Para que a Maduro le den la extremaunción nada más falta que Exxon-Mobil decida cuánto de las aguas esequibas dará a las petroleras europeas, rusas y chinas, quizás también la hindú, cuyos gobiernos no apoyarán el arreglo mientras no sepan cuánto hay pa’eso.
La economía anda muy mal en el mundo y los expertos no saben qué hacer, o lo saben pero también saben que no se puede hacer porque se pierden las elecciones. Si el desastre venezolano conmueve especialmente a la humanidad es porque Venezuela una vez tuvo un nivel de vida envidiable y efectivamente envidiado en toda América Latina y más allá. Venezuela es la evidencia palpable de que un país cuya economía parece invulnerable puede arruinarse de la noche a la mañana por el sencillo procedimiento de equivocarse en la elección de un presidente, lo cual sucede con aterradora frecuencia debido a que la mayoría generalmente se equivoca -no puede ser de otra manera, puesto que, además de ser esencialmente ignorante, a esa mayoría, la minoría, para mejor explotarla, cuida de mantenerla idiotizada con el fútbol, las beyoncés y otros recursos que son el nuevo opio de los pueblos, todo esto añadido a que el ciudadano común llega a la mesa de votación confundido por una publicidad electoral que científicamente le inhibe una racionalidad de por sí precaria, mientras le desata la emotividad, algo que obviamente deberíamos inhibir a la hora de tomar decisiones importantes.
Aunque trato de ocultarlo, soy un tipo estudioso que trata de leer todo lo que vale la pena sobre cualquier tema que le interesa, y conste que no le interesan las trivialidades. Digo esto y todo lo demás porque dentro de pocos días cumpliré 80 años (ochenta) con una salud que por abusiva me da un poco de vergüenza, y estoy hasta las narices de andar por ahí dorando la píldora, cosa que en mayor o menor grado he hecho durante los últimos 60 (sesenta) años -desde los 20 (veinte) escribo en los diarios de mi país sin caer en la extraña obsesión de que me lean en España, ridícula manía de mis colegas contemporáneos. Para ser sincero, me importa un cuerno que me lean, razón quizás de que en Venezuela se empeñen en hacerlo pese a que suelo escribir verdades tan desagradables como suelen ser todas las verdades. Escribo porque me gusta, y ya.
La economía mundial declina cada día y eso no parece tener solución. Lo que se presenta como tal es unas veces estúpido y otras engañoso. Los socialistas dicen que hay que poner la economía en manos del Estado, o sea de ellos, pero Cuba y Venezuela demuestran que eso no funciona. Los neo-liberales, casi todos antiguos socialistas conversos y como tales bien pagados como asesores de empresas, etc., dicen que la solución está en una iniciativa privada sin bridas y sin freno, lo cual es ignorar la fuerza de la codicia, cuando ella y la soberbia son los únicos pecados capaces de alimentarse a sí mismos. De vez en cuando la gente vota por el justo medio, pero eso pasa pocas veces y dura poco.
No niego que estoy poniendo en tela de juicio errores sacralizados, como el voto directo, una buena idea que dejó de serlo cuando la opinión pública quedó en manos de la publicidad y de la joya de su corona, que es la televisión, a la cual personalmente debo tanto, como que sumé veinte años siendo comentarista diario en horarios estelares de cada televisora comercial venezolana, una detrás de la otra y siempre sin solicitar el puesto. Dicho sea para que no me digan resentido. Pero ya les dije que con este artículo asumo un nuevo rol, el de viejo deslenguado, en el cual me siento de maravilla cuando ni siquiera he terminado mi primer artículo como tal. Con toda seriedad propongo revisar de punta a punta el sistema democrático, en la seguridad de que no me harán caso puesto que es una proposición sensata y no me interesa ser leído -conversar- fuera de Venezuela, algo que ya casi no existe.
Pero ahora viene lo mejor: Venezuela saldrá de este trance. Las grandes naciones del planeta le torcerán el brazo a Maduro y su banda, impondrán un régimen democrático a la usanza y, patronizando un país arruinado por la frivolidad de sus ciudadanos, serán los dueños de un nuevo país (no, por cierto, mi periódico de ese nombre), donde la mayoría será feliz porque tendrá espectáculos, cerveza y producciones de algún Beethoven tropical como el salsero de esa tonadita que dice «En cuatro patas…En cuatro patas…»).
Esto nada tendrá que ver con el sentimiento democrático al cual son igualmente ajenos Trump, Macron, Bergoglio y Merkel, con mis respetos para esta última, que es de lo mejorcito que hay. Pero es que Exxon-Mobil ha encontrado un nuevo bolsón de petróleo y gas frente al territorio esequibo, el cual, añadido al anterior bolsón anunciado en noviembre, convierte en agua de oro ese mar orinoquense sobre el cual a Venezuela le reconocerán una migajita cuando el año que viene Rex Tillerson (Tiranosaurus Rex), a través del tribunal de La Haya, decida cuánto hay de eso para cada uno. ¿Por qué no acaban de anunciarlo? Porque Tillerson aún no ha decidido cuánto de ese emporio concederá a cada una de las petroleras europeas que condicionan a eso el apoyo que sus gobiernos nacionales den a la solución del caso venezolano.
Así que tranquilos. Habrá fútbol y cerveza para todos.