La horrorosa realidad: Testimonios confirman decapitaciones de bebés en Israel

BEBES

“Sí, decapitaron a bebés. Y violaron a mujeres, también. Yo lo vi todo”, revela a EL ESPAÑOL una paramédico.

En medio de los escombros humeantes y los retazos de una vida que una vez fue, Noemí Galeano, una paramédica en los kibutz atacados por Hamás, enfrenta un espectáculo de horror que desafía la comprensión. «Yo nunca tendría que haber visto bebés decapitados», confiesa Galeano, cuya lucha por encontrar palabras para encapsular la magnitud del terror es palpable.

“Sí, decapitaron a bebés. Y violaron a mujeres, también. Yo lo vi todo”, revela a EL ESPAÑOL.

El sábado a las 10:00, una sirena desgarradora perforó el silencio de la mañana, arrastrando a Galeano desde la tranquilidad de su hogar en Beit Shemesh hacia un infierno inimaginable de violencia y devastación. Como voluntaria en United Hatzalah, Galeano fue testigo de horrores que se grabaron profundamente en su psique.

Recuerdos atroces, inolvidables e indelebles, la acosan, pintando un retrato visceral de la barbarie que deja atrás toda civilidad y humanidad. A lo largo de la «carretera de la muerte», las imágenes de cuerpos desfigurados, familias exterminadas y actos indescriptibles de crueldad son una narrativa visual del dolor inenarrable y la pérdida.

Itzik, otro voluntario, comparte relatos semejantes de destrucción, donde la deshumanización alcanza profundidades aterradoras. “Los terroristas fueron muy eficientes en Reim… hicieron lo que hacen los degenerados: quemarlos, extirparles partes del cuerpo, violarlas, decapitarlos”, comparte Itzik con una sombría resignación.

En la narrativa dominante, hay una oscilación entre los informes confirmados y las declaraciones de los testigos oculares, generando una neblina de incertidumbre y terror. Ni la CNN ni el Times of Israel han podido confirmar algunas de las descripciones más macabras, creando un vacío donde la verdad se encuentra atrapada entre las grietas del conflicto y la propaganda.

“Yo sola he visto miles de cuerpos. Estoy convencida de que no hay solo 1.300 muertos. La cifra de fallecidos va a subir estos días, ya verás. Hay muchos sin contar”, anticipa Noemí, una premonición sombría que atestigua la magnitud de la tragedia.

El contraste entre el deber de cuidar a los terroristas capturados y la realidad de las atrocidades cometidas pinta un cuadro de conflicto interno, donde la humanidad y la barbarie coexisten en un equilibrio precario.

A medida que Galeano y otros como ella enfrentan los demonios del presente, el futuro se asoma incierto y tembloroso, un testimonio mudo de la complejidad de un conflicto donde las líneas entre la verdad, la propaganda y la humanidad se entrelazan en un enredo indescifrable.

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