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El desafío final de Vladimir Putin: Análisis de Rafael Poleo

PÉNDULO

*** Rusia tiró la parada final en la gran apuesta para restablecer las fronteras que tenía cuando se hacía llamar Unión Soviética, considera el autor.

Por RAFAEL POLEO

El viernes pasado, 17 de diciembre, Rusia tiró la parada final en la gran apuesta para restablecer las fronteras que tenía cuando se hacía llamar Unión Soviética. Ha tenido el tupé de exigir a las potencias democráticas reunidas en la NATO (Tratado Defensivo del Atlántico Norte) el compromiso de que le dejarán ejecutar esa modificación del mapamundi. Para ello, Rusia exige a las potencias occidentales retirarse de las naciones que fueron Unión Soviética, desde Europa Oriental hasta el Asia Central, y renunciar a prestarles cualquier forma de ayuda militar. La insultante exigencia tendría como primer escenario Ucrania, pero es obvio que sobre la marcha caerían Polonia y los estados bálticos. 

A quienes tenemos una tradición de enfrentamiento con los extremismos de todo pelaje nos es familiar su estilo de avanzar con paso de vencedores hasta que el invadido dice basta. Entonces piden excusas, proclaman una posición pacifista y se retiran hasta una posición siempre más ventajosa que la que ocupaban antes de esa ofensiva. Fue así como la Alemania nazi ignoró tratados y se convirtió en una potencia militar capaz de arrasar Europa, y Rusia se tragó Europa Oriental, la explotó hasta que Estados Unidos dijo basta y luego, en las recientes décadas, se ha tragado lo más jugoso de América Latina, explotándolo con criterio descaradamente colonial, caso de Venezuela.

Este comportamiento es calculado en función de la reacción esperada en la contraparte. Hitler, cuyo mayor talento fue oler la debilidad moral de sus enemigos, mesmerizó a los cobardes sibaritas que gobernaban Francia e Inglaterra en los años treinta. Stalin se encontraba en su plenitud vital cuando al terminar la Segunda Guerra Mundial avasalló a un Roosevelt anciano y enfermo, bien distinto del que en los años treinta sabiamente condujo su país a la guerra inevitable. Si los jóvenes necesitan la euforia del combate, los viejos anhelan la tranquilidad de la paz, para conservar la cual Roosevelt entregó a Europa Oriental. Eso duró, en los dos casos, hasta que Estados Unidos, poderío tecnológico e industrial -por tanto, militar, que es lo que cuenta-, entonces como ahora absolutamente superior al alemán y al soviético, dijo basta.  

No sería de extrañar que Putin, enano que compensa sus complejos con calculadas poses de macho alfa, esté apostando a la aparente debilidad física del actual presidente de los Estados Unidos, punto que la ultra-derecha americana goza en destacar, lo cual, adminiculado con el pacifismo bobalicón de la ultra-izquierda, le hace bien gordo el caldo a los enemigos de Occidente. A quien crea en la grandeza de los gobernantes este puede parecerle un comportamiento demasiado primitivo tratándose de una situación de tanta importancia, pero es que los grandes matones de la Historia son precisamente de una primitividad que desconcierta a los estadistas muy sofisticados, otra ventaja para sujetos como Hitler, Stalin, Castro y Maduro, distintos sólo en el tamaño de los países donde les tocó actuar.  

Se diría que sobre el comportamiento de los matones históricos hay experiencia suficiente para impedirles que desarrollen sus megalomaníacos proyectos, pero una ojeada al mapamundi sugiere que las confortables democracias burguesas no han aprendido la lección. El cuadro general no es fácil. La opinión americana ha sido ablandada por unos medios de comunicación cuyos propietarios tienen intereses económicos globales que les son prioritarios. Europa cultiva la cínica ambigüedad de las civilizaciones decadentes. En ese continente sólo se cuenta con la lealtad de los bravos países bálticos y quizás de los escandinavos. La inteligente alianza con naciones del Pacífico Sur aún no ha madurado. Cierto que Estados Unidos sigue siendo la primera potencia militar de nuestro planeta, pero es secreto a voces que la proverbial paciencia asiática ha alcanzado cotas inesperadas en el propósito de alterar esa relación de fuerzas. 

Afortunadamente, la salud del presidente Biden no es tan mala como quisieran los activistas de la política pequeña, y la superioridad tecnológica americana es particularmente cierta en la especialidad geriátrica. Biden es como Roosevelt, pero el Roosevelt de 1939.