***Según un reciente informe, 11,2% de la población de España entre 15 y 64 años, es decir tres millones de personas es consumidora. Luego siguen Irlanda, con un 8,3%, y Dinamarca, con un 8,1%.
Por María P. Bonmatí – El Español
Cuando Luis probó la cocaína por primera vez nunca pensó que terminaría siendo un adicto. Su coqueteo con las drogas llegó con el cannabis y, por casualidad, a través del trapicheo con un pescador andaluz, se metió su primera raya. Su historia, que ya contamos en EL ESPAÑOL, por desgracia, no es aislada. España tiene un gran problema con el abuso de esta sustancia, que, a diferencia de lo que se pueda pensar, no sólo atañe al ‘pobre desgraciado’. Está en todos los lados.
Según el informe que acaba de publicar el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías, España es el país con más prevalencia de cocaína. En base a sus datos, un 11,2% de la población de nuestro país, entre 15 y 64 años, es consumidora. El porcentaje se traduce en tres millones de personas. Nos sigue Irlanda, con un 8,3%, y Dinamarca, con un 8,1%.
El dato que ofrece el Ministerio de Sanidad, en cambio, es mucho más bajo, un 2,5%. La diferencia radica en que los datos del ministerio proceden de gente que admite ser consumidora, mientras que el informe actual basa sus cifras en fuentes mucho más completas, como centros de atención y la Junta Internacional de Fiscalización de estupefacientes de Naciones Unidas.
Estimar cuál es la verdadera realidad del problema es una tarea muy complicada, sobre todo por el estigma que acompaña a la adicción. No todo el mundo se atreve a confesar su relación con la cocaína. De ahí que el dato del Ministerio no concuerde con el que ofrece el observatorio europeo, que se ve respaldado por otros informes como el de Naciones Unidas, que también posiciona a España a la cabeza de Europa en consumo, aunque según sus estimaciones nos supera Bélgica.
Dicho país, sin embargo, no ha aportado datos suficientes para el observatorio europeo, ni para la cocaína ni para ninguna sustancia, por lo que, quizás, gane a España. Nuestra nación ha sido más honesta, aunque eso no quita que la realidad que emana de esa sinceridad sea fúnebre. Tenemos un grave problema. Por ejemplo, respecto al cannabis nos situamos como los ‘reyes de Europa’ en consumo y, además, se apunta a un incremento del crack, algo que también llama la atención.
Adicción predominante
A pesar de esas otras realidades, la cocaína sigue siendo la sustancia preocupante. Según datos del observatorio de Proyecto Hombre, en poco tiempo ha pasado a ser la adicción predominante de sus usuarios, copando un 39,1% del servicio.
Tratar un problema como éste, además, no es tarea fácil. Al abuso le acompañan otras comorbilidades, como depresión grave, trastorno de estrés postraumático, trastorno de déficit de atención e hiperactividad, trastorno por pánico y diversas fobias.
«Un centro de internamiento es el lugar idóneo para tratar la adicción, porque ofrece un lugar seguro para que la persona se enfrente a sus fantasmas y miedos». Quien habla es María Quevedo, directora de Tratamiento en la clínica Recal, dependiente de la fundación homónima y que lleva más de 20 años dando ayuda a quien la pide y necesita.
Daniel Martínez, coordinador de psicólogos de la clínica, explica que ellos funcionan bajo el modelo Minnesota de tratamiento de adicciones. La historia de este esquema surge a finales de los años 40, en el estado estadounidense que le da nombre, y nace para dar solución al alcoholismo.
En ese momento, sus creadores plantearon algo que, a día de hoy, damos más o menos por hecho, pero que, por aquel entonces, rompió moldes: una adicción no tiene cura, pero sí una recuperación posible. «El adicto a la cocaína lo va a ser toda la vida, porque es una enfermedad crónica, en cuanto vuelve a consumir, se vuelve a reactivar. Lo que podemos lograr es que esa persona tenga una vida funcional alejada de las sustancias«, resume María Quevedo la realidad de este problema.
Trato digno al paciente
La experta, además, pone sobre la mesa un término muy importante, ‘enfermedad’. Ese fue otro de los logros del modelo Minnesota, considerar el alcoholismo como una enfermedad y abordarlo como tal. «Para nosotros, lo importante de este modelo es el trato digno al paciente. Mucha gente se imagina que la adicción se trata en psiquiátricos con gente encamada y medios de contención. No, eso es algo del siglo anterior», sentencia Daniel Martínez.
Entre el resto de bases del modelo Minessota, destaca el considerar que las adicciones son enfermedades progresivas e incluso mortales si no se detienen, la no culpabilización al enfermo y la consideración de adicciones múltiples, algo que el coordinador de psicólogos del centro confirma que se da con frecuencia: «Vemos mucho consumo de cocaína, pero también de alcohol y psicofármacos, esto último muy llamativo por lo súbito que ha sido el ascenso».
Con psicofármacos hablamos, entre otros, de las benzodiacepinas, algo en lo que España es líder, no de Europa, sino del mundo. Martínez detalla que en la clínica es habitual ver un consumo conjunto de estos medicamentos con cocaína: «Se dan casos en los que un paciente va al médico de cabecera con un cuadro de ansiedad y le recetan un medicamento, cuando lo que de verdad se esconde es un consumo de cocaína». Si ya de por sí la adicción es un problema, con esto se suma el peligro de que esa persona esté consumiendo estimulantes y depresores a la vez. «Es tremendo, nefasto y muy lesivo para la persona», se apena el psicólogo.
Si hay consumo de más sustancias u otras patologías asociadas es lo que se determina en la evaluación del paciente, el primer paso para el ingreso. «Lo más recomendable es hacer un examen previo sobre el estado físico y psicológico del paciente, porque puede haber muchas patologías asociadas que pongan en riesgo a la persona. Nuestro protocolo establece una exhaustiva evaluación médica y psiquiátrica porque sólo tratamos a enfermos estables», detalla María Quevedo.
Dos fases
Con «enfermos estables» se refiere a personas que no tienen una enfermedad activa, ya que el consumo de cocaína puede llevar a desarrollar psicosis paranoide, esquizofrenia y trastorno bipolar, como detalla la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, en una revisión sobre la adicción a la cocaína y su tratamiento.
Una vez que se han descartado patologías que impidan a la persona poder hacer su tratamiento con el resto de compañeros, los expertos de la clínica Recal estiman un ingreso en centro de unos tres meses, donde estará atendido por todo tipo de especialistas: médicos, psiquiatras, psicólogos y terapeutas.
Aquí se hace abordaje psicológico y farmacológico. Aunque no existe una ‘metadona’ para la cocaína, hay una serie de medicamentos necesarios, como antidepresivos, estabilizadores del ánimo o anticonvulsivantes. «Lo ideal es llegar a un punto de medicación cero, pero no siempre se puede por lo que llamamos ‘enfermos duales’, que son personas que tienen otras enfermedades psiquiátricas», puntualiza la directora de tratamiento.
Luego hay otros nueve meses de control, donde las terapias se hacen de modo ambulatorio. Eso sí, como puntualiza María Quevedo. Si no se garantiza que la persona, cuando salga, vaya a estar en un entorno libre de sustancias, puede optar a unos pisos tutelados que tiene la fundación.
Los pilares base
Porque en esos tres meses de ingreso, lo que se ha conseguido es que la persona esté libre de cocaína. «Lo importante es quitar la sustancia, porque sin eso no se puede hacer lo que viene después», detalla Daniel Martínez. «Es un proceso terapéutico en el que hay que mirar más allá del consumo, porque hay un nivel muy alto de relación entre la adicción y un trauma, abusos en la infancia, baja autoestima y otros problemas en los que hay que trabajar».
Después de un año, generalmente, llega la vida de nuevo. Aquí pueden aparecer las recaídas. También puede darse el caso de que la persona no vuelva a activar su adicción nunca más. No se sabe.
Lo que sí afirman a ciencia cierta estos expertos es que para acabar definitivamente con el problema, hace falta desterrar la estigmatización: «Esto es una enfermedad mental y es algo que se tiene que entender», clama María Quevedo, que lamenta los casos en los que escucha la famosa frase: «Él se lo ha buscado». «Nadie busca ser un adicto y esto puede afectar a cualquier persona, independientemente de su sexo, condición o estrato social», sentencia Daniel Martínez. Para los dos, la base de todo tratamiento sólo puede partir de un primer imperativo, el respeto y la comprensión.