Por Ramón Guillermo Aveledo
***La tragedia de Fernando Albán no sólo ha conmovido a quienes lo conocíamos, sino a una comunidad nacional horrorizada y a la internacional, comprometida con los Derechos Humanos.
La mañana del miércoles 10, la atmósfera de la Capilla Universitaria de la UCV estaba cargada de emociones. Los padres y hermanas del concejal y dirigente muerto en primera fila, el templo lleno a reventar, los sacerdotes de la concelebración que incluía dos obispos y en nuncio Apostólico y presidía un Cardenal, la presencia numerosa del cuerpo diplomático. Supo el Cardenal Urosa en sus palabras, junto al reconocimiento a la persona y sus méritos, tocar lo que es fundamental: la fe en la trascendencia del alma, la esperanza, la exigencia de una investigación creíble, la justicia, la paz y la reconciliación.
El reclamo más insistente es el que los hechos sean investigados con imparcialidad y rigor técnico, para que se conozca la verdad y se haga justicia. Dolorosamente para nuestro pueblo venezolano, que es la verdadera víctima de esta crisis terrible, una de cuyas más dramáticas expresiones fue ese hecho estremecedor, es que las autoridades competentes carecen de credibilidad para generar confianza en ese resultado necesario y deseable. La han perdido por sus palabras, sus obras y sus omisiones. Demasiado sectarismo partidista, demasiado discurso de odio y división, demasiada propaganda como sustituto de la política y de las políticas públicas. Nunca han querido transmitir que se sienten responsables ante todos los venezolanos, por encima de las diferencias. Su esfuerzo consistente de dos décadas ha sido para que nos sintamos excluidos.
Sus palabras, sus gestos y el ominoso silencio de personajes acostumbrados a hablar de todo todos los días, no han ayudado a que nazca un gramo de confianza. Todo lo contrario. Son los nocivos efectos del aislamiento de la realidad.
El cambio que requerimos los venezolanos, ese por el que luchó el concejal Fernando Albán, no es ni puede ser una venganza. Ese espíritu del resentimiento, abiertamente declarado no hace tanto, es el que ha contaminado nuestra vida social en estos años. El cambio es precisamente lo contrario: poder vivir y progresar en paz. Libres del miedo, libres de la miseria y el hambre, libres de la enfermedad, libres de la violencia, libres de la injusticia.
Los valores cristianos fueron, en la vida personal, familiar, parroquial, social y cívica, la guía para Fernando Albán. Ellos nos ayudarán, a todos, en su muerte prematura y trágica, y de aquí en adelante. ¡Hay tanto por hacer en Venezuela!