Este 28 de julio, la oposición logró un evento catalizador, y lo fundamental será ahora contar con las actas que prueben la voluntad del pueblo.
Por Francisco Poleo (publicado originalmente en El Español)
¿Es lo de siempre? ¿El chavismo volvió a hacer fraude y se saldrá con la suya?
En corto, no.
Aunque en otras elecciones había existido una bruma fraudulenta difícil de probar, era como en un partido de fútbol donde el árbitro concede un gol en fuera de juego que termina decantando la balanza. No fue el caso del partido de este domingo, en donde un equipo iba goleando al otro 7 a 3 cuando, en los últimos minutos del encuentro, se interrumpió la transmisión.
De repente, mientras todos pensábamos que el partido estaba detenido y no teníamos acceso a la transmisión, el árbitro pitó…y las autoridades del torneo dijeron que el resultado no era de 7 a 3 sino de 4 a 5, a favor de los que todos vimos que iban perdiendo por goleada.
Así de absurdo fue lo que ocurrió en Venezuela este domingo 28 de julio. Una facción del régimen se negó a entregar el poder y trancó el juego. Recordemos que el chavismo es una suerte de cooperativa donde cada quien tiene su parcela de poder y en donde Nicolás Maduro es algo así como el vocero. De hecho, lo de ayer fue tan descarado que dos líderes de la cúpula roja, el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, y el propio Maduro, estaban a kilómetros de la euforia. Cuando les tocó el turno en el micrófono, sus palabras fueron lánguidas y ambiguas.
Esto cobra mayor importancia cuando se conoce la naturaleza de la bestia. Si algo hemos aprendido quienes hemos navegado las aguas rojas en los últimos 25 años es que en las victorias son todo menos magnánimos y estruendosos. Ayer fue otra historia. El Palacio de Miraflores parecía un funeral. ¿Cómo iba a ser de otra manera si el maestro de ceremonias, Maduro, lucía demacrado y asténico? El lunes, las calles de Venezuela amanecieron desérticas.
Una hora después de anunciados los esperpénticos resultados, y tras hablar con los poderes internacionales – Brasil, Chile y EE.UU., entre otros, se niegan a aceptar los resultados hasta confirmar con las actas de votación- María Corina Machado se dirigió al país. Hasta los liderazgos más tibios de la oposición respaldaron el firme mensaje de la líder opositora: el presidente electo de Venezuela es Edmundo González Urrutia con una diferencia de 70% a 30%. La más grande de la historia venezolana.
Muy bien, pero ¿qué se hace con eso?
En el fondo, todos los venezolanos sabían que el régimen chavista no iba a entregar a la vieja usanza democrática. Lo que no sabían es que, siendo la diferencia tan abrumadora, el arrebato iba a ser tan burdo. Se esperaba del chavismo una operación más exquisita.
Sin embargo, este 28 de julio la oposición logró, con creces, lo que necesitaba: un evento catalizador. Para ello, lo fundamental será contar con las actas que prueben la voluntad del pueblo. Una vez que eso ocurra, habrá que solidificar, aún más, la actitud estoica que la dirigencia opositora ha mantenido hasta ahora. La salida fácil es hacer lo que quiere el régimen: tomar las calles anárquicamente, escenario que invariablemente termina en la violencia que necesita el chavismo para pacificar al país por la vía de la mano dura.
Esto no significa que lo que venga ahora es un cruce de brazos o una retahíla de reclamos estériles ante las instituciones absolutamente controladas por el régimen. Es un trabajo fino, de altísimo nivel, en donde el respaldo de la comunidad internacional será fundamental. Sobre todo, de los aliados tradicionales del chavismo, como el brasileño Lula y el colombiano Gustavo Petro. Mientras Maduro no obtenga esos reconocimientos, hay juego.
Hace unos días decíamos en este mismo espacio que Machado debía mantener su actitud estoica no sólo el día de las elecciones, sino en los duros meses por venir. Tras lo vivido este domingo, esto es y será más determinante que nunca. De esto dependerá que el destino de Maduro sea el de Marcos Pérez Jiménez, dictador venezolano que el 15 de diciembre de 1957 consumó un gigantesco fraude electoral para luego huir el 23 de enero de 1958 rumbo a un exilio dorado. Por cierto, en Madrid.
Siguiendo con las alegorías históricas, porque la historia es cíclica y más en Venezuela, a los venezolanos de hoy en día les toca aplicar el lema de Eleazar López Contreras, presidente de la transición venezolana tras los más de treinta años de dictadura de Juan Vicente Gómez: “Calma y cordura”.