Por.- Alberto D. Prieto
Gritaban al ritmo de las palmas: “¡Sí se puede, sí se puede!”. Y se apropiaban con su canto asambleario de la moción de censura recién ganada por otro. Pedro Sánchez sonreía al pie de la escalinata del hemiciclo, repartiendo besos y estrechones de manos, y con el rabillo del ojo —delatado por las cámaras de televisión— vigilaba la bancada de Podemos. Encendido el fuego de campamento del 15-M en el Congreso de los Diputados, bajó Pablo Iglesias hacia donde se encontraba su rehén, recién investido presidente del Gobierno del Reino de España, y selló con un abrazo lo que se le viene encima al nuevo inquilino de la Moncloa y, con él, al país entero. Eres mío, ni un paso vas a dar, amigo, sin que yo te dé permiso.
Nadie sabrá nunca si le dijo eso o algo parecido, pero a Sánchez se le heló la sonrisa. Y, cuando ‘Coleta Morada’ hubo escuchado los clics de los reporteros gráficos, se apartó y dejó disfrutar de su momento al jefe del Ejecutivo más precario que ha visto la historia de España. El abrazo lo llevaba ya puesto.
Diputada a diputado, Pedro Sánchez siguió recibiendo felicitaciones y buenos deseos este viernes 1 de junio pasadas las 11.30 de la mañana por ser el primer gobernante que accede al cargo a mitad de legislatura por la retirada de la confianza de la Cámara al que ocupaba el sillón. De tanto puro que se ha fumado Mariano Rajoy dejando pudrirse los escándalos, la atmósfera democrática se hizo inflamable y sólo esperaba una chispa. El bombazo llegó en forma de sentencia del primer sumario de la ‘Gürtel’, la que explicábamos la semana pasada: financiación ilegal durante años, un tesorero con caja B en el partido y enriqueciéndose personalmente, contratos amañados, ayuntamientos untados… y el partido condenado. Cada español se bajó al bar a comentar el estropicio, y en la barra se acodaron todos los líderes de la oposición: “Esto no hay quien lo aguante, algo hay que hacer”.
A medio camino entre la responsabilidad institucional —por cuanto que líder de la oposición— y la ambición personal de quien tiene la política como empleo de cabecera, el secretario general del PSOE vio señalado su camino.
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Decía mi abuela que “si un listo y un tonto se encuentran en la calle, hay negocio…”.
El resultado de la votación en el Congreso no sólo ha investido a Sánchez y desvestido a Rajoy —como marca la Constitución Española en su artículo 113—, también ha desnudado otra realidad: el recién alumbrado es un Gobierno en doble minoría. No sólo lo está en el Parlamento —84 de 350 escaños en el Congreso y 62 de 266 asientos en un Senado, donde el PP tiene mayoría absoluta para bloquearlo todo—, es que el nuevo presidente está también en minoría entre los que le apoyan. Porque de los 180 votos a favor que ha reunido este viernes, 96 no eran suyos.
Pero en realidad hemos interrumpido a mi abuela, a la que le quedaban unas palabras para terminar su adagio: “…y el tonto siempre es tu abuelo”.
Viendo la escena del abrazo —ahí lo llevas, Pedro, recibirás noticias mías—, no he podido evitar acordarme de mis visitas a su casa, el vino en su copa, sus vivos ojos azules de vieja lista, y la risa ahogada en una sonrisa picaruela, a medio camino entre el respeto a mi abuelo y el temor a que le hubiera oído emitir —una vez más— la misma sentencia. Porque el jueves, en su discurso, Sánchez empezó a darse cuenta de que había sido el tonto del que hablaba mi abuela: los populistas de Podemos, golpistas de Esquerra y PDeCAT, nacionalistas del PNV y los de Bildu, herederos del terrorismo de ETA, le dieron la razón al guapo de que algo debía hacer y le prometieron alcanzar su anhelo. Y él les había hecho caso.
Como la política es la guerra por medios civilizados, el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Así que la coalición que nunca aceptó para salir investido directamente de las pasadas dos elecciones generales sí ha hecho esta vez los extraños compañeros de cama necesarios para echar a Mariano, que era el objetivo.
Sánchez llegó vestido de presidenciable para hablar en el Congreso. Pero no son lo mismo los fuegos artificiales —una moción de censura de pega, como la de Iglesias hace un año— que jugar con fuego de verdad. Porque al final te quemas. Y te invisten presidente los votos de unos sacamantecas, que te asaltarán por el camino cada uno con lo suyo: los presos de ETA —“¡sí se puede!”—, las expropiaciones preventivas a la banca —“¡sí se puede!”—, el referéndum independentista —“¡sí se puede!”—, los impuestos a los ricos —“¡sí se puede!”—…
Así que al líder socialista le entraron los sudores y le imploró a Rajoy desde el atril hasta en cinco ocasiones que dimitiera y le evitara llegar a la Moncloa caminando triunfal sobre las brasas. Pero el gallego no le dio el gusto. Es más, se lo dio él ausentándose toda la sesión vespertina del jueves y la matutina del viernes hasta que, consumada la caída, llegó al Congreso y se despidió con dignidad, “ha sido un honor dejar una España mejor de la que me encontré”, y con un reto, “espero que mi sucesor pueda decir lo mismo en su día”.
El problema es que ninguno de los socios que han votado a Sánchez querrán que lo haga. Ya lo han llevado a la Moncloa —“¡sí se puede!”— y ahora le pasarán, cada uno, sus facturas. Porque hay negocio.
Alberto D. Prieto es Corresponsal Internacional de OKDIARIO