2019 no pinta nada bien. La economía en estanflación, la crisis humanitaria viento en popa y otros dos millones de venezolanos listos para salir del país. Maduro iniciará su sexenio con plomo en el ala, pues ni la AN ni más de 40 países lo reconocerán como presidente. ¿Cómo se come eso? Lo sabremos en los 10 primeros días de enero. Foto: Clarín

De mal (2018) en peor (2019)

Por Alfredo Michelena/ENPaís/Zeta

***2019 no pinta nada bien. La economía en estanflación, la crisis humanitaria viento en popa y otros dos millones de venezolanos listos para salir del país. Maduro iniciará su sexenio con plomo en el ala, pues ni la AN ni más de 40 países lo reconocerán como presidente. ¿Cómo se come eso? Lo sabremos en los 10 primeros días de enero.

Para Venezuela y los venezolanos, doquiera que estemos, este fue un año trágico. Pareciera que hubieran juntado las siete plagas de Egipto, que en realidad fueron diez,  pero que en nuestro caso el ángel vengador no aparece para salvar  a aquellos que han marcado su casa con sangre de cordero. Por supuesto, tampoco ha aparecido un Moisés que habiendo sido parte del régimen, ahora se dispondría a liberar a su pueblo. Claro que si hubiera aparecido en nuestra Venezuela le hubieran caído encima por colaboracionistas y “mudo”, y nadie le hubiera perdonado su pasado y el epíteto de traidor no se lo hubiera podido quitar de encima nunca más.

En 2017, el régimen comenzó una carrera ascendente producto no tanto del aumento de su popularidad o aceptación sino de la deflación de la fuerza política opositora. Ese año se nos frustró la salida electoral con la suspensión del revocatorio y el llamado a una Asamblea Constituyente (AC). La oposición decide no ir y lanza una exitosa consulta o plebiscito  el 16 de julio. Pero no logra parar la creación de ese suprapoder creado a la brava por el régimen. Entonces, con un suprapoder para decidir, el régimen se atreve y lanza dos elecciones.

Contra todo pronóstico se pierden las elecciones regionales. La gente no se movilizó como se esperaba y los partidos no se organizaron como debían.  Y como corolario también se pierden las de alcaldes donde la mayoría de la oposición no presenta candidatos.

A principios de 2018 el último intento de negociar se frustra. De allí para abajo hemos seguido recibiendo golpes, uno tras otro. Unos internos y otros externos. La MUD, un suicidio en primavera. En su descomposición surgen otros grupos y se consolidan grupúsculos, muchos dedicados a destrozar la poca fe que queda en la oposición y promover divisiones. Sin embargo, la mayoría de la oposición acuerda no participar en las elecciones para presidente. Maduro gana cómodamente.  Luego en la de concejales arrasan.

A pesar de perder electoralmente, casi ocho de cada diez venezolanos quiere que Maduro se vaya del poder.  Pero la dirigencia opositora no logra articularse ni convertir esa opinión en una acción política que represente una fuerza que pueda parársele al régimen.

La oposición había conseguido trasformar ese descontento en votos con mucho éxito hasta 2015, pero no ha logrado transformar ese voto en una fuerza política fuera de las urnas. Si solo el 10 % o incluso el 5 % de los que votaron por la MUD en 2015 se movilizara políticamente otro gallo cantaría.

La frustración de 2017 se une con la de 2018  y frente a una crisis humanitaria, que la gente sabe que no la va a solucionar el régimen, se produce una estampida migratoria de carácter épico. Algo nunca visto ni en Venezuela ni en la región. Si entre 2017 y 2018 habrían salido unos dos o tres millones de personas, con un quinto año de recesión económica, una imparable caída de la producción petrolera y una inflación estimada de 10 millones, se espera que  migren dos millones más en 2019.

Frente a una débil oposición política y un régimen que se mantiene internamente por la corrupción y el control férreo de un aparato represivo, que persigue a civiles y militares que puedan voltear la tortilla, solo la comunidad internacional se le para al pranato que nos somete.  Por cierto, para los que preguntan qué están haciendo nuestros militares,  de los 401 presos políticos, 162 son militares. Y las solicitudes de baja y las deserciones se cuentan por miles.

En enero de 2019 se producirán dos hechos claves: La instalación de la nueva y ya acordada directiva de la Asamblea Nacional, el 5 de enero, y la juramentación de Maduro, el 10 enero. En lo doméstico lo clave es la posición que tomará la AN frente a un Maduro que no reconocen. Se habla de la creación de un gobierno de transición como se planteó el 16 de julio pasado.  Ya el régimen tomó la decisión de no juramentarse sino ante el TSJ. Habrá que esperar para ver qué hará la AC, que podría disolver a la AN. Que sea inconstitucional es otra cosa.

En lo internacional,  la clave será cuáles embajadores o encargados de negocios asistirán a cada una de estas iniciaciones.  Ya el canciller del régimen marcó el tono en una reunión a principios de diciembre y les reiteró lo dicho por Maduro de que ‘Si no van a respetar al Gobierno de Venezuela es mejor que se vayan”.

Ya veremos que hacen los más de 40 gobiernos que aseguraron que no reconocerán ni a la AC ni las elecciones de Maduro para un segundo término, lo que supone que Maduro no podrá ser reconocido por estos países como presidente de Venezuela a menos que se tome como presidente de facto.

En todo caso, para 2019 la confrontación en la arena internacional subirá de tono a menos que se asuma, como en el caso de Cuba, que la existencia de una Venezuela bajo dictadura comunista, empobrecida y problemática es algo con lo que hay que convivir.

En lo nacional, la oposición deberá seguir enfrentando al régimen en todos los campos, incluso en una votación por las reformas constitucionales de la AC, y buscar por todos los medios la unidad como palanca para crear un fuerza política creíble, no solo por las élites ilustradas sino que interpele y movilice al pueblo llano.