Por.- Jurate Rosales
Empiezo a observar un curioso fenómeno, nacido del divorcio entre la realidad de la vida diaria y el engaño de otra realidad producida por el mundo cibernético.
Lo vi con diáfana claridad observando en la TV la campaña de Donald Trump para las próximas elecciones parlamentarias norteamericanas (cosa muy real) y luego esa misma pantalla saltó sin anestesia, a lo que parecía ser un otro universo.
Trump se dirigía a una audiencia llena de entusiasmo. Hablaba de cosas reales a una gente de carne y hueso: que si los nuevos puestos de trabajo, que la fortaleza del dólar, la desaparición del desempleo, reapertura de fábricas, etc. etc. Pero estos discursos transmitidos en directo, son difíciles de encontrar incluso en el inmenso abanico de las emisoras norteamericanas, porque las pantallas de noticias están la mayor parte del tiempo ocupadas por el anverso de la medalla: son horas y horas de emisiones sobre las investigaciones acerca de los delitos por los que son juzgados los ex funcionarios que fueron cercanos a Trump. Dado que sin duda esos delitos existieron, su uso excesivo en una campaña anti-Trump los transforma en una especie de saturación, como si fueran un juego virtual. ¿Qué es lo real y cuánto le agrega la imaginación? En medio de esa profusión de informes sobre presuntos o reales delitos, se ha perdido la facultad de distinguir dónde termina la verdad y empieza el adorno.
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Será interesante observar los resultados de esas elecciones parlamentarias. ¿En qué terminará ese juego entre dos mundos, el de la vida diaria y el de una pantalla electrónica? Observo en este momento, la cautela del partido demócrata, el de la oposición, visiblemente temeroso de asumir el rol de cazador de brujas y sin decidirse todavía si se atreve apostar por la denuncia cibernética.
Lo que no permite dudas, es el tercer aspecto de ese mundo creado por las redes, donde el hecho real empieza a confundirse con el inventado. Ha aparecido una invasión cibernética cada vez más marcada en nuestra vida diaria. Son invasiones que adquieren un poder político importante, al obligar a cada uno de nosotros a formar una opinión, escoger por quién votar o cuándo abstenerse, adoptar importantes decisiones en nuestra vida personal sobre la base de hechos que al final… pueden haber sido falsos.
Esta semana Google informó que bloqueó 39 canales de YouTube con videos de desinformación puestos desde Rusia e Irán. Por su parte, Facebook y Twitter han anunciado este martes que han eliminado alrededor de 300 cuentas, la mayoría de ellas de origen iraní. Desde Facebook avisaron: «Hemos eliminado 652 páginas, grupos y cuentas por comportamientos no auténticos coordinados que se originaron en Irán y han sido dirigidos a través de múltiples servicios de Internet en Oriente Próximo, Latinoamérica, Reino Unido y Estados Unidos».
Esos son los grandes, porque en cuanto al Internet entre venezolanos, son tan intensas las campañas y contracampañas de noticias falsas, que lo más prudente es no hacerle caso a ninguna. Lo único cierto, es que son tantas, que confunden a cualquiera.
Desde la Casa Blanca el hombre más poderoso del globo clama a cada instante que es víctima de las “fake news”. Por increíble que parezca, razón no le falta. El día en que eventualmente lo saquen de la presidencia por un impeachment que es adonde apuntan sus enemigos, quizás ni él mismo sabrá cuál fue la acusación verdadera y cuál fue fabricada… por una fake news disfrazada de auténtica. Si ese peligro asecha a un presidente en la Casa Blanca… qué decir del resto del mundo.
En cuanto a Venezuela, olvídense de Internet, Google, Facebook o Twitter. Aquí sí hay una realidad incontrovertible: la de dos millones de venezolanos, moral al hombro, deambulando por las carreteras de América, desplazados por la acción destructora de 20 años de noticias y propagandas falsas. Es la realidad que uno vive, siente y padece, la del hambre y las penurias, con las imágenes de cientos de miles de venezolanos caminando por las carreteras de Suramérica, huyendo a pie de su país, empujados por los enormes sufrimientos de una nación destrozada. Sin embargo, me bastaba darle a otro botón de la TV para que aparecieran los gobernantes, jugando en un salón de Miraflores con un dinero virtual sacado de la nada, lo llamaron “el Petro” y se ufanan de arreglar con él, ¿será el hambre, que es un hecho real?
No se equivoquen – los venezolanos no son los únicos en haber caído en la locura de una vida que imaginaron y que no era verdadera. Ese mismo contraste entre el mundo real y el imaginado, empiezo a verlo por todas partes. Lo veo aparecer hasta en países que consideraba ajenos a dejarse engañar con pacotillas. Es un mal que invade continentes enteros. ¿Será esa la maldición del siglo XXI?