El doce de febrero de 2014 murió Bassil Da Costa, primera víctima del disentimiento político callejero venezolano, en las adyacencias de Parque Carabobo. La causa: Un disparo originado por un comisario del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), condenado actualmente a 29 años y medio de prisión. Ese mismo día, inició la historia que marcaría la vida de Carlos Ramírez*.
Sentido paterno
Cerca de las nueve de la noche, Carlos tuvo un presentimiento de que algo sucedía con sus hijas. Llamó a la mayor, que en ese momento contaba con apenas 20 años de edad.
Con la voz temblorosa, la joven le dijo que estaba en la autopista Francisco Fajardo. Fue motivo suficiente para que Carlos se trasladara desde la ciudad dormitorio en la que vivían hacia Caracas.
Una vez reunido con sus hijas, la otra apenas había cumplido la mayoría de edad, luego de rescatarlas de las protestas que se desarrollaban en la arteria vial contra el gobierno de Nicolás Maduro, dispuso a establecer una conversación con ellas.
Pertenecían a un grupo de jóvenes que armaban barricadas, lo que hoy se conoce como “La Resistencia”. La preocupación de Carlos fue la de cualquier padre, por lo que, como era de esperarse, les pidió que se retiraran de esa organización.
Rebeldes, decididas y arriesgadas, las hermanas se empeñaron en seguir con aquellos muchachos, a quienes Carlos, en exclusiva para ENPaís, describió como un grupo dividido entre un movimiento político y algunos “desadaptados”.
Para Venezuela no hay edad
Carlos tiene 47 años de edad. Es Técnico Superior Universitario en Administración y licenciado en Administración de Empresas y Ciencias Policiales.
Además de sus dos hijas, tiene un hijo, el menor de los tres. Antes de 2014, su mente la ocupaba su familia y su empresa de servicios.
Se formó para las Ciencias Policiales en el Instituto Universitario de la Policía Metropolitana (IUPM), hoy Universidad Nacional de la Seguridad (UNES).
“Sé que dentro de los cuerpos policiales y militares hay personas que tienen problemas, algunos son delincuentes”, expresó, haciendo referencia al peligro que corrían sus hijas en las protestas.
Asimismo, afirmó que ellas “no votaron, no fueron a las urnas (…) me sentía responsable, la lucha no debían librarla mis hijas, sino yo”.
El guía
Carlos decidió hacer un intercambio: Sus hijas fuera de peligro y él en la línea de fuego. Las órdenes fueron claras, ellas al final, cuidando de los heridos, y él al frente, guiando a los demás jóvenes. “No tenían una fortaleza psicológica para enfrentar aquella situación”, señaló.
Nació entonces 0212-CCS, coordinado por Carlos. “Muchas madres se me acercaban y me decían que cuidara de sus hijos. Yo les respondía que no podía garantizarles la vida, porque estábamos frente a un régimen dispuesto a todo”, narró.
Todos tenían seudónimos. El de él era el nombre de una de las principales ciudades del país. En su jerarquía se concentraba el mando de los neófitos, que querían batirse en duelo contra los cuerpos de seguridad y demostrar la valentía que tenían contenida hasta entonces.
Había reglas. Una de ellas era que ninguno podía ser menor de edad, en eso era muy estricto. Tampoco podían reunirse en cualquier lugar ni recibir comida de ninguna persona. “Yo los organicé para que no corrieran riesgos”.
“Muchos no lo saben, pero algunos muchachos murieron porque se acercaban personas a darles comida envenenada. Nosotros previnimos eso, teníamos nuestra gente que nos cocinaba”, relató.
Su sitio de reunión era uno en específico. No compraban nada que fueran a utilizar, todo era artesanal, desde los escudos hasta las armas de defensa. A lo sumo, compraban un casco.
Patriota cooperante
Carlos logró infiltrar su empresa en Fuerte Tiuna. Ahí se enteró de varios movimientos que luego llevaría a los grupos de choque.
Uno de ellos, relata, fue el entrenamiento de 200 hombres que serían enviados al Táchira en 2014, durante las protestas. “Supe que la información llegó a las fuerzas de allá”, apuntó.
Entendió que “el soldado es mandado, no tiene derecho a pensar, ellos iban asustados”. Relató también que existían para entonces jefes en las Fuerzas Armadas de origen cubano, que daban las directrices en la Escuela de la Seguridad, que luego sería el IUPM.
“Un coronel cubano daba órdenes (…) el adoctrinamiento militar y policial es fuerte, se habla de Chávez como ídolo, se le canta, se le reza”, contó Carlos.
Eso, dice, lo afianzó en la resistencia. “Le hablaba a la sociedad civil, le decía que más adelante no habría comida, no me creían, no quieren creer aún que manda una fuerza extranjera (…) Pedía cambiar de nivel, protesta no podía ser una barricada, había que radicalizarse y hacerlo lo más pronto posible”.
La detención
Carlos y su grupo se encontraban en Santa Fe el 29 de mayo de 2014. Allí habían creado una barricada y estaban presentes otros grupos.
Una de las reglas era que no podían discutir con los otros conjuntos. Por esto es que nunca decidieron actuar en Altamira, donde aseguró que habían infiltrados, muchas cámaras y desorganización, ni en Chacao. Su línea era Bello Monte, El Cafetal y Santa Fe.
Pero ese día, cerca de las cuatro de la tarde, uno de los muchachos del 0212-CCS cometió “una imprudencia”.
Los vecinos tenían bloqueado el acceso a sus residencias. Esto fue aplaudido por muchos pero también criticado. El joven, colocándose en el lugar de los afectados, discutió con otro grupo de resistencia y decidió abrir la barricada.
No pasaron los vecinos. Pasó un convoy de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). “No podía dejar que lo agarraran a él, le iban a quebrar el espíritu”, contó Carlos, quien se arriesgó y dejó, posterior a competir entre la velocidad de sus piernas y la de las motos, que lo capturaran.
Estuvo dos horas “ruleteado” por Caracas en una machito beige del Ejército. En ese lapso, recibió golpes, patadas y cachazos.
Una vez en La Carlota, donde estuvo poco más de media hora, recibió amenazas de muerte. Fue trasladado junto a otros compañeros hacia el Core 5 de Fuerte Tiuna. No hubo “casi golpes”, relató. Ahí les abrieron el expediente interno, los interrogaron para conocer quién los financiaba y dónde se reunían, y procedieron a recorrer con ellos, toda la noche, distintos cuerpos de seguridad.
Fueron a la Onidex, hoy Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería (Saime), para comprobar sus datos filiatorios. También visitaron el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc).
A las dos de la mañana fue llevado al centro de reclusión en El Recreo, en donde estuvo en una celda junto a “hampa común”. La situación era tensa, recuerda el caso de “El gocho”, quien tenía un “desequilibrio” y fue detenido por robo de vehículos y asesinato. Permaneció en el lugar un día.
En la medicatura forense de Bello Monte ignoraron sus cortadas y moretones. Sus abogados, un constitucionalista y un penal que decidieron asistirlo gratuitamente, empezaron las denuncias en ONGs y organizaciones de Derechos Humanos.
Lo llevaron a un centro de reclusión al Este de Caracas, donde tampoco hubo mucha violencia, a excepción del primer día. Hubo golpes y patadas, estando esposado.
Estuvo recluido en una celda de 3×2, junto a muchos delincuentes. Solo seis eran detenidos de las protestas. En ese espacio, que se reducía por “el bicheteo” (donde hacían las necesidades fisiológicas), vivió momentos de angustia.
Dos detenidos forcejearon con puñal en mano dentro de la celda, en la primera noche. Conoció acerca de sus vidas y comprendió que muchos ingresaban “por tonterías” y adentro se dañaban.
“Los centros penitenciarios, en lugar de ser para reformar, lo que hacen en resentirlos, muchos no salen vivos, y si salen, salen peor. Delincuentes tienen virtudes, pero el sistema no les permite reinserción”, expresó Carlos.
Libertad bajo amenaza
Los abogados lograron darle la libertad después de tres meses. “Son grandes amigos que conocí en esa situación”. Estuvo bajo régimen de presentación durante varios meses, pero el miedo no terminó.
Recibía constantemente llamadas telefónicas en las que amenazaban con violar a sus hijas, de quienes tenían las direcciones de la universidad donde estudiaba la mayor y los colegios donde estudiaban los otros dos.
Una noche, una patrulla de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) los interceptó en camino a su casa. Les revisaron el vehículo. “Mi miedo se incrementó”.
Esta situación lo obligó a salir del país, rumbo a España, donde vive actualmente. Dejó todo y se fue “con una mano adelante y otra atrás”, condición en la que todavía habita en la Madre Patria.
Lucha desde otro ángulo
Carlos coordina envíos de medicamentos y alimentos a Venezuela. Organiza eventos de calle con otros venezolanos en repudio al chavismo. “Les digo a quienes se sientan a rezar que Venezuela necesita acción, que les mandemos ayuda”.
Como no tiene empleo, todo se maneja mediante donaciones y los envíos tratan de coordinarlos con instituciones.
“A veces no tengo dinero para hacer mercado, mi esposa dice que dedico mucho tiempo y energía en resolver lo que voy a enviar para allá que en mis problemas”, expresó.
Sentenció que lucha desde otro ángulo, como quien no deja nunca de vivir en Venezuela.
*El nombre real del entrevistado fue reservado a petición