Por FRANCISCO POLEO
El asalto al Congreso de Estados Unidos no tiene justificativos. El recuerdo histórico de Roma invadida por los bárbaros es lo primero que viene a la mente. Si las instituciones estadounidenses resisten, Occidente podrá respirar, porque la caída de Washington significa el dominio de Beijing, Moscú, Teherán y adláteres. Ni Berlín, ni París, ni Londres, ni ningún otro, están en capacidad de hacerle frente a la embestida del otro eje. Lamentablemente.
Esta película de terror no va de ideologías. Aquí hablamos de un grupete de extremistas que son una minoría pero que, en tiempo de redes sociales y medios de comunicación desesperados por clicks, han conseguido hacer más escándalo que nunca. En ese ambiente hacen fiesta los mercaderes de la política, esos vendedores de espejitos que da igual si son de derechas o de izquierdas porque son todos iguales. Quienes estamos en esto de la comunicación debemos hacer mea culpa tras haber puesto nuestro granito de arena para magnificar el mensaje de estos encantadores de serpiente.
Las imágenes de los salvajes tomando el Capitolio de Estados Unidos estremecen. Conmueven y duelen a los verdaderos demócratas, independientemente de su ciudadanía. La bestia con los cuernos, el payaso que se llevó el podio de souvenir, el desfasado que irrumpió en la oficina de Pelosi, el bárbaro gritando desde el presidio de la Cámara. Hay que describirlos sin medias tintas, sin corrección política, porque son imágenes que quedarán tatuadas en la mente de quienes enarbolamos la bandera de la democracia. Desde 1814, nadie tomaba el Congreso, y fueron los británicos. Nunca, jamás, nadie había paseado la bandera racista y esclavista de los Confederados por los pasillos del parlamento.
Trump debe irse ya. El Partido Republicano debe reaccionar inmediatamente para ser fiel a la mayoría de sus militantes, conservadores que no comulgan con los bárbaros alojados en su extremo. Aunque haya sido sobre la bocina, el vicepresidente Pence y el líder senatorial McConnell marcaron el camino hacia el futuro de esa institución que es en Estados Unidos el partido del elefante.
Desde afuera, lo que está pasando en Washington puede hasta parecer otro día más en la oficina. Lo hemos visto en Venezuela y en varios países de Sudamérica, pero también en países desarrollados como España, cuando a las huestes de Pablo Iglesias les dio por cercar el Congreso, también tras perder unas elecciones. Pero, ojo, que esto es distinto. Guste o no, cuando el Tío Sam estornuda, al resto del mundo le da, al menos, fiebre.