La revista SIC celebra sus bodas de oro ofreciendo a la ciudadanía un trabajo importante en materia de pensamiento y reflexión sobre la realidad venezolana.
Hay instituciones que hacen historia porque no sólo recogen la realidad y la analizan, tiene un valor agregado, hacen memoria para alimentar el presente y abrirse al futuro. Hace ochenta años nació al calor del Seminario Interdiocesano de Caracas la revista SIC. Entonces la primera casa de formación sacerdotal del país estaba regida por los padres de la Compañía de Jesús. Corrían los primeros años, convulsos y preñados de contradicciones y esperanzas encontradas, entre los distintos sectores de la vida pública que pujaban por una nueva Venezuela, en la que los aires democráticos superaran décadas de tiranía.
Las publicaciones y folletería eclesiástica de la época tenían el sello tradicional de ser devocionales y/o apologéticas. No existía un diálogo franco con las formas de pensamiento. Era común achacarle muchos de los males a la institución eclesiástica, y en aquellos años de fines de la década de los treinta del siglo pasado, estaban sobre la mesa acusaciones contra el arzobispo caraqueño a quien se lo tildaba de gomecista y aprovechado de los bienes recibidos del dictador. En ese ambiente, algunos de los padres de la Compañía decidieron abrir un nuevo frente informativo. El Padre Manuel Aguirre Elorriaga, entre otros, estuvo al frente de la revista que hoy, después de muchos avatares llega a la edad plena de ser octogenaria.
En un país donde la mortalidad de los medios impresos es endémica, son pocas las publicaciones que salen a la luz pública mensualmente durante ocho décadas. Quien quiera conocer hechos, pensamientos y reflexiones sobre la relación sociedad-Iglesia debe recurrir a las páginas de la revista SIC. Cada etapa ha tenido su impronta propia, característica normal de los nuevos tiempos que exigen pluralidad y reflexión serena. Quien escribe estas líneas se enorgullece de haber escrutado sus páginas desde el número inicial, pues fueron rica cantera para mi tesis doctoral sobre “los obispos y los problemas de Venezuela” desde 1930 hasta 1975.
A la par, la Compañía de Jesús, con los aires del Concilio Vaticano II y como exigencia de las congregaciones de la Orden con el P. Arrupe a la cabeza, creó un laboratorio social para reflexionar sobre la vida cotidiana, social, económica y política, a la luz del pensamiento cristiano en ebullición en el postconcilio, dando origen en Venezuela al centro bautizado con el nombre del Padre Gumilla, misionero en la Orinoquia venezolana en el siglo XVIII, cuyas reflexiones están en sus escritos. Este año celebra sus bodas de oro.
Vale la pena que los venezolanos de a pie, si no han tenido ocasión de acercarse a este oasis del pensamiento y reflexión desde la óptica cristiana y el discernimiento ignaciano, se nutran con el jugoso fruto de un trabajo colectivo que bajo la égida de la Compañía de Jesús, ha sido y es venero fecundo para tener una visión acertada de la realidad venezolana. Nos unimos jubilosos y agradecidos a ambas efemérides que nos enaltecen.