Mal termina este año, sin que podamos consolarnos pensando que el próximo será mejor. Si 2017 ha sido el año en que la derecha advenediza -esa que en vez de blasones o currículo tiene bolsas de frescos dólares robados a la nación venezolana, la que ha confundido al mismo electorado bobo que en 1998 votó por Chávez, desacreditó a los dirigentes que han luchado y profundizó el insensato furor anti-partidos-, 2018 amenaza con ser el año cuando, gracias a la fragmentación del voto opositor, Nicolás Maduro será requete-elegido Presidente con menos de 30% de los votos.
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Interrumpo para advertirles que en los sesenta años que no he adulado a mis sufrientes lectores en sesenta años que llevo escribiendo y hablando a todo chorro en los medios de comunicación venezolanos, diciéndoles a mis conciudadanos de qué mal se van a morir sin haberme, lamentablemente, equivocado. Si quieren escuchar cantos de sirena oigan las obviedades de María Corina -invito a que me digan, aunque sea vagamente, cuál es el proyecto de país de esa señora, a que me citen siquiera media idea expresada por ese bibelot de la derecha advenediza…Y lo peor es que ideas sí tendrá, sólo que las oculta.
«No sé por qué la gente te quiere, porque tú le dices la verdad y eso a la gente no le gusta», me comentó hace treinta años Rafael Ángel Segura, heterodoxo prócer de aquellos gloriosos días de radio. Para mí fue una revelación sobre mí mismo. Al narcisismo no le meto. Nunca me había fijado en que digo lo mío porque se me sale de los calzones, no porque aspire a ser oído; que la notoriedad, de la cual he sufrido, por ridícula me produce una íntima vergüenza. Así he sido y seré hasta el «fall in the oblivion». (Esta metáfora de la muerte es de William Faulkner. La considero irremplazable para designar ese fantasma que aún tengo bien lejos).
Volviendo al tema: la derecha advenediza ha sobornado a medio mundo intelectual, editorial, periodístico y lo que gustéis, encomendándole desmontar el indispensable andamiaje político-electoral y así abrir paso a un político que no haya tenido el talento organizativo necesario para hacer un partido y que en tal indefensión hará, en el gobierno, lo que quieran esos malandros que ruedan rolls, bentleys y ferraris. Y no se asombren por la traición de los intelectuales. Ellos siempre lo han hecho. Lo que pasa es que como ellos escriben la Historia convencional, pues esa Historia no lo dice.
A la cola de las huestes mercenarias van los violentos de buena fe, como el fervoroso Enrique Aristeguieta Gramcko, hermoso prototipo del cabeza caliente reaccionario. Quiere golpe, y ya. Bueno, yo también lo quiero, pero el golpe no me quiere a mí ni quiere a Enrique. Antes de Chávez y en medio del chavismo los generales importantes saben que la solución no me parece herética. Pero Padrino, que se paseó por el jardín, recompuso la figura tras su aleccionador viaje a Moscú, y la población de cuadros medios es producto de un apretado filtro.
Ahora hay entusiasmo por El Chico del Flequillo. Puede ser. En política suele ocurrir que cachicamo trabaje para lapa. La estupidización de la clase media puede llevar a algo distinto a lo que se proponían sus promotores. Después de todo, quienes decidirán han de ser Putin y Tillerson, en función del tesoro esequibo. La persecución de los vaciadores de bancos encabezada por El Poeta de la Revolución es un punto de coincidencia que parece bordado por la tortuosa mentalidad castrista. Por algo quienes saquearon Cuba, quienes inventaron el narcotráfico de Estado y lo enseñaron a los generales venezolanos, están exentos de sanciones.
No sé si debo decirles más. No sé si lo merecen. Quizás tengan razón quienes les arrullan con sus nimiedades. Sólo que en Santo Domingo no pasará nada que no esté en el marco de lo que decidan Putin y Tillerson, que son antiguos socios en el negocio de la energía. Y que cabe preguntarse si una sociedad que en 1998 no tuvo coxones para tener un Pinochet los tendrá ahora para tener un Piñera.