Por Jaime Granda.
En este país mandan Hezbollah, ELN, FARC, cárteles de la droga, pranes, grupos paramilitares, Fuerza Armada Nacional Bolivariana, Rusia y China.
Es evidente que en Venezuela avanza la película cubana iniciada hace 60 años, pero por diversas razones el guion original ha sido adulterado y el control del proyecto no tiene un director único y omnipotente.
Hay un sector del régimen venezolano que actualmente sigue el guion dicho por Raúl Castro en julio de 2008 en su primera intervención en el Parlamento cubano después de asumir como Jefe de Estado el 24 de febrero de ese mismo año.
En esa aparición, Raúl Castro señaló la necesidad de un «adecuado sistema de impuestos y contribuciones» para que “los sueldos recuperen su papel”.
Raúl lanzó la propuesta de «eliminar las gratuidades indebidas y el exceso de subsidios», algo que ya había mencionado hace meses y que esta vez justificó recurriendo a la necesidad de que exista «orden, control y rigurosa exigencia que aseguren eficiencia, ahorro y eviten robos o desvíos de recursos».
Raúl enfatizó: «Socialismo significa justicia social e igualdad, pero igualdad de derechos, de oportunidades, no de ingresos. Igualdad no igualitarismo«.
En ese momento, el salario promedio en Cuba era de 408 pesos equivalentes a 17 dólares americanos.
En agosto de 2018, los medios indicaron que en Cuba se mantenía el salario promedio de 2017 cuando llegó a 767 pesos por mes equivalentes a 30,6 dólares americanos. En 2016 era de 740 pesos cubanos que equivalían a 29,6 dólares americanos.
Ese guión coincide con lo dicho por Gerson Hernández, miembro de la Comisión de Economía de la Asamblea Nacional Constituyente, esta primera semana de 2019, al anunciar que “estamos en un nuevo concepto, en una nueva economía que no es neoliberal ni comunista, que va en función de la participación en igualdad de condiciones, donde funcione la oferta y la demanda, el mercado para ganar ganar”.
Hernández sostuvo que los empresarios, como generadores de empleos y riqueza, deben sumarse a la lucha por sacer el país a flote, rescatando la economía.
Control disperso
A diferencia de Cuba, en Venezuela realmente no ha funcionado el control único y muestra desviaciones del guión de la película cubana dentro del chavismo como son las críticas que ya son públicas al desempeño de la actual cúpula.
En la última semana de diciembre del pasado año, el presidente del Frente de Izquierda Alberto Müller Rojas, Juan Simoza, aseguró a través de Unión Radio que ese año la producción agrícola no llegó ni a 35% de lo que se produjo en 2017.
Simoza reveló que han venido “criticando y solicitando” a Nicolás Maduro que revise al ministerio para la Agricultura y Tierras, porque le pasa cifras de producción agroalimentaria falsas y Maduro ”las expresa en los medios de comunicación porque debe creer en su entorno en su equipo, pero ese equipo le miente descaradamente”.
Simoza enfatizó que cuando hablamos que el ministerio de Agricultura y Tierras entregó insumos y semillas a los productores agrícolas para la siembra, “es una mentira más grande que el Orinoco”.
Subrayó que han exigido al ministerio establecer reuniones con los verdaderos productores agrícolas y no con “los bachaqueros de insumos”.
Igualmente reveló un ”complot” que existe entre Agropatria y la agroindustria que “hace unos 15 días se sentaron y colocaron el precio de la harina que les dio la gana a ellos violando e irrespetando el acuerdo que se había firmado con el gobierno en menos de un mes”.
En la última semana de diciembre un despacho de PanamPost firmado por Orlando Avendaño planteó que Nicolás Maduro no controla a Venezuela.
Avendaño escribió que en algún momento de su trágica historia, la Revolución Bolivariana pretendió establecer un sólido Estado totalitario, muy similar al cubano. Pero no pudo. Se pervirtió y, entonces, permitió que el proyecto inicial derivara en un grupo de actores criminales participando y conquistando cuotas de poder.
Entonces, el régimen chavista es de talante totalitario, pero no lo es íntegramente. No puede ser un totalitarismo cuando no es un solo hombre —ni su sistema— el que gobierna todo el territorio nacional.
Plantea que aquí mandan
Nicolás Maduro no controla a Venezuela.
Se trata, en síntesis, de un Estado fallido. Lo denunció hace unas semanas el ministro de Estado para las Américas de Reino Unido, Sir Alan Duncan. También, en palabras del ex preso político Lorent Saleh: “Venezuela es la capital del terrorismo en Occidente”.
No hay duda de ello cuando militantes del grupo terrorista chiita libanés Hezbollah andan por el mundo con pasaporte venezolano, como reveló el medio CNN en un reportaje. También, al menos unas 15.000 personas proiraníes.
Por otro lado, la prestigiosa organización InSight Crime, luego de un preciso estudio, concluyó que el grupo terrorista Ejército de Liberación Nacional opera en, al menos, 12 estados de Venezuela.
Avendaño agregó que son bandas, que no necesariamente trabajan de forma articulada. Grupos criminales que, en varias ocasiones, han terminado rivalizando entre sí. Muestra de ello son las recientes escaramuzas entre miembros de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y el ELN. También, las exigencias de que se sanee la estatal PDVSA por parte de Rusia y la detención de jefes paramilitares (colectivos) por parte de miembros de la seguridad del Estado.
Venezuela es, al final, un Estado de mafias. De muchas pandillas, demasiadas, que controlan parte del territorio —o nada— o aspiran a controlarlo. Entonces, es un régimen inestable. Desorganizado. Imprevisible. El grado de anomia es inmenso. Maduro no ha consolidado su poder.
Con tal grado de anomia, y con la participación de demasiados actores en el proyecto, si algo es probable es que ocurra lo improbable. Que, en cualquier momento, de forma súbita, se dé un punto de inflexión.
A diferencia de regímenes como el cubano, el norcoreano o, en su momento, el totalitarismo stalinista o el nazi, Nicolás Maduro no ha logrado implantar una maquinaria perfecta, pura, íntegra y absoluta. En cambio, es víctima de un desbarajuste, peligroso y confuso, que en cualquier momento se lo podría tragar. Es la inminencia de lo impredecible.
Por otra parte, en el ámbito externo hay un factor decisivo: la salida de Maduro ya no es interés solo de los venezolanos. En cambio, para un conjunto de naciones —no solo del continente americano, de hecho— es urgente que cese la crisis humanitaria que atraviesa Venezuela. Y estos países, luego de años de candidez, entendieron que, para finalizar la crisis humanitaria, debe haber un cambio de régimen.
Mientras continúe la crisis, miles de venezolanos dejarán su país todos los días. Para Latinoamérica el impacto demográfico es brutal. Y no habrá, jamás, nación que se prepare para recibir la cantidad de venezolanos que hoy llegan. Ni con las cantidades generosas de fondos que brinde la ONU u otras organizaciones.
También, y por la misma participación de actores criminales como Hezbollah, Rusia o China, la continuidad del régimen de Nicolás Maduro significa una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos, precisó Avendaño.
Como si todo eso fuera poco, en Venezuela también están metidas las manos de la empresa brasileña Odebrecht que durante los últimos 20 años pagó un tributo entre USD 50.000 y USD 100.000 a cambio de “permisos” para actuar en aquellos territorios en los que el grupo guerrillero FARC, hoy convertido en partido político en Colombia, tenía presencia.
La muerte de testigos clave de la investigación en el caso Odebrecht en Colombia tiene aparentemente mucho que ver con esta situación revelada a finales de 2018.
Sem 1/2019