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Necesitamos una estrategia más realista para la posguerra fría

Necesitamos una estrategia más realista para la posguerra fría

*** La invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin ha puesto fin a 30 años de vacaciones de los estadounidenses en la historia, considera Robert M. Gates, director de la CIA de 1991 a 1993 y secretario de Defensa de 2006 a 2011.

Por ROBERT GATES

La invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin ha puesto fin a 30 años de vacaciones de los estadounidenses en la historia. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se enfrenta a adversarios poderosos y agresivos en Europa y Asia que buscan recuperar la gloria pasada junto con territorios y esferas de influencia reclamados. Todo ello desafiando un orden internacional moldeado en gran medida por Estados Unidos que ha mantenido la paz entre las grandes potencias durante siete décadas. El desafío ruso y chino a este orden pacífico viene desarrollándose desde hace varios años. La guerra de Putin ha supuesto la ducha de agua fría necesaria para despertar a los gobiernos democráticos a la realidad de un nuevo mundo, un mundo en el que nuestra reciente estrategia -incluido el «pivote» hacia Asia- es lamentablemente insuficiente para hacer frente a los desafíos a largo plazo a los que nos enfrentamos.

Aunque tenemos varios retos de seguridad -Irán y Corea del Norte, así como el terrorismo y los problemas globales-, Rusia y China son las principales amenazas para nuestros intereses económicos, políticos y militares. Cada una de las dos naciones plantea un tipo de peligro diferente.

La amenaza de Rusia es un líder megalómano convencido de que su misión histórica es restaurar el imperio ruso y reescribir la historia desde el colapso de la Unión Soviética. Está dispuesto a utilizar las medidas más brutales para lograr ese objetivo, en casa y, como estamos viendo, incluso más allá de las fronteras de Rusia. Sin embargo, cuando desaparezca de la escena, podría surgir una Rusia diferente. Pudimos vislumbrar esa alternativa durante la presidencia de Dmitri Medvédev de 2008 a 2012.

Medvédev, ahora irremediablemente comprometido, habló entonces de la necesidad de que Rusia diversificara su economía y estableciera vínculos económicos más fuertes con Occidente; levantó muchas de las restricciones impuestas por Putin a las organizaciones no gubernamentales extranjeras y consintió la intervención en Libia en 2011. Esto no quiere decir que Putin vaya a ser sucedido por algún tipo de demócrata liberal, sino más bien por un nacionalista que vea la oportunidad de una Rusia económicamente más fuerte y políticamente más influyente y una vida mejor para los rusos. En resumen, después de Putin, podríamos ver una Rusia mucho menos amenazante para sus vecinos y para nosotros.

China, por otra parte, será un reto a largo plazo para Estados Unidos. La estrategia de Deng Xiaoping de hace 40 años de «ocultar» la fuerza de China y «esperar» su momento fue diseñada para evitar provocar la hostilidad y la resistencia de Estados Unidos antes de tiempo, hasta que China estuviera preparada para reclamar su papel de liderazgo mundial basado en el poder económico y militar. Los sucesores de Deng adoptaron esa estrategia, y cada uno de ellos hizo su parte para impulsar el crecimiento económico y construir un ejército fuerte. Ahora, Xi Jinping ha abandonado el «hide and bide» para adoptar políticas mucho más amenazantes y agresivas en el exterior y medidas excepcionalmente represivas en el interior. No hay razón para esperar que el desafío disminuya bajo Xi o sus sucesores.

Una nueva estrategia estadounidense debe reconocer que nos enfrentamos a una lucha global de duración indeterminada contra dos grandes potencias que comparten el autoritarismo en casa y la hostilidad hacia Estados Unidos. Nos desafían no sólo militarmente, sino también en el uso de otros instrumentos de poder: la ayuda al desarrollo, las comunicaciones estratégicas, las operaciones encubiertas y de influencia, y los avances en las tecnologías cibernéticas y de otro tipo.

No podemos seguir pretendiendo que un enfoque de seguridad nacional centrado principalmente en China protegerá nuestros intereses políticos, económicos y de seguridad. China, sin duda, sigue siendo la principal amenaza a largo plazo. Pero, como hemos visto en Ucrania, un dictador imprudente y arriesgado en Rusia (o en cualquier otro lugar) puede ser un reto igual para nuestros intereses y nuestra seguridad. Necesitamos una nueva estrategia para hacer frente con eficacia a los adversarios de Asia y Europa, adversarios de alcance mundial.

Una nueva estrategia que aborde los retos globales para Estados Unidos -y todas las democracias- en el siglo XXI requiere cambios significativos en las estructuras de seguridad nacional de Estados Unidos que son, en su mayor parte, un legado de finales de los años cuarenta. Si logramos evitar la guerra con Rusia y China, nuestra rivalidad con ellas se librará utilizando instrumentos de poder no militares, el mismo tipo de instrumentos que desempeñaron un papel importante en la victoria de la Guerra Fría: la diplomacia, la ayuda al desarrollo, las comunicaciones estratégicas, la ciencia y la tecnología, la ideología, el nacionalismo y otros.

Otro instrumento no militar crucial -como hemos visto en los últimos días- son nuestras alianzas y el poder inherente a la actuación conjunta. Dos de las agencias más importantes durante la Guerra Fría fueron la Agencia de Información de los Estados Unidos (comunicaciones estratégicas) y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (asistencia económica). Tenemos que reinventar de forma creativa ambas -y otros instrumentos críticos de poder no militares- para la lucha global en la que ahora estamos inmersos.

Al mismo tiempo, la guerra de Putin nos ha recordado la importancia decisiva del poder militar. Necesitamos un ejército más grande y avanzado en todas las ramas, que aproveche al máximo las nuevas tecnologías para luchar de nuevas maneras. El poder aéreo será fundamental tanto en Europa como en Asia, pero las Fuerzas Aéreas dependen de aviones que, por término medio, tienen un cuarto de siglo de antigüedad. Se necesita una Armada mucho mayor, especialmente en Asia, para proteger las líneas de comunicación y la libertad de navegación en todo el mundo. El Ejército necesita ser más grande, en particular para permitirnos aumentar nuestra presencia militar en Europa, al menos mientras Putin esté en el poder.

Si queremos tener un ejército más grande, poderoso y tecnológicamente avanzado para apoyar una estrategia global, debe haber una reforma radical dentro del Pentágono. La forma actual de hacer negocios allí nos pone en peligro. Los viejos hábitos burocráticos deben dar paso a nuevos enfoques que obliguen a la rapidez y agilidad en el paso de las nuevas tecnologías y adquisiciones desde la decisión hasta el despliegue. Hay que recortar los gastos generales y destinar el ahorro a las capacidades militares.

Cuando yo era secretario de Defensa, en 2009, con tres meses de trabajo, recortamos tres docenas de programas heredados derrochadores o fallidos que, de haberse llevado a cabo, habrían costado a los contribuyentes 330.000 millones de dólares. Un año después, de nuevo con sólo unos meses de trabajo, identificamos 180.000 millones de dólares en ahorros de gastos generales. No se puede pedir a los contribuyentes más dinero para garantizar que nuestras fuerzas armadas sean superiores a nuestros adversarios sin demostrar que la despilfarradora y penosamente lenta burocracia de defensa puede ser reformada y lo será.

Obviamente, el Congreso tiene un papel central en todo esto. Los miembros de ambos partidos deben empezar a comportarse de forma más responsable en materia de seguridad nacional. La antigua y descabellada oposición a la financiación adecuada de instrumentos de poder no militares, como la ayuda exterior, debe dar paso a la comprensión del papel fundamental que estas capacidades han desempeñado en la seguridad nacional de Estados Unidos en el pasado y deben desempeñar en el futuro.

En el ámbito militar, la defensa parroquial de los sistemas de armas heredados y de las bases e instalaciones innecesarias debe dar paso al imperativo de desplegar nuevos equipos y armas avanzadas. Los responsables de Defensa necesitan más flexibilidad presupuestaria y organizativa para aprovechar las nuevas oportunidades y tecnologías innovadoras. Hay que poner fin al vergonzoso fracaso del Congreso, año tras año, a la hora de consignar los presupuestos para nuestras organizaciones de seguridad nacional al comienzo del año fiscal, obligando a las agencias a cojear durante meses con resoluciones continuas.

La guerra de Putin nos recuerda que el mundo es un lugar peligroso y mortal. Y que estamos en una contienda global con dos potencias despiadadas y autoritarias que están decididas a lograr sus aspiraciones por cualquier medio. Nuestros poderes ejecutivo y legislativo deben comprender el nuevo mundo en el que vivimos, dejar a un lado lo de siempre y adoptar un cambio drástico para garantizar que nosotros y nuestros aliados democráticos prevalezcan en esa contienda.

Por último, el presidente -y los miembros de ambos partidos en el Congreso- deben trabajar juntos para explicar al pueblo estadounidense por qué el destino de otros países, incluida Ucrania, importa a Estados Unidos. Por supuesto, la disuasión de la agresión y el apoyo a la libertad y la democracia son importantes. Pero los estadounidenses también necesitan entender en términos prácticos cómo los acontecimientos en el extranjero afectan a la seguridad aquí en casa y a su propio bolsillo. Este papel recae, principalmente, en el presidente. Como dijo el presidente Franklin D. Roosevelt, «el mayor deber de un estadista es educar».

La guerra de Putin y las ambiciones agresivas de Xi han puesto fin a la era de la posguerra fría y han trastornado el orden mundial de los últimos 70 años. El gobierno de Estados Unidos debe responder reformando y fortaleciendo nuestras instituciones de seguridad nacional, desarrollando una estrategia global y ayudando a nuestros ciudadanos a entender por qué los acontecimientos en el extranjero nos importan.

© The Washington Post

Robert M. Gates sirvió en las administraciones de ocho presidentes y fue director de la CIA de 1991 a 1993 y secretario de Defensa de 2006 a 2011.

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