Maduro y los adeptos al régimen son los únicos que se han vacunado contra el Covid-19. Imagen EFE.

Genocidio en potencia

Por JURATE ROSALES

El número exacto de la diáspora venezolana esparcida por el mundo se puede contar en millones de seres humanos sin que existiese una cifra exacta. Empezó con la dispersión en el mundo de los petroleros venezolanos, después de que Chávez despidiera con un pito a la plana mayor de la petrolera PDVSA y luego profundizara ese éxodo con el despido del 30 % del personal total de esa empresa, lo cual inició la destrucción de la economía del país. Desde el despido masivo en PDVSA de 18.756 trabajadores en el año 2003, como venganza tras el famoso paro petrolero, más nunca se paró el desangramiento de la nación.

          En este momento de inmensa tragedia nacional llegamos, sin guerra y por la acción de un sistema de gobierno irresponsable, a lo más inverosímil del sufrimiento nacional: los que en la última ola de huida de Venezuela, para no morir de hambre, se vieron impedidos de buscar sustento en otro país, debido a la parálisis económica mundial producida por la pandemia del virus  Covid 19. Es difícil imaginar una secuencia tan trágica de destrucción de una nación con el doble flagelo de un gobierno asesino y una enfermedad que también mata.

Bajo estas circunstancias, el caso de Venezuela supera en materia de destrucción al de cualquier drama –fuese de guerra o de enfermedad– que existe en la Historia de las naciones. Hasta las famosas plagas de Egipto, relatadas en la Biblia, eran una sola en cada caso, cuando las de Venezuela en este momento, son varias mortales y simultáneas. Mientras el mundo padece de una sola plaga e inicia la vacuna, Venezuela es el único país que se ve afectado por una serie de situaciones destructivas de la nación, sin siquiera vislumbrar remedio alguno a breve plazo.

Era difícil imaginar una situación tan insólita en su dramatismo, porque lo último que ha creado esta secuencia de situaciones entre la vida y la muerte es el regreso de centenares –¿miles?– de personas, algunas con niños y familias enteras, que huyeron a pie por las fronteras y se vieron atrapadas en su huida por las restricciones que en cada país vecino establecieron para frenar la pandemia. Son ahora personas atrapadas en un vacío entre fronteras, sin siquiera la posibilidad de sustento en economías impedidas de salir a la calle. Nadie se hubiera podido imaginar una situación tan dramática.

Dado que el más urgente remedio debería ser por lo menos el de frenar una pandemia mortal, es inhumano impedir para Venezuela la entrada de las vacunas. La tal llamada “sputnik” rusa, de la que ni siquiera hay todavía seguridad internacional de su eficacia, se convirtió en un alarde de los personeros del gobierno venezolano. Las vacunas, previstas y separadas para Venezuela por la OMS (Organización Mundial de la Salud dependiente de las Naciones Unidas) está esperando ¿el permiso? de entrada al país. En el mundo entero, la vacuna es gratis, distribuida por cada gobierno. ¿Qué pasa en Venezuela? Cualquiera que frene la llegada y distribución gratis de esa vacuna, una que tenga la garantía de la OMS, podría ser acusado de lesa humanidad. ¡Ojo, Maduro! Todos los ojos del mundo, están pendientes.

Como se ve, la situación de la población que ha permanecido en Venezuela, y particularmente la de familias que no disponen de moneda extranjera y están en la intemperie de un bolívar sin valor alguno, ¿qué les queda? Resignarse a morir de hambre no puede ser la solución. Se trata de la tradicional hambruna que siempre ha sido el flagelo de todos los gobiernos comunistas en el mundo, pero lo que hoy ocurre en Venezuela supera hasta las tradicionales hambrunas de esos sistemas. En Venezuela todo se está reduciendo a situaciones de vida o muerte en familias que no reciban ayuda de los que ya emigraron y consiguieron algún modo de ingresos en su exilio. Agregue a eso la pandemia y los envíos de vacunas de la OMS impedidos de entrada a Venezuela, y tendrá una situación que sólo se podrá definir como genocidio en potencia.