otro, el holandés – era un genio.
Otro detalle que se convirtió en parte de nuestras navidades son los cantos y canciones. Eso de si la Virgen fuera andina y San José de los Llanos es irrepetible y adorable. Otros cantos tienen magnificas historias, como el de “Noche de paz, noche de amor”. En la Primera Guerra Mundial, desde las trincheras americanas se oyó en la Noche Buena el canto, y desde la trinchera opuesta, los soldados alemanes, le unieron sus voces. En la II Guerra Mundial, la Navidad de los americanos, muchos en el frente del Pacífico, fue marcada por la añoranza de la Navidad Blanca de su tierra, y la canción de Bing Crosby, compuesta adrede con ese fin, se volvió eterna.
Pues ahora, nuevamente, la vida crea las costumbres. La de ahora, para los venezolanos, es el abrazo virtual, que salta de un celular a otro, vence los espacios y reúne las familias a través de la foto digital. Es una nueva costumbre que nació para perdurar.
Así que a todos mis lectores, les deseo en esta Navidad, sacar y aprovechar ese novedoso sistema de estar todos juntos… aunque se solo virtualmente.