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La Doctrina Guaidó: doctrina de la resistencia

Por WILLIAMS DÁVILA BARRIOS

El totalitarismo del siglo XXI no puede enfrentarse utilizando métodos y teorías del siglo XX. Vivimos una etapa en la historia de la humanidad donde las dictaduras postmodernistas llegan al poder tal cual caballos de Troya para, desde adentro del sistema democrático, destruirlo.

En el inicio de la guerra fría, en toda América, la clarividencia y la formación ideológica y política de hombres como el venezolano Rómulo Betancourt vislumbraron que la pobreza, el subdesarrollo, o el sentido de abandono de América del Sur frente a los intereses de los Estados Unidos, podrían generar un sentimiento antioccidental. Esto daría pie a que el comunismo ganara terreno, o por el contrario, a que se instauraran dictaduras militares de derecha que secuestraran las libertades públicas con la excusa de frenar el avance comunista.

Cualquiera de las dos opciones minaría el sistema de democracia representativa de promoción, garantía y respeto de los derechos humanos. Así, antes incluso de la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Rómulo Betancourt, en la IX Conferencia Panamericana, al fundarse la Organización de los Estados Americanos (OEA), exhortó a negarle estímulo y aliento a las corrientes políticas contrarias a la democracia, y “proveer medidas eficaces para la total extirpación de esos sistemas de gobierno que contradicen la esencia de la causa alrededor de la cual se agrupa un mundo deseoso de paz, de sana convivencia, de bienestar y de libertad.”

Ya como Presidente de Venezuela durante los años 60, Betancourt enfrentó tanto las dictaduras de derecha como las de extrema izquierda a riesgo de su propia vida. Estableció  la llamada Doctrina Betancourt, que no era más que aislar políticamente a las dictaduras. Venezuela acababa de derrocar al régimen militar de Marcos Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958, y estaba siendo amenazada militarmente por el régimen marxista leninista de Fidel Castro y la dictadura de derecha de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana.

Años después, con el triunfo del teniente coronel (Ej) Hugo Chávez Frías en 1998, quien llegó al poder por la vía electoral -pero igualmente se había lanzado al ruedo político por la vía de un golpe de Estado- el gobierno de Venezuela pasaría a apoyar, patrocinar y promover a todos los regímenes totalitarios posibles de América y del mundo, con la idea de conseguir soporte para su proyecto del socialismo del siglo XXI.

Venezuela entró en un proceso de involución democrática donde nuestra democracia, cultivada durante 40 años, se hundió en la autocracia que hoy día deriva en una atroz dictadura liderada por Nicolás Maduro, culpable de cometer sistemáticamente delitos de lesa humanidad, según el Informe de la Misión de determinación de los hechos de la violación de derechos humanos de la ONU.

Frente a este estado de cosas, la sociedad venezolana desde el mismo 1999 comenzó a enfrentarse con más o menos organización al autoritarismo de Hugo Chávez, proceso para nada sencillo pero que, en medio de la decantación dialéctica de la historia, hoy día podemos decir que existe una oposición democrática, pues hay estructuras políticas y sociales que enfrentan a la dictadura. Siendo esta una oposición no violenta, nos enfrentamos a un proceso de innovación política: ¿cómo enfrentar una dictadura armada, violenta, criminal, con métodos no violentos? Paradoja no fácil de entender.

          La oposición democrática ha experimentado muchos mecanismos de coordinación. Uno de los grandes logros fue el triunfo electoral de las parlamentarias del 2015, pese a las tendencias totalitaristas que derivaron en el desconocimiento de la dictadura en mayo de 2018, en unas elecciones presidenciales convocadas por la espuria Asamblea Nacional Constituyente al margen de la Constitución. Como consecuencia, se generó un vacío presidencial que se cubrió utilizando la propia Constitución en su artículo 233, donde se eligió a Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional como Presidente Interino de la República.

Por tanto, el presidente Guaidó comienza a liderar  el discurso opositor desarrollando lo que denomino “Doctrina Guaidó”, la cual representa un paso adelante y un movimiento no violento y audaz en la lucha contra el totalitarismo del siglo XXI.

Recientemente los hechos políticos, los pronunciamientos internacionales, el desconocimiento de la dictadura de Maduro, las sanciones a particulares del régimen por parte de los Estados Unidos, Europa y países de Latinoamérica, la emergencia humanitaria, la pandemia por el COVID-19, en fin, las fuerzas de las circunstancias le van dando configuración a la doctrina como instrumento de lucha.

La Doctrina Guaidó permite que el mundo y el pueblo venezolano logren, mediante las propuestas y acciones del presidente interino, filtrarse entre los pilares del totalitarismo para aislarlo políticamente. Ya no solo se desconoce a un régimen totalitario sino que se le da peso y capacidad de maniobra al espacio  de resistencia democrática que en Venezuela representa la Asamblea Nacional electa en el 2015. Por lo que tanto la Asamblea Nacional y la Presidencia Interina reciben reconocimiento internacional y multilateral como garantía de interlocución democrática válida.

He de recalcar que, siendo un movimiento no violento con arraigo popular, trasciende fueros nacionales y vemos reflejos en Bielorrusia, donde más allá del desconocimiento al dictador Aleksandr Lukashenko, hecho por los países democráticos, Lituania es el primer país en reconocer a la disidente Svetlana Tijanóvskaya, como legítima Presidenta de Bielorrusia.

La Doctrina Guaidó busca devolver a la democracia la iniciativa en la lucha contra regímenes totalitarios que, como en el caso de Venezuela, cuentan con el apoyo de grandes redes internacionales de poder, cuyo objetivo es ir minando poco a poco todas las democracias del mundo. Además ha contado con el apoyo de las fuerzas militares que han permitido el establecimiento y actuación pública y política del Ministro de la Defensa en amenazas contra la oposición venezolana al declarar que mientras ellos (los militares) estén en el poder la oposición nunca más volverá a ostentarlo.

La Doctrina Guaidó reconoce que el primer derecho humano, globalizado y universal es el derecho que tienen los pueblos a vivir en democracia.

No podemos enfrentar los totalitarismos del siglo XXI con el viejo concepto de la soberanía absoluta y el principio de no intervención, que es utilizado por los dictadores como su principio de preservación a los fines de hacer lo que les venga en gana. La novedad de  la “Doctrina Guaidó” ha sido la de establecer un órgano unificador de los diferentes sectores democráticos, dando unidad de mando, capacidad de planificación y el establecimiento internacional de una interlocución única que ha permitido contrarrestar, a través de un cuerpo diplomático propio, la desinformación del régimen y la atención a la enorme diáspora de venezolanos por el mundo. Al mismo tiempo, ha logrado proteger de la dictadura los activos de Venezuela en el exterior, que han sido utilizados por el régimen de Maduro para financiar actividades ilegales y la violación sistemática de los derechos humanos.

Al día de hoy, no hay ningún estamento ni institución que conforme el entramado de la dictadura que sea reconocido por la comunidad democrática internacional. Se requiere mayor  coordinación y planificación de medidas coercitivas o  sanciones individuales  hacia el régimen. No se puede descansar hasta lograr que el régimen ceda en su posición de tener a la población venezolana secuestrada. De lo contrario sería claudicar ante el chantaje que minaría la supervivencia de la democracia en toda la región.