Por Graciela Requena
Las luces de la sala del Adrienne Arsht Center en Miami, bajaron gradualmente hasta apagarse. Y, en la sala a oscuras, brilló el telón que fue subiendo paulatinamente: Tosca se adueñó del escenario.
Sin preludio ni obertura, tres acordes metálicos más un motivo sincopado de gran dinamismo, marcaron las fuerzas antagónicas del violento drama que estaba a punto de desarrollarse en la espectacular sala de ópera del centro de la ciudad de Miami.
Sala repleta y elegante, culta, ‘acompasada’ por las inevitables toses nerviosas que rompían el imponente silencio que nos preparaba para revivir el drama de Tosca como si fuera la primera vez.
Tragedia de amor y celos, asesinatos y suicidios, Tosca, de Giacomo Puccini, fue estrenada en Roma en 1900, y desde entonces no se ha bajado de los seis primeros lugares del repertorio clásico operístico.
La conmovedora aria Vissi d’rte que precede al asesinato del barón acosador de mujeres, y una de las arias más más bellas del repertorio del bel canto, y núcleo filosófico de la opera, en la que Tosca dice que ella ha vivido para el arte y el amor, y para hacer el bien en el mundo, y le pregunta a Dios por qué la pone en esta situación tan horrible.
“¿Por qué Dios permite el sufrimiento de los inocentes?”, que la soprano lírico Tony Marie Palmertree interpretó esa noche magistralmente arrancando aplausos prolongados de una audiencia que se puso de pie.
En el último acto, Caravadosi canta su aria final:
E lucevan le stelle. Sus últimos pensamientos antes de morir son para la belleza de Tosca, y la intensidad de su amor.
Tosca cree que la ejecución es un simulacro, como le hizo ver el barón Scarpia para seducirla, pero las balas son de verdad. Y Caravadosi muere. Tosca grita que se encontrará con Scarpia ante Dios, y se lanza al vacío. Fin.
La Florida Grand Opera se igualó con las mejores casas de opera del mundo, no solo en la calidad del espectáculo.
Esa tarde de sábado, era como un desfile en la alfombra roja y la rampa de acceso a la espectacular sala del Adrienne Arth Center cegaba con con el brillo de la elegancia de una audiencia vestida a la par de las soirées de la Metropolitan Opera House.
Como exige la tradición.
¡Brillo en la opera!