El autor se pregunta si Giorgia Meloni, la nueva primera ministra de Roma, es una fanática o una oportunista. A su juicio también es una oportunista.
Por Carlos Alberto Montaner
En los años 1959, 60 y 61 se referían en Cuba a los “melones políticos” como alguien que era verde por fuera y rojo por dentro. No creo que la señora Meloni, que acaba de ganar las elecciones en Italia, sea fascista por dentro, ni siquiera creo que el fascismo sea posible en la Italia de estos tiempos, aunque muchas de las posturas de ella coinciden con esas posiciones de la ultraderecha. Es probable, en cambio, que se utilicen epítetos como “fascista” y “estalinista” para callar posiciones adversarias. Son simples piedras arrojadizas.
Le ocurre lo que a Víktor Orbán, el jefe de gobierno de Hungría, cuando era la esperanza blanca del liberalismo. En ese momento era el líder de Fidez, una organización cuasi estudiantil en la que se había impuesto por sus discursos anticomunistas. Era el heredero natural del conde Otto Graf Lambsdorff al frente de la Internacional Liberal. Lambsdorff, exministro de Economía de Alemania, fue quien me lo recomendó. Recuerdo que me preguntó, al regreso de mi viaje a Hungría, qué me parecía como su sustituto al frente de la IL.
Luego viajamos los tres a Nicaragua. Lambsdorff, Orbán y yo fuimos a Managua a defender la candidatura de Arnoldo Alemán al frente del Partido Liberal Constitucionalista. En ese momento no teníamos conciencia de que eventualmente sería expulsado de ese partido, posteriormente acusado de corrupción. Al fin y al cabo, la relación con la IL la había mantenido el exvicepresidente de Enrique Bolaños, José Rizo Castellón. Una persona absolutamente honorable.
Le dije que me parecía magnífico que Orbán lo sustituyera al frente de la IL. Y así era … hasta que Orbán percibió que los votos en su país estaban en otra parte. Dados los antecedentes autoritarios de los húngaros, los votos estaban en personificar a los inmigrantes como tipos probablemente violentos y en creer en todo tipo de conspiraciones. Los votos se podían conseguir culpando a George Soros de cuanta cosa negativa ocurriera en Hungría, la otra persona muy notoria de mismo origen, lo que le daba una connotación bastante antisemita en un universo en el que esa práctica repugnante no es siempre condenada, como sucede en regiones de Hungría en las que “los judíos” son generalmente víctimas de los estereotipos. Las amplias votaciones estaban en tratar de responsabilizar de las malas decisiones de los políticos a “los burócratas de Bruselas”, sin admitir que Putin es un canalla que se ha ganado a pulso la hostilidad de la Unión Europea tras su agresión a Ucrania.
Es decir, Orbán, más que un ultra de la derecha fascistoide, es un oportunista. ¿Qué es peor? Realmente no lo sé, pero en líneas generales me parece que el mayor pecado de un político es ser inconmovible y dogmático. Los oportunistas siempre pueden cambiar de casaca. Orbán hoy se ha transformado, dicen sus adversarios, en un “fascista”. Mañana puede ser otra cosa. Las modificaciones sustanciales que han existido en Europa (España, Portugal, la propia Rusia, la Alemania de posguerra, se han debido a los oportunistas).
De los fanáticos siempre hay que esperar lo peor. De los Steve Bannon de este mundo, hay que esperar lo más grave, incluso una estafa, dado que este caballero –certificado como estafador por los tribunales de su país, pero luego perdonado por Donald Trump– vende la “antiglobalización” y el “nacionalismo” a precio de oro, cuando se trata de estiércol generado antes de la Segunda Guerra mundial.
¿Es Meloni una fanática o una oportunista? A mi juicio: también es una oportunista. Creo que lo que protagonizó en España era una maniobra electoral. La señora Meloni fue a predicarles a los conversos. A los que se emocionaban con el respaldo a la señora Olona. Meloni tuvo un efecto menor sobre Andalucía. Importar agitadores extranjeros siempre es un mal negocio. Con independencia de los honorarios, cuestan caro los hoteles de 4 o 5 estrellas, y los boletos en avión en clase preferente. El elector convencional, generalmente cree que el extraño es un tipo poco influyente en el sentido del voto, y tiene razón. Jamás he conocido a nadie que cambie su voto de lista electoral, trátese de Vox trayendo a la Meloni, o Podemos haciendo lo mismo con Maduro, Cabello o con Stalin revivido.
¿Hasta qué punto la señora Meloni ha recogido la tradición fascista italiana? Creo que no hay nada de eso. El fascismo fue un movimiento único en la historia de su país. Ni siquiera España fue fascista. Franco fue un astuto militar, refractario a los planteamientos teóricos, anticomunista, muy católico, partidario de la ley y el orden cuarteleros. Ni siquiera la Falange era totalmente fascista. Le sobraba catolicismo para esa tarea y le faltaba sindicalismo, pese a las JONS, las “Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista”. Cuando Franco quiso unificar a todos los grupos que luchaban contra la república, apoyada por Stalin, hizo prisionero a Manuel Hedilla, el segundo de a bordo de José Antonio Primo de Rivera, y resultó condenado a muerte. En su momento, Franco le conmutó la sentencia.
Benito Mussolini consiguió electrizar su país en octubre de 1922 ordenando que sus “Camisas negras” tomaran Roma (apenas 30.000 personas) dentro de un plan premeditado para enterrar al pensamiento liberal, gran enemigo del fascismo. Suele olvidarse que tanto Mussolini como Lenin tuvieron buena química en la distancia, como dice el profesor Emilio Gentile, gran experto en el fascismo. El propósito de ambos cabecillas, los fascistas y los comunistas era liquidar y enterrar el parlamentarismo liberal. Por eso armaron una degollina monumental. Eso no es repetible.
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