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EL PESEBRE NAVIDEÑO

La crónica menor – CARDENAL BALTAZAR ENRIQUE PORRAS

Pesebre y pesebrera es el lugar y recipiente donde come o pasta el ganado. En el imaginario popular de la gente de ciudad evoca la tradición cristiana del nacimiento del Redentor que nació en una cueva donde seguramente se resguardaba el ganado menor y mayor en tiempos de frío, teniendo a la vez el recipiente del pasto. Se atribuye a San Francisco de Asís la popularización de los nacimientos, belenes o pesebres, en los templos, hogares y lugares públicos, tal como lo conocemos hoy en muchos de nuestros pueblos y ciudades.

La representación gráfica del misterio de la encarnación va unido a la vida cotidiana de cada cultura. Los personajes centrales son representados, bien a la antigua usanza, o tomando la tez, el color y la vestimenta propia de cada región. Así lo expresa musicalmente el villancico que mueve sus acordes para decirnos que “si la Virgen fuera andina y San José de los llanos, el Niño Jesús sería un niño venezolano”.

La imaginación y la creatividad vuelan para diseñar paisajes, viviendas, vegetación, animales y personajes en los que se entremezclan las descripciones de los evangelios de la infancia, los muchos detalles de los evangelios apócrifos, con las tradiciones populares más variadas. Para los cristianos, el pesebre es la personificación del templo en el hogar o en cualquier lugar, recordándonos el sentido más genuino de la encarnación: Dios se hace uno como nosotros, en debilidad y fragilidad para indicarnos el camino de la ternura, el amor, el perdón, la reconciliación y la actitud samaritana de quien pretende vivir como Jesús, dando siempre la vida por los demás, hasta el calvario y la resurrección.

Hay meditaciones muy hermosas en torno al pesebre. En estos días hemos contemplado la belleza y la catequesis gráfica del pesebre de la iglesia de Don Bosco en Altamira, y la del Seminario Santa Rosa de Lima, en la que cada escena evangélica tiene el sello de cada una de las regiones de origen de los estudiantes. Recordamos a continuación algunos aspectos de la meditación que el Papa Francisco hizo sobre el significado y valor del pesebre.

El pesebre es un evangelio vivo pues nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Al igual que cualquiera de nosotros, al nacer fue envuelto en pañales, con escasos recursos porque ni siquiera tuvieron lugar en la posada. Así podemos contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno.

El pesebre manifiesta la ternura de Dios. No solo nos ayuda a revivir la historia que ocurrió en Belén, sino que “manifiesta la ternura de Dios”, que siendo Creador del universo, “se abaja a nuestra pequeñez”. Es una invitación a ‘sentir’, a ‘tocar’ la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación” y “una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados”.

En el pesebre toda la creación participa en la fiesta de la venida de Jesús. Los elementos con los que se arma el pesebre familiar, el cielo estrellado, los paisajes, los animales y los pastores. Nos recuerda lo que habían anunciado los profetas: “Que toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías, y los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece.

La figura de María y el misterio de su llamado que no tiene a su Hijo solo para sí misma, sino que pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en práctica. San José, es el custodio de la familia. Y los Reyes Magos nos recuerdan nuestra misión evangelizadora, la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser evangelizador.

En fin, el pesebre habla del amor de Dios. Los recuerdos de nuestra niñez, cuando ayudábamos a construir el belén, es una evocación a tomar nuevamente conciencia del gran don que se nos ha dado al transmitirnos la fe; y al mismo tiempo nos hacen sentir el deber y la alegría de transmitir a los hijos y a los nietos la misma experiencia. Hagamos nuestra propia composición de lugar y elevemos una plegaria que nos ilumine como la estrella de Belén.