El país celebrará sus elecciones en 2024, una votación con el liderazgo del madurista en riesgo si se enfrenta a una oposición unida, considera Roberto Patiño en este artículo publicado en The New York Times.
Por Roberto Patiño
Nicolás Maduro lleva 10 años en el poder en Venezuela. En esa década, ha supervisado un periodo de colapso económico, corrupción, un aumento importante de la pobreza, la destrucción medioambiental y la represión estatal de los disidentes y la prensa. Esto ha provocado un éxodo de más de 7 millones de venezolanos.
Ahora Venezuela se encuentra en una encrucijada que definirá su próxima década y tendrá consecuencias cruciales para el mundo. Venezuela celebrará sus elecciones presidenciales en 2024, unas elecciones que Maduro podría perder, siempre que la oposición participe unida, la comunidad internacional siga implicada y los ciudadanos se sientan inspirados para movilizarse.
Recientemente, dos acontecimientos importantes revelaron una oportunidad única de cara a las elecciones: primero, la participación masiva en las primarias de la oposición del 22 de octubre, que otorgaron a María Corina Machado, exdiputada de Venezuela, un sólido primer lugar como la candidata unitaria. Segundo, el régimen no impidió judicialmente ni con violencia que se celebraran estas elecciones. Fue una de las concesiones que hizo en un acuerdo con Washington y la oposición a cambio de que Estados Unidos suavizara las sanciones impuestas durante el mandato de Trump a las industrias del petróleo y el gas.
El éxito de las primarias de la oposición podría haber sorprendido a Maduro, y estamos siendo testigos de un mayor hostigamiento contra los organizadores de las elecciones y declaraciones de funcionarios que niegan la posibilidad de levantar la inhabilitación impuesta a varios líderes políticos de la oposición, incluida Machado, de presentarse a las elecciones del próximo año.
A pesar de la alentadora participación en las primarias y los avances en las negociaciones, hay una narrativa pesimista —tanto en el extranjero como en Venezuela— de que Maduro se aferrará inevitablemente al poder. He visto y he experimentado lo equivocado que es ese punto de vista. En realidad, las elecciones presidenciales del próximo año brindan la mejor oportunidad hasta la fecha para derrotar al chavismo —el movimiento de inspiración socialista iniciado por Hugo Chávez en el que milita Maduro— desde que llegó al poder hace más de dos décadas.
Llevo desde 2013 trabajando como organizador comunitario en los barrios en sectores populares de Venezuela, antes bastiones del chavismo. He trabajado con líderes de la comunidad, la mayoría de los cuales eran chavistas cuando empezamos. He visto con mis propios ojos que, en lugares donde Chávez obtenía antes el 90 por ciento de los votos en las elecciones nacionales, ahora la inmensa mayoría desea un cambio. Hace poco, una ex integrante de la estructura política del partido gobernante, cuyo nombre no desea revelar por temor a las repercusiones, me dijo que Maduro y sus secuaces ya no son una opción para muchos venezolanos: “Ya no quiero nada con ellos ni la comunidad tampoco”. Añadió que “mientras ellos comen como unos reyes”, en los barrios comían muy mal.
Para aprovechar esta oportunidad inusual, tienen que ocurrir tres elementos. El primero es que la oposición debe mantenerse unida en las urnas y en defender los votos. El segundo es que la comunidad internacional debe seguir presionando por mejores condiciones electorales y exigir respeto a los derechos humanos en Venezuela. También deben contribuir a bajar los costos de una posible salida de Maduro y su estructura. Y la tercera es que los políticos y los líderes de toda Venezuela deben volver a centrar el discurso en un mensaje lleno de esperanza, en vez de ceder a la tentación de alimentar aún más la polarización.
El régimen de Maduro es consciente del riesgo que corre en las elecciones presidenciales del próximo año. Su objetivo es convencer a la gente de que el cambio es imposible, y de que a los venezolanos les irá mejor si se quedan en casa en lugar de ir a votar. La oposición de Venezuela debe contrarrestar esas tácticas con un firme llamado a la participación.
También debe enfrentarse a un dilema más fundamental que es común a todos los sistemas electorales autoritarios: participar en unas elecciones que no serán libres y limpias, o boicotearlas.
En las últimas elecciones presidenciales, en 2018, parte de la oposición, incluida Machado, boicoteó las elecciones. Como miembro de un partido político de la oposición —Primero Justicia—, yo también decidí no votar. Pero, ahora, tras casi seis años más de consolidación autoritaria, creo que nuestra estrategia fue errada. Pedirle a la gente que se quede en casa en lugar de movilizarse es caer en la trampa de Maduro.
Para ser claros, las elecciones presidenciales de 2024 no serán un momento de celebración de la democracia; aún no se dan las condiciones para unas elecciones libres y limpias, y, francamente, puede que nunca se den. No obstante, si la oposición participa y los venezolanos votan en masa, Maduro puede perder.
Algunos se preguntan si el régimen permitirá siquiera que se cuenten los votos el año que viene. Mi respuesta es que Maduro necesita hacerlo. Enfrentada a una monumental crisis social y económica, la élite chavista tiene que ofrecerles a los venezolanos un relato que les otorgue legitimidad interna, y eso, en Venezuela, solo puede venir de unas elecciones. Al igual que otros regímenes autoritarios del mundo, su mayor gancho publicitario es afirmar que cuentan con el respaldo del pueblo. Pero lo cierto es que su base sigue menguando drásticamente: hoy, el índice de aprobación de Maduro es del 29 por ciento, según una investigación de Consultores 21, con sede en Caracas.
Una victoria arrolladora de la oposición es la mejor protección contra las trampas. Hay un ejemplo reciente de ello en Venezuela. Hace un año, en unas elecciones regionales en Barinas, el estado en el que nació Chávez, el partido gobernante perdió con un margen considerable, a pesar de utilizar toda su artillería de trampas. Aunque se trató de unas elecciones regionales y no estaba en juego el poder presidencial, la experiencia en el estado, unida a los acontecimientos del 22 de octubre, dan una lección sobre lo que debemos hacer para recuperar la democracia en 2024.
El punto de partida es que la oposición debe adoptar una estrategia realista, que sea consciente de la desigualdad de condiciones en un sistema autoritario, y que ponga en primer plano la participación del pueblo venezolano. En Barinas, el partido en el poder intentó empujar a la oposición a boicotear las elecciones invalidando ilegalmente los resultados y prohibiendo a varios candidatos que se presentaran. Sin embargo, la oposición permaneció unida y mantuvo su compromiso de participar, a pesar de las injusticias.
Para reforzar la unidad ahora, los partidos de la oposición deben priorizar el desarrollo de un mecanismo para tomar decisiones en conjunto que permita alcanzar consensos en una coalición diversa. Los dos pilares de esa unidad deberían ser la lucha por los derechos políticos de todos los líderes —sobre todo los de Machado tras su victoria— y el compromiso firme de participar en las elecciones del año que viene. En el mejor escenario, el gobierno de Maduro levantaría todas las inhabilitaciones antes de las elecciones como parte de las negociaciones. Pero, aunque eso no sucediera, participar y lograr una victoria aplastante en unas elecciones viciadas es el mejor camino que tenemos para avanzar en la democratización.
La oposición también necesita un compromiso más firme de otros países latinoamericanos, de Estados Unidos y de Europa con las negociaciones. El régimen de Maduro ha demostrado que hará concesiones en materia de elecciones y derechos humanos si recibe los incentivos adecuados. Necesitamos líderes demócratas con disposición a asumir riesgos y a predicar con el ejemplo en su defensa de la democracia, que exijan la libertad de todos los presos políticos, y mejoras en las condiciones para las elecciones del año que viene. Además, necesitamos que la comunidad internacional acelere la entrega de las ayudas que tanto necesitan los más vulnerables de la sociedad. La oposición y el partido en el poder llegaron a un acuerdo hace un año para que los fondos públicos congelados en el extranjero a causa de las sanciones se transfieran a la ONU con fines humanitarios. Hasta la fecha, esos fondos no han sido implementados.
Por último, la oposición tiene que ofrecer una verdadera alternativa a la división promovida por el establishment de Maduro. Inspirar a la gente a participar requiere unir al país en torno a un nuevo relato. El mensaje tradicional de la oposición, entre la polarización con el chavismo y la nostalgia de un pasado que no volverá, está condenado al fracaso.
Un nuevo relato para Venezuela debería inspirar a los jóvenes, centrarse en ayudar a las personas en sus dificultades diarias (con servicios públicos, educación y acceso a anticonceptivos) y desarrollar una economía más diversificada que genere empleos bien remunerados para reducir la desigualdad. El nuevo mensaje debería aspirar también a sanar una de nuestras heridas más profundas: la separación de las familias debido a la migración masiva. La reunificación de nuestro país puede convertirse en una motivación personal y emocional para que cada venezolano participe y obre el cambio. Reunir a la familia venezolana es algo por lo que vale la pena luchar.
© The New York Times 2023
Roberto Patiño, activista venezolano y antiguo dirigente del movimiento estudiantil, es fundador de Alimenta la Solidaridad y Mi Convive, que trabajan en las comunidades vulnerables de Venezuela, y miembro de la junta directiva del partido político Primero Justicia.
Las opiniones publicadas en El Nuevo País son responsabilidad absoluta de su autor.