Según el autor, la insensibilidad de Maduro y su camarilla hacia los derechos humanos ha llegado a un nivel que para nada colocó en el centro de la agenda con Petro el tema de nuestros migrantes.
Por César Pérez Vivas
La reciente visita a Miraflores del presidente Gustavo Petro nos obliga, nuevamente, a pensar sobre los temas prioritarios de la relación bilateral entre Venezuela y Colombia.
La ausencia de Nicolás Maduro en la falsa apertura de la frontera, en la que Petro se sintió burlado por su ausencia, las peticiones de Diosdado Cabello de desconocer las figuras de asilo y refugio otorgadas por Colombia a los perseguidos del régimen, la necesidad de garantizar la apertura de la frontera y la de conseguir un acuerdo con el ELN, frente a las cuales la administración en Caracas no daba respuesta, obligaron a Petro a visitar a Maduro en su bunker.
Petro agregó a la agenda la solicitud de reingreso de Venezuela al sistema Interamericano de los derechos humanos y una exigencia de transparencia en el sistema electoral, temas que incomodaron profundamente al intolerante residente de Miraflores.
Es importante destacar que el régimen chavo madurista desconoció totalmente las decisiones de protección a ciudadanos venezolanos emanadas del sistema americano de derechos humanos.
Es conveniente recordar que el sistema interamericano de derechos humanos nació con la adopción de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, en Bogotá, Colombia, en abril de 1948. La Declaración Americana fue el primer instrumento internacional de derechos humanos de carácter general.
En el año 1959, la Organización de los Estados Americanos (OEA) creó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La Comisión, cuya misión es promover y proteger los derechos humanos en el continente americano, es un órgano principal y autónomo de la OEA. En el año 1969, los Estados miembros de la OEA adoptaron la Convención Americana de Derechos Humanos, que entró en vigor en el año 1978, donde además de crear nuevos derechos, le da nacimiento a la Corte Interamericana de Derechos Humanos definiendo y precisando las funciones y procedimientos de la Comisión y de la Corte.
De esas instituciones han emanado mandatos directos, en forma de informes y sentencias, al estado venezolano. El madurismo ha calificado dichas decisiones como “injerencismo”, apelando a anacrónicos conceptos de soberanía que en el mundo de hoy no son aceptados, ni en el campo de la política, mucho menos en el del derecho.
Maduro de nuevo apeló a esos conceptos frente a Petro, rechazando de forma directa la iniciativa de reingreso al sistema interamericano de los derechos humanos lanzando al cesto de la basura normas y tratados de derecho internacional, que son de obligatorio acatamiento, y que como podemos apreciar son el fruto de un largo y laborioso proceso de construcción cumplido por más de 70 años.
La insensibilidad de Maduro y su camarilla hacia los derechos humanos ha llegado a un nivel, que para nada colocó en el centro de la agenda el tema de nuestros migrantes. Colombia ha recibido a más de dos millones de ciudadanos venezolanos, les ha otorgado protección y ha impulsado, en conjunto con entidades internacionales, programas de apoyo y reinserción en sus comunidades.
El régimen madurista desde el primer momento ha querido invisibilizar el drama de la estampida humanitaria que su política represiva y socioeconómica ha producido. De ahí su desdén por la vida de los millones de compatriotas que a diario luchan, en el continente y en otros confines, para vivir y para ganar el sustento con el cual sostener a sus familias.
Mención especial debo hacer, en el caso de Colombia, de los niños abandonados. La reunión de Petro y Maduro se produce en el momento en que estoy de visita en Bogotá. Aquí me encuentro con el drama de los niños abandonados.
En efecto, el organismo colombiano de protección a la niñez tiene bajo su cuidado a 1.600 niños venezolanos en situación de abandono. Se trata de una alarmante cantidad de los hijos de migrantes, muchos abandonados en las calles de las diversas ciudades de Colombia, otros huérfanos de padres fallecidos en su territorio en circunstancias diversas, así como los dejados en manos de terceros, por quienes de paso en territorio colombiano, tomaron el camino de la selva del Darién con destino a los Estados Unidos.
Por supuesto que en ese drama encontramos un componente de irresponsabilidad de padres insensibles, pero hay muchos casos de padres enfermos o fallecidos.
Este drama humano requiere de un plan de trabajo binacional para examinar cuántos de esos niños pueden regresar a los hogares de sus familias originales, y cuántos pueden encontrar otro hogar para su formación.
Por supuesto que la agenda binacional entre Venezuela y Colombia tiene múltiples temas, que no fueron tratados en esta primera reunión, por ejemplo, el relativo a las cuencas binacionales, la contaminación de las aguas, la protección de los ecosistemas, además del comercio y tránsito de personas y de bienes, con las implicaciones y consecuencias que dichas actividades generan.
Las relaciones entre ambos países no pueden estar sometidas a una visión ideológica, ni mucho menos al temperamento de los jefes de ambos gobiernos. La diversidad de temas que conciernen a dos países vecinos y hermanos debe ser canalizada a través de mecanismos institucionales estables, que trasciendan a los gobiernos de turno, y que garanticen solución a los múltiples asuntos que a diario afectan la vida de las personas habitantes de ambos países.
Espero en un mediano plazo poder contribuir desde el gobierno de nuestro país, con la experiencia y conocimientos acumulados en el tema de fronteras y relaciones binacionales, en el plano concreto de las soluciones, y no limitarme a escribirlas para reflexionar sobre ellas o para hacerlas conocer a mis amables lectores.
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