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Réquiem por Europa

*** El papel de los principales gobiernos europeos en la guerra de Rusia contra Ucrania ha dejado un nuevo ejemplo de la crisis sistémica de la UE, considera el autor.

Por FRANCISCO POLEO

«El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación». La frase atribuida a Otto von Bismarck, ex canciller del imperio alemán. La deben haber visto mil veces en redes sociales, algunas veces atribuida a Winston Churchill. Hoy nos viene como anillo al dedo. Hablaremos de políticos, elecciones, estadistas, generaciones y cancilleres alemanes.

Empecemos por Gerhard Schröder, ex canciller alemán, predecesor de Ángela Merkel. Es miembro de la junta directiva de Nord Stream, la empresa que opera el gasoducto por el cual Berlín es tan tímida en su condena a Moscú. Ese gas mantiene calientes los hogares alemanes. Los teutones no parecen estar dispuestos a perder eso. Sin embargo, parece un pequeño sacrificio en comparación con lo que están sufriendo los ucranianos, cuyos hogares también están calientes pero por el crepitar de las brasas causadas por los misiles de Hitlerovich. Volviendo a Schröder, el individuo, que es todo lo que está mal con la democracia occidental, también se sienta en la junta directiva de Rosneft, la cual preside. Además, está nominado a la de Gazprom desde hace pocos días. Es decir, ya con el conflicto en marcha, a Gerhard no se le ocurrió otra cosa que aceptar la postulación a la petrolera consentida de Putin. Hace un mes soltó la siguiente perla: «el ruido de sables de Ucrania debe parar». Sí, de Ucrania.

Uno se pregunta por qué el contribuyente alemán debe mantenerle a Schröder, a todas luces agente de un gobierno extranjero, una pensión vitalicia.

Hablemos ahora de Merkel, ese titán de la política que, tres meses después de dejar el poder, ve crujir los cimientos de su legado. Su gestión, magnífica en casi todo, tiene un gran agujero. En 2015, la entonces canciller aseguró con su firma el segundo gasoducto de Nord Stream, el mismo que hoy el actual jefe de gobierno teutón se ha visto obligado a cancelar. Este inexplicable movimiento de Merkel sólo se entiende en la tesis liberal de que se puede democratizar a los autócratas por la vía de los negocios. La domesticación del oso ruso ha resultado tan exitosa como la del dragón chino.

Después de Merkel, le ha tocado a Olaf Scholz llenar los enormes zapatos que le dejaron. A poco de llegar al cargo, menos de tres meses, le ha tocado lidiar con las andanzas imperiales de Hitlerovich. Hasta ahora, tibio es lo mejor que se puede decir de él. Biden tuvo que doblarle el brazo para que cancelara el Nord Stream 2. Ahora, el estadounidense tendrá que hacerlo nuevamente. Para sancionar como Dios manda a Rusia, es necesario cortarle el acceso al sistema de transferencias Swift. Sin eso, los oligarcas de Putin no podrán sacar dinero de Rusia hacia las grandes capitales mundiales en donde les gusta hacer grosera ostentación de su riqueza. El problema es que algunos países, con Alemania a la cabeza, se niegan a ser tan severos. De hecho, Italia llegó a la desvergüenza de exigir que se excluyera a sus productos de lujo del paquete de sanciones aprobado este viernes. Bélgica, por su parte, logró que se dejara por fuera a su industria de diamantes.

En criollo, Alemania no quiere impedir que los oligarcas rusos puedan hacer transferencias para comprarse los mocasines Gucci italianos y los diamantes belgas con los que adornan a las “modelos” de Instagram que cargan de accesorio. Mientras tanto, Zelensky, ese tipo que hace cinco años ejercía su profesión de actor y en tres meses de conflicto ya da la impresión de ser el mayor estadista de Europa, se pregunta «¿quién está dispuesto a luchar con nosotros? Sinceramente, no veo a nadie».

«Les pregunto si están con nosotros. Dicen que están con nosotros, pero no están dispuestos a aceptarnos en la alianza militar (de la OTAN). Todos ellos tienen miedo. Tienen miedo. Pero nosotros no tenemos miedo. No tenemos miedo de defender nuestro país». Tienen miedo, Zelensky, porque no se metieron en política para ser estadistas, sino para ganar popularidad, premios y mucho dinero en el retiro dando conferencias, firmando libros que les escriben sus ghostwriters o cabildeando en favor del mejor postor.

Triste papel el de esta democracia que se arrodilla por unos mendrugos de pan. Casi tan triste como el papel de Macron, quien cada tanto visita a Hitlerovich para que el bully eslavo, con su espectacular cara de póker, le haga promesas que descaradamente incumplirá a las pocas horas. A Emmanuel debe habérsele ocurrido que esta es la vía más rápida para ganar las elecciones de este año. Y para el Nóbel de la Paz, que se ha convertido en el equivalente al premio que le damos a nuestras mascotas cuando se portan bien.

Visto el camino mercantil que han tomado los líderes europeos, no es de extrañarse que Estados Unidos, Reino Unido y el mundo anglo hayan decidido tomar las de Villadiego, formando su propia alianza. El descalabro actual de las principales potencias de la UE ha hecho que un tipo como Boris Johnson parezca sensato. Pero lo que más duele personalmente es que lo hacen ver a uno como anti-europeo, cuando se es todo lo contrario.

La esperanza está en una reserva de políticos con empaque de estadistas que empiezan a despuntar en el viejo continente. Pareciera que esa generación sobrepasará a la caterva de burócratas que gobiernan hoy. Si no, habrá que entonar el réquiem por Europa, con todo el respeto que merece el velorio de un ser muy querido.

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