*** Lo que ocurre en Ucrania y en cualquier parte del planeta nos concierne, y la muerte de los seres humanos nos incumbe, recuerda el autor.
Por Carlos Canache Mata
El gran poeta peruano César Vallejo publicó en 1937 -en pleno desarrollo de la guerra civil española (1936-1939)- su poemario “España, aparta de mí este cáliz”, que contiene 15 poemas, el último de los cuales le da el nombre al poemario. Sustituyendo a España por Ucrania -en el primer país, se luchaba contra el después dictador Francisco Franco; en el segundo, se está luchando contra la invasión rusa de Vladimir Putin- se podría citar a Vallejo:
Niños del mundo,
si cae Ucrania –digo, es un decir–
(…)
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!
(…)
Si Ucrania cae –digo, es un decir-
salid, niños del mundo, ¡id a buscarla..!
Y es que a todos nos duele lo que pasa en Ucrania, porque lo que ocurre en cualquier parte del planeta nos concierne, y la muerte de los seres humanos nos incumbe, como lo dijera en lenguaje metafísico el poeta-sacerdote inglés John Donne: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, tanto como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
Por eso, porque “nada de lo humano nos es ajeno”, es que en muchas ciudades del mundo se realizan manifestaciones detrás de pancartas, como ocurrió en París el pasado 5 de marzo, en las que se puede leer “apoyamos la resistencia ucraniana”, y se condena al genocida Vladimir Putin, en tanto que se reconoce y se exalta la digna valentía del presidente Volodímir Zelenski. Porque lo que acaece en cualquier lugar del globo también nos toca y atañe, es que, en reciente artículo, el historiador Fernando Mires apuntó que “en el fondo de nuestros corazones, muchos somos hoy ucranianos”.
La ciudad portuaria de Mariúpol, al sureste de Ucrania, está sitiada desde fines de febrero y ha sido la más castigada por los ataques de las tropas rusas. Las agencias informativas estiman que murieron al menos 300 personas que estaban en el refugio antiaéreo construido bajo el teatro de la ciudad, a causa del bombardeo ruso del pasado 16 de marzo. Las imágenes de satélite exhiben una gran devastación, con destrucción e incendio de edificios y casas. Mariúpol se ha convertido en una ciudad mártir. Se ha dicho que el pintor Pablo Picasso “plasmó el horror de la guerra civil española en el Guernica” y que “Mariúpol, por desgracia, se ha convertido en el Guernica de la guerra de Ucrania”.
Escribo este artículo la noche del lunes 28 de marzo, cuando una nueva ronda de conversaciones está por realizarse en Estambul (Turquía) entre las delegaciones negociadoras de Rusia y Ucrania. En los anteriores contactos, no se lograron “avances significativos”. Kyrylo Budanov, jefe de la inteligencia militar de Ucrania, expuso hace unos días (el 27 de marzo) que Vladimir Putin posiblemente se propone dividir a Ucrania en dos, como Corea del Norte y Corea del Sur, imponiendo una línea divisoria entre las regiones ucranianas ocupadas y las que no lo están. Eso sería inaceptable. En todo caso, el presidente Zelenski ha advertido que “la soberanía de Ucrania y su integridad territorial no están en duda” y que “garantías efectivas de seguridad para nuestro Estado son obligatorias”.
La Rusia de Putin tuvo la equivocada ilusión de que en una especie de guerra relámpago hitleriana aseguraría una rápida victoria sobre Ucrania, pero la realidad ha sido otra. La resistencia heroica de las Fuerzas Armadas y del pueblo ucranianos, apoyados por armamento occidental, han hecho pedazos el cálculo del actual jefe del Kremlin, y las fuerzas rusas han alcanzado pocos avances en capturar ciudades clave. En un reporte del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Ucrania se informa que han muerto 16.600 soldados rusos y que las tropas rusas han perdido 582 tanques, 1.664 vehículos blindados de combate, 294 piezas de artillería, 93 lanzacohetes múltiples, 52 sistemas de defensa aérea, 121 aviones, 127 helicópteros, 7 barcos y 56 drones. Tal vez, tales resultados han dado pie para que el diario The Times, citando una fuente anónima, asegurara que “el caos y el descontento se han apoderado de los servicios de seguridad”, tras la invasión de Ucrania, y que existe el riesgo de un golpe de Estado contra Putin. El pasado 26 de marzo, encontrándose en Varsovia durante su reciente gira europea, el presidente estadounidense, Joe Biden, pronunció, ante cerca de mil personas, en el Palacio Real de aquella ciudad, un discurso en el que dijo que su homólogo ruso, Vladimir Putin, “no puede permanecer en el poder, por el amor de Dios”. Lo dicho, dicho queda, aunque después, la Casa Blanca y él mismo trataron de matizar sus palabras.
La expectativa del mundo se centra en la nueva ronda de negociaciones que comenzó el martes 29 de marzo. Ojalá que Putin y sus tropas escuchen la exhortación que desde el Vaticano hizo el papa Francisco en su último oficio dominical: “Basta, paren, acallen las armas, tomen en serio la paz”.
Amén.
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