*** «Mientras Putin gobierne Rusia, será rechazado como estado forajido por toda la comunidad internacional, incluso sus aliados circunstanciales, considera el autor.
Por Antonio A. Herrera-Vaillant
Recién montaron en Caracas un mural con los rostros de Putin y del difunto comandante proclamando -al más rimbombante estilo fidelista: “¡Venceremos!”
El teatral gesto aparece justo cuando las atrocidades de Rusia en su invasión a Ucrania se van multiplicando y ganando la creciente repulsa de todo el mundo civilizado. La Corte Penal Internacional ya investiga los crímenes de guerra y los rusos van quedándose encerrados dentro de su vasto imperio, con apenas el dudoso apoyo de sus vecinos del imperio chino y de cuantos pigmeos morales del planeta que anteponen su odio visceral a la civilización occidental a cualquier valor moral.
Mientras Putin permanezca en territorio ruso, queda fuera del alcance de una corte internacional. Pero eso podría terminar siendo la opción más peligrosa pues si los propios rusos podrían adelantarse -no sólo esos que hoy se oponen a la guerra absurda sino todos los que con el tiempo se irán oponiendo a ella- a sus muertos y consecuencias.
Y quienes conocen historia saben que en aquellas frías latitudes los episodios finales pueden resultar menos ordenados que un juicio internacional en forma y con garantías -y si no que lo cuenten los espíritus del Zar Nicolás y familia.
Con cada día que pasa, el mundo despierta más a la realidad de que ya no sólo es importante que Ucrania se defienda contra el impúdico intento imperialista de parte de Putin, sino que ya crece el convencimiento de que éste debe ser derrotado por completo. Y eso puede suceder.
La antigua Unión Soviética tuvo que retirarse de Afganistán -y luego disolverse- por menos desgaste que viene sufriendo en Ucrania. Y Ucrania no sólo resiste, sino que está devolviendo los golpes con cada vez más eficacia, y aunque Rusia tenga recursos numéricamente muy superiores, a diario se palpa que Ucrania los supera cualitativamente por mucho. Estos últimos luchan por una patria centenaria mientras que los otros generalmente ni saben lo que hacen allí.
Lo más que podría rescatar el ruso de toda esta descocada aventura es algún tipo de victoria pírrica que le salve un poco la cara. Pero mientras Putin gobierne Rusia, será rechazado como estado forajido por toda la comunidad internacional, incluso sus aliados circunstanciales.
En el mural de marras se nota a leguas la ausencia del rostro del mandamás de turno. Rara cosa en quién no pierde ocasión de estamparse junto al desaparecido caudillo. Quizás hasta los más serviles pelotilleros locales del cosaco desquiciado ya comienzan a entender que de todo este fiasco a ellos no les tocará siquiera una victoria pírrica.
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