Vigas en un siglo
Agosto tuvo un gran despliegue en conmemoraciones centenarias. Dos nacimientos de grandes maestros del arte venezolano, como lo son Oswaldo Vigas y Carlos Cruz Diez, dos glorias de las artes plásticas venezolanas que alcanzaron renombre allende los mares.
El arte español también contó un centenario (10 de agosto) de la muerte de Joaquín Sorolla y Bastidas, el pintor de la luz filtrada, de las escenas de mujeres con trajes blancos y vaporosos al viento, que caminan por la orilla de la playa, y de niños nadando, o jugando con veleros blancos en la espuma blanca que el mar deja en la playa. De las hojas de los árboles en movimiento. ¡Ah, impresionismo puro!
Pero hoy toca hablar de Vigas.
Oswaldo Vigas, pintor, escultor y muralista venezolano, nació un 4 de agosto de 1923, en Valencia, Estado Carabobo. Estudió medicina. Se graduó de médico en la Universidad Central de Venezuela, pero no ejerció la carrera.
Todo parece indicar que lo suyo siempre fue el arte, que sacó de la genética materna. Su madre, Nieves Linares, era descendiente de Arturo Michelena -el pintor venezolano más destacado del Siglo XIX. El padre de Oswaldo sí fue un reconocido médico valenciano, José de Jesús Vigas. Posiblemente le inculcó a su hijo seguir la misma carrera científica que él estudió. Y el hijo lo complació. Hasta allí.
Así, pues, su ADN materno se impuso y el joven médico se dedicó a desarrollar su talento en las artes plásticas: pintura y escultura, destacándose también en grabado y muralismo. Y fue un éxito total.
Té con los Vigas
No me habría animado a escribir esta historia de no haber localizado, en la maraña de pendrives que traje de Venezuela, estas fotografías que tomé en la casa de los Vigas, las cuales dan un valor intrínseco a esta crónica: el maestro en la intimidad de su hogar, enmarcado dentro de la increíble atmósfera de su casa-taller, en Los Dos Caminos, Caracas, atiborrada de objetos de arte, de libros, rodeado de sus brujas a medio hacer, y otras brujas listas para volar. Pinceles, plumones, esponjas, espátulas, bastidores, lienzos, paletas y … ¡más brujas! Brujas a medio hacer, brujas sin ojos, brujas con un solo ojo, brujas esculpidas en bronce, brujas en arcilla. Brujas a tamaño natural. ¡Un aquelarre!
Estaban hasta escondidas entre las plantas del jardín, aquel jardín con sabor provenzal, y aroma a hierbas que a la francesa Jeanine no le podían faltar en su cocina: tomillo, mejorana, orégano, romero, albahaca, hinojo, estragón, laurel, y una que otra matica de lavanda, coleada entre las florecitas silvestres que crecen aquí y acullá, espontáneas hasta por las grietas de los mosaicos ofrendando ese olor a campo único de la provincia francesa, pero al pie del Ávila.
Rafael y yo fuimos a casa de Vigas a llevar un cuadro del maestro que necesitaba ser restaurado. Una bruja, por supuesto, de su época más temprana, que se encontraba un poco descuidado. Fue tanta la alegría que sentimos al vernos que aceptamos quedarnos a tomar el té con los Vigas, Oswaldo y Jeanine, su mujer. Quedé aturdida con la atmósfera bohemia de aquel maravilloso hogar abarrotado de libros, de obras de arte, de fotografías de momentos felices, de piezas raras, de tallas.
Volvimos para recoger la obra ya restaurada, y tuvimos otra tenida de buenos recuerdos.
Además habíamos quedado en que el maestro mandaría a buscar en su camioneta el afiche de proporciones gigantes, diseñado para el metro de París con motivo de la retrospectiva “Vigas 1952 hasta 1993”, en el parisino Museo La Monnaie, Palacio de la Moneda. Ese afiche lo mandó el mismo Vigas desde París —doblado dentro de un gran sobre— a la directora de Zeta, Jurate Rosales, con la información de la gran exposición que se estaba montando en la ciudad luz. Jurate me regaló el afiche, y Dimaca hizo el resto: lo enmarcó y lo protegió con plexiglas. Debido a las dimensiones, el afiche no se pudo montar con vidrio. El maestro lo mandó a buscar a mi casa, lo desmontaron en su taller, lo firmó: Vigas, lo volvieron a montar y me lo devolvió.
El creador de Las Brujas siempre rechazó las corrientes artísticas de su época. Vigas no consideraba arte el arte cinético ni la abstracción geométrica, a los que consideraba arte decorativo. Vigas construyó su propio estilo:
«Nunca he sido rigurosamente abstracto ni rigurosamente figurativo, lo que siempre he intentado ser es rigurosamente Vigas», decía el maestro con insistencia.
Así que construyó su propio idioma artístico, inspirado en lo mágico, lo mítico y lo telúrico del imaginario latinoamericano.
En la sala de la casa, colgado al lado de la fotografía donde se le ve abrazado con su amigo Pablo Picasso, está el retrato que le hizo su tocayo el pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, en 1956.
Esa tarde el maestro contó la anécdota que hizo realidad ese retrato. Los Oswaldos se conocieron en la inauguración de una exposición de Bernard Buffet, en París. Al igual que Guayasamín, Buffet, era un artista francés cuyos retratos se distinguen por una fuerte expresividad, y había sido reconocido como un pintor realista, siendo de gran importancia el drama interior del sujeto humano. Luego de la inauguración, Guayasamín fue al estudio de Vigas en la rue Dauphine y le dijo: «Mira, yo soy Oswaldo Guayasamín y tú eres Vigas. ¡Dame un lienzo! ¡Dame pintura! Te voy a hacer un retrato al estilo de Bernard Buffet, pero mucho mejor que Buffet, porque tú y yo somos los dos artistas más importantes de América Latina». El resultado fue el extraordinario retrato de Vigas que estaba colgado en la sala junto al piano y al lado de Picasso. Cuando tome las fotos, el maestro me pidió discreción con el cuadro de Guayasamín.
Vigas no comulgaba con la revolución chavista, como buen burgués que fue: La burguesía lo ha inventado todo: la ciencia, el arte, la poesía, el comercio. Para ser un científico tienes que haber comido, decía muy en serio pero riéndose.
—Yo nunca estuve de moda y ese es mi mayor orgullo—, decía Vigas.
—Uno no es importante, la pintura es importante.
Vigas representó a Venezuela en la Bienal de Venecia, en 1954. En 1992 ganó el XXVI Premio Internacional de Arte Contemporáneo de Mónaco, y en 1999, fue ganador de la Feria Iberoamericana de Arte FIA.
Sus obras están en importantes museos del mundo, tales como el Museum of Modern Art, San Francisco, EEUU; el Art Museum of the Americas, OAS, en Washington, D.C. EEUU; el Musée Des Beaux-Arts en Reims, Francia; el Museo de Arte Moderno de Bogotá; Colombia; el Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago de Chile, Chile; así como en numerosas colecciones privadas en todo el mundo.