*** Rosa Martínez es una soprano venezolana que deslumbra a España. La maracayera, enfermera que ejerció como voluntaria en los peores momentos de la pandemia, ensayó debajo de un puente y un buen día una periodista la descubrió mientras lo hacía. Ahora, llega lejos en el programa Got Talent España. Esta es una parte de su historia en un reportaje que le hace la BBC Mundo.
«Sabéis lo que pasa, Rosa María, que yo no debería estar aquí juzgándote a ti. Te hemos acogido en este país y tú a cambio has estado en la zona cero, en el momento más complicado en nuestro país y encima tu talento ha ayudado a nuestros mayores a llegar hasta aquí».
«Para mí esto es el número perfecto«, le dijo el famoso presentador español Risto Mejide a Rosa María Martínez, una inmigrante venezolana que participa en el programa de talentos Got Talent España.
«Representas todo aquello de lo que tenemos que sentirnos orgullosos. Nuestros mayores, nuestros sanitarios, pero también representas al talento que sobrevive y nos hace sobrevivir».
«Este botón dorado es vuestro», dijo antes de oprimirlo, junto a otro miembro del jurado, la cantante Edurne.
De esa forma, Martínez, tras su interpretación de «Adiós Nonino» de Astor Piazzolla, pasó directamente a la semifinal del concurso, algo que no es muy usual en ese reality show.
Su participación, que se transmitió el 17 de septiembre, se convirtió en un episodio muy emotivo del concurso, especialmente cuando un grupo de adultos mayores, sus «héroes» -como ella los llama-, subieron al escenario a acompañarla.
Esta es la historia de la enfermera de 30 años, madre soltera, que nació en Maracay y cuya voz ha cautivado a muchos y no sólo en España.
«Un vínculo muy fuerte»
«De niña, siempre fui enfermiza, asmática. Admiraba mucho a mi tía Miriam, que era enfermera. Quería ser como ella y como las enfermeras que me atendían. Además quería usar el uniforme blanco», le cuenta a BBC Mundo.
Comenzó a estudiar música a los 12 años y a los 17 empezó a especializarse en el canto lírico.
Cumplió su sueño y se graduó de enfermera.
«Trabajé en un área muy dura del sector salud de Venezuela: la oncológica. Los pacientes con cáncer se han visto muy afectados por las carencias en el país», especialmente -explica- por la falta de unos fármacos específicos que son importados.
«Cuando una persona recibe quimioterapia, no recibe un solo medicamento, sino un conjunto de ellos y si uno falla, pues el objetivo de otro medicamento se ve un poco coartado.
«Entonces tenía que constantemente enfrentarme al hecho de perder a mis pacientes.
«Tuve que ayudar a muchos de ellos que no tenían recursos. Por ejemplo: o comían o iban a la quimioterapia. Entonces les decía: ‘Invierte tu dinero en venir a la quimio, yo me encargo de traerte la comida'».
«O adolescentes que sufrían de algún cáncer, de esos extraños que le dan a los niños, y sus padres no tenían recursos», prosigue.
«Me llegaban a decir: ‘Enfermera, necesito para el pasaje para llevar esta muestra, lo único que tengo es para pagar el laboratorio, pero me falta trasladarme’. Uno les ayudaba a completar lo que les faltaba.
«¿Por qué? Pues al final uno tiene mucha conexión con su paciente y establece un vínculo aunque no lo quiera y a ellos les pasa igual con el enfermero. Y la ruptura de ese vínculo es muy fuerte.
«Cuando mi pareja me llamaba desde Caracas, donde estaba viviendo en esa época, siempre me encontraba llorando porque se había muerto alguno de mis pacientes», evoca.
Cuenta que la situación le empezó a afectar profundamente: «se sufre mucho«, dice. Y sintió que era necesario parar y hacer algo diferente por un tiempo, «quizá para despejar la mente y alejarme un poquito de esa situación que tiene que ver con la enfermedad y con la muerte».
La partida
Se fue a trabajar como música a Caracas y, como soprano, formó parte del Coro de Ópera del emblemático Teatro Teresa Carreño.
Se fue abriendo paso como cantante solista y, entre varias presentaciones, en 2018, hizo una acompañada por la Orquesta Filarmónica de Venezuela.
Obtuvo el título de cantante, pero una decisión se volvió inminente: «Como muchos venezolanos, me fui del país en busca de más estabilidad».
«Lo más doloroso ha sido tener que dejar a mi hija. Tiene 10 años».
«Giselle es mi mayor inspiración, mi principal motor«, expresa.
«Ella, mi madre y mi hermana dependen completamente de mí. Todos los gastos de mi hija corren por mi cuenta.
«He tenido que criarla sola. Me separé de su padre».
Martínez llegó a España en 2019, estudió un máster en Música Española e Hispanoamericana en la Universidad Complutense, hizo unas prácticas en el departamento de Música de la Biblioteca Nacional de España y unas pocas presentaciones.
Pero el nuevo coronavirus trastocó todo.
El golpe de la pandemia
«Como sucedió en todo el mundo, en España surgió la necesidad de reclutar a enfermeros que pudieran trabajar en medio de la crisis sanitaria», relata.
«Y para mí fue un deber moral, ético y profesional ofrecer mis servicios como enfermera, ya que tenía la formación y la experiencia en mí país, así que atendí el llamado y comencé a trabajar en residencias para mayores».
«Trabajé en una que se vio muy afectada», evoca.
«Fueron varios [los que murieron], uno, dos, tres, cuatro el mismo día.
«La situación estuvo difícil porque al principio teníamos que atenderlos sin los recursos necesarios».
Pero todo cambió y la situación mejoró. Y es que España fue uno de los países más golpeados por la covid-19 al inicio de la pandemia.
«Hoy en día veo el proceso de la muerte de otra forma«, dice.
«Mi experiencia con pacientes con cáncer me había preparado un poco y el trabajo con estos abuelos y la muerte me ha terminado de mostrar un lado distinto de este proceso de la vida, que es el fin».
«Canta lo que tú quieras»
«En uno de los salones de una de la primeras residencias donde trabajé, un grupo de abuelos se reunía para hacer el rosario».
Les preguntó si les podía cantar y, «como son tan nobles, me dijeron: ‘Claro, hija, canta lo que tú quieras’ y les canté el Ave María».
«Quedaron tan emocionados que se convirtió en un ritual que yo pasara sobre las 5:30 pm a cantar.
«Si no aparecía porque estaba muy ocupada, me mandaban a llamar«.
Siempre siguió el estricto protocolo sanitario: «Empecé a cantar con todo el traje de buzo, lentes especiales, guantes, doble mascarilla, más la pantalla. Todo para protegerlos».
Después de que pasaron los meses más duros de la pandemia, los centros de día para mayores empezaron a abrir y Martínez consiguió un trabajo en uno de ellos.
Allí no sólo monitoreaba la salud de los asistentes sino que participaba en actividades de estimulación neurológica para ellos.
En ese proceso su pasión por la música tomó una nueva dimensión y se formó en musicoterapia.
«Había cantado en la fiesta de despedida de la enfermera que iba a suplantar y, desde ese momento, los abuelos decidieron que les cantara en los cumpleaños y en todas las celebraciones que surgieran».
Y, poco a poco, empezó a darles conciertos, a los que asistían vestidos de gala.
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